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Llegó el agua potable a Leticia: “Antes solo usábamos agua contaminada”
Más de 15 mil personas de comunidades indígenas y resguardos se beneficiarán de esta planta potabilizadora cuya capacidad asciende a los 11 millones de litros anuales.


El sol era potente, espléndido, y el aire de fiesta. En Leticia, capital del Amazonas, en medio de las calles, cientos de niños tocaban sus xilófonos y marchaban al compás de los tambores. Para festejar la Confraternidad Amazónica —un evento que celebra la triple frontera con Brasil y Perú—, los colegios conforman comparsas que luego recorren la ciudad cantando y bailando. Pero la mañana del 18 de julio varios estudiantes del Francisco José de Caldas no asistieron a los ensayos. Estaban ocupados, celebrando otro acontecimiento.
A la sede Vírgen de las Mercedes, de la Institución Educativa Indígena Francisco José de Caldas, se llega por la carretera 25, un largo callejón pavimentado, casi paralelo al río Amazonas, que desemboca en la selva profunda. En el kilómetro 11, hasta este colegio, rodeado de selva —árboles de asaí y copoazú, milpesillos, palmas de aguaje—, llegan estudiantes de las comunidades tikuna y uitoto. Y ahora no solo eso: este colegio también albergará la primera y única planta potabilizadora de agua en kilómetros a la redonda.

Gregorio Saldaña es el gobernador índigena de la comunidad. Al hablar, su voz golpea la atmósfera como un martillo. “Llevo 26 años viviendo en la comunidad y desde entonces solo utilizábamos aguas de quebradas contaminadas. Una vez adquirimos una motobomba, pero solo podía suministrar agua no tratable. En verano, el agua ni siquiera alcanzaba a solventar a toda la comunidad”, recordó Saldaña.
Y aunque Leticia y sus municipios aledaños limiten con el río más caudaloso del mundo, todavía son miles las personas que no cuentan con acceso a agua potable. Un panorama desalentador que, además, ha ocasionado problemáticas de salud pública, principalmente en los estudiantes.
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“Ahora que las casas están una encima de la otra, nuestras aguas están contaminadas, porque incluso las cunetas van orientadas hacia las fuentes hídricas, las quebradas y los espejos de agua. Desde ahí se gestan las enfermedades, la cólera, la diarrea, los problemas en la piel”, puntualizó Anitalia Pijadu, líder comunitaria del territorio.

Fue por eso que la Fundación Coca-Cola, junto a la Fundación Solidaridad por Colombia, la Fundación Aliarse y la embotelladora Gaseosas Leticia, unieron esfuerzos para diseñar, adaptar y construir una planta potabilizadora de agua en el kilómetro 11 de la vía Leticia-Tarapacá, una artería estratégica que conecta la selva con la región. Esta planta, con una capacidad de potabilización que supera los 11 millones de litros anuales, beneficiará a más de 15 mil amazonenses.
“Es una gran ironía estar en Leticia, un lugar donde el recurso hídrico abunda, y pensar que no hay acceso al agua potable. Uno de cada diez hogares en estas zonas rurales no tiene acceso. Es irónico, y por eso la importancia de proyectos a nivel sistema como esta planta, que será también un habilitadora para mejorar la calidad de vida y el desarrollo”, apuntó Manuel Burgos Bonilla, vicepresidente de Operaciones para Coca-Cola Colombia y Venezuela.
La inauguración se llevó a cabo en el patio central del colegio. El cielo estaba despejado y alrniededor sobrevolaban libélulas, mariposas. Los estudiantes —que no superaban los ocho años— visitaron la planta con cierta emoción. “El tener agua potabilizada en mi comunidad es un logro. Lo que queremos finalmente es que se mantenga, que la planta sea apropiada por la comunidad”, sostuvo Paola Moreno, líder de la región.
Construida con paneles solares y tecnología de fácil acceso, esta planta potabilizadora también le brindará a la comunidad del kilómetro 11 la oportunidad de fortalecer sus emprendimientos y procesar las frutas de sus chagras.
“Ha pasado una cosa muy interesante y es que las mujeres han hecho emprendimientos alrededor de las siete plantas de potabilización que hemos instalado. Se han convertido en líderes importantes en el mantenimiento y la atención. Queremos que la comunidad se apropie y sean ellos quienes la manejen”, señaló María Carolina Hoyos, presidenta de la Fundación Solidaridad por Colombia.

En las paredes azules del colegio, los estudiantes cuelgan la correspondencia que comparten con los estudiantes de la Escuela Galí Bellesguard, en Barcelona (España). Se escriben entre ellos sobre los paisajes que ven: el verde vibrante de los árboles, las frutas que comen. En una de ellas, Beler —niño indígena— le escribe a su amiga española: “El viento lleva muchas semillas. Y el agua permite que las semillas de la canangucha vuelen. Las aves pueden comer sus frutos y crecen las plantas”.
“Esta planta no es solo para nosotros, es para ellos, los estudiantes, que son el futuro de nuestra comunidad”, concluyó Pijadu.