Especial Montería y Córdoba

Raúl Gómez Jattin: la historia del poeta colombiano que vivió entre la locura y la obsesión. Así fueron sus últimos días

El poeta colombiano se entregó en cuerpo y alma a la poesía, inmortalizó a Cereté de Córdoba en sus versos y ahora este pueblo reclama su memoria.

Santi Peralta

Santi Peralta

Coordinador editorial

13 de septiembre de 2025, 11:16 a. m.
Raúl Gómez Jattin, poeta colombiano.
Raúl Gómez Jattin, poeta colombiano. | Foto: Archivo personal

Hacía días, semanas, que en Cereté no llovía. Era viernes 23 de mayo de 1997, y el féretro de Raúl Gómez Jattin llegó desde Cartagena al mediodía. En la Escuela de Varones, a metros del caño Bugre, José Luis Calumen –su psiquiatra– pronunciaba unas palabras de despedida ante la inesperada muerte del poeta: los amigos, la familia y los demás cereteanos recordaban en silencio uno que otro verso. De pronto, un viento fuerte los interrumpió y la gente, anticipando la tormenta, corrió hasta la iglesia para guarecerse. Las nubes se amontonaron, la brisa se enfureció y sobre Cereté cayó un aguacero implacable.

Lena Reza –gestora cultural y amiga del poeta– lo recuerda con nitidez: “Ese episodio fue una realidad. De camino al cementerio pensé: ‘Raúl debe estar feliz, diciendo’: ‘Los hice mojar’. Él era así”. Llegaron al cementerio a las seis de la tarde. Y en medio de una atmósfera iluminada por cerillas, Gómez Jattin fue enterrado en la tumba de la familia Cabrales García, los padres de Martha Cristina, su amiga de la infancia a quien dedicó estos versos: “Anoche cuando soñaba contigo pensaba que tienes un gran poder sobre mí / el que se tiene sobre aquellas personas a quien se ama / Tú me quisiste cuando niño y eso quiere decir ‘para siempre’”.

Pero la voluntad de Gómez Jattin era otra: quería que sus restos reposaran junto a los de su padre bajo tierra. Un año después fue enterrado de nuevo y sobre aquel montículo echó raíces un roble: el único árbol en el cementerio de Cereté. “Son las raíces que salen de la boca de Raúl. En cierta temporada del año se llena de flores moradas que caen sobre su tumba y forman una alfombra”, relató Reza.

Murió en la madrugada del 22 de mayo de 1997 en Cartagena. Fue atropellado por un bus, cerca del monumento de la India Catalina. Y aunque hay quienes presumen que fue suicidio, las versiones coinciden en que cruzó la calle sin mirar el semáforo, abstraído. Lo llevaron hasta el Hospital Universitario, pero su cuerpo cedió en el camino. Al morir, su vida ya no era lo que había sido: la drogadicción y los problemas psiquiátricos lo habían llevado al límite. Vociferaba, tenía alucinaciones y se desnudaba en público, desprendiéndose de todo menos de su poesía.

“Creía que él mismo era el poema. No una caja de huesos: un poema. Y como poema, tenían que detenerse. Desafortunadamente no se detuvieron para que pasara la poesía. Estoy segura de que Raúl no se le tiró al bus”, aseguró Reza.

“Hace dos días le decía a un amigo que la locura es una metáfora de la vida. Eso me ocurre: estoy en el mundo de la metáfora. Todo lo veo poéticamente”, dijo Gómez Jattin en 1992 en un video grabado en el Hospital Sanatorio San Pablo. Publicó seis libros en vida –Poemas, Tríptico Cereteano (Retratos, Amanecer en el Valle del Sinú, Del amor), Hijos del Tiempo y el Esplendor de la Mariposa–, con más de 150 obras sobre la infancia, la amistad, la soledad, la muerte, los amores contrariados, el erotismo y sus deseos irresueltos. Leerlo, dicen, “es de amores y odios”.

“Nada sobre Raúl es fácil. Es complejo: en su poesía y en su persona. O te deslumbra su poética o dices: ‘Qué asco, cómo le va a dedicar un poema a un animal”’, señaló Irina Henríquez, poeta.

Hay poemas cuyos versos suenan: “No soy malvado Trato de enamorarte / Intento ser sincero con lo enfermo que estoy / y entrar en el maleficio de tu cuerpo / como un río que teme al mar, pero siempre muere en él”. Y otros que dicen: “La gallina es el animal que lo tiene más caliente / Será porque el gallo no le mete nada”.

Hijo de Joaquín Pablo Gómez y Lola Jattin Safar, nació el 31 de mayo de 1945 en Cartagena –entonces Córdoba aún pertenecía a Bolívar y el hospital estaba en la capital–. Se dice mucho. Que padeció un asma severa y fue sobreprotegido: su padre lo llenaba de libros y su madre de quibbes. Que su andar estrafalario de adulto competía con la timidez de una infancia en la que leía como obseso y jugaba en los patios con Sara Ortega de Petro, a quien también le dedicó poemas: “Esa Sara Ortega de Petro la que hoy es mi comadre / (...) / la que cuando muero de soledad o locura / acude a verme con un tazón de sopa y todo su cariño”.

“Raúl era un niño muy distinto al resto. La forma en como lo criaron, el hecho que desde niño fue homosexual… Eso lo hacía sentirse diferente”, sostuvo Henríquez.

Hizo el bachillerato en Cartagena, regresó a Cereté y dictó clases en un colegio de monjas: nunca llevó apuntes. Pero el plan era otro: estudiaría derecho en el Externado. Y lo hizo sin saber que en Bogotá el teatro lo seduciría. Fue actor y director de escena; formó un grupo universitario, vivió los excesos, probó la coca. Y aunque fue un hombre irreverente, desobediente y con una sensibilidad aterradora, la poesía bogotana nunca lo reconoció y decidió renunciar. De modo que regresó frustrado al valle del Sinú: al pueblo que desde sus inicios había signado su destino.

“Laberinto de adioses que vieron una lágrima Sol / Tanto sol que a veces he olvidado sus noches / (...) / Laberinto correteado por mi niñez de siempre / (...) / Allí amé dos veces al Amor / Y el amor dijo una vez que sí / Y otra vez que no / Que ni por el putas / (...) / Allí soñé escribir y cantar Soñé llevarme a Cereté / de Córdoba a otros lugares. Deletreado en un blanco papel / A que gentes de otros ámbitos conocieran sus noches / estrelladas”, escribió Gómez Jattin en Cereté de Córdoba.

En Cereté se encerró a leer. Entonces el caño Bugre todavía era río –hoy solo quedan plantas– y los palos de mango florecían rebeldes. Al salir ya era otro hombre, “un poeta tardío”. Comenzó a caminar, solo, como si flotara sobre las palabras que adentro lo carcomían: “Los habitantes de mi aldea / dicen que soy un hombre / despreciable y peligroso / Y no andan muy equivocados / Despreciable y peligroso / Eso ha hecho de mí la poesía y el amor”.

No todo fue oscuridad: había destellos de luz. Se acostaba en las hamacas y declamaba. Cantaba los versos de Antonio Machado –poeta español– y las canciones de Joan Manuel Serrat y los vallenatos clásicos. Fumaba, se reía y soltaba carcajadas inmensas, con esa voz profunda y medio ronca que tenía. Jaime Jaramillo Escobar, poeta colombiano, le envió una carta alabando su “oxigenada” obra. Los jóvenes se le acercaban para preguntarle sobre su poesía y Raúl se explayaba durante horas.

“Hay un poema inédito que dice “Me queda la poesía y la presencia de unos jóvenes que me preguntan por ella y me leen. Cuánto diera porque mis padres gozaran de saberme querido por lo que escribo”. A mí eso me parte el alma, porque a Raúl no le quedaba nada más”, señaló Henríquez.

Tenía los ojos de un gavilán y la punta de la nariz caída. La barba negra y tupida, y el cuerpo como una espiga. La década de 1980 fue su pico de creación. Un tiempo en el que escribió: “Sonríes desde lejos como si masticaras / mi corazón entre tus colmillos” y “Asómate amor mío / que el cielo ha encendido un fandango / en su comba lejana. Y no hace frío” y “La poesía es la única compañera / acostúmbrate a sus cuchillos / que es la única”.

“En los ochenta floreció, sufrió y padeció, porque también fue su época más loca, cuando tuvo más recaídas: consumo de drogas, crisis psiquiátricas. Su poesía era su vida, pero no fue una creación poética feliz”, explicó Henríquez.

En 1995 Gómez Jattin viajó a La Habana para rehabilitarse. Regresó siete meses después y con dientes nuevos. Visitó a sus amigos en Cereté, partió a Cartagena. En los días lo veían sentado en las bancas o cantando rancheras, “para luego pasar a la agresividad de un momento a otro tirándonos lo que bebía (...), quitándonos a la fuerza billetes, monedas, billeteras (...). Entonces era el Raúl terrible”, narró Vladimir Marinovich en su libro sobre el poeta.

Ahora en Cereté solo quedan los recuerdos y una tumba a la que peregrinos llegan a cantar o recitar poemas. Ocurren, claro, otras cosas: se desarrolla el Encuentro Nacional e Internacional de Mujeres Poetas, liderado por la Fundación Casa de la Cultura, que durante años Lena Reza dirigió. Se hacen talleres, rutas, recitales, y el Centro Cultural lleva el nombre de Gómez Jattin. Adentro hay una exposición permanente sobre la vida del poeta con pinturas al óleo y manuscritos colgados en las paredes. “Es una manera de decir: está vivo el poeta. Porque Raúl universalizó el Sinú y nosotros teníamos esa deuda”, finalizó Reza.

Es imposible adivinar –y quizá sea, concuerdan Henríquez y Reza, la mayor incógnita sobre su vida– lo que realmente ocurría en la mente de Raúl Gómez Jattin: habrá suposiciones, hipótesis psiquiátricas, pero nada cierto. Todo lo contrario a lo que ocurría en su corazón, que fue siempre como una ventana abierta: “Señores habitantes / Tranquilos / que solo a mí / suelo hacer daño”.