Especial Montería y Córdoba
‘Happy’ Lora: curiosidades de la vida del boxeador que llevó a Colombia a lo más alto del boxeo mundial
Cuarenta años después de coronarse campeón mundial de peso gallo, Miguel ‘Happy’ Lora sigue siendo una leyenda en Montería, la tierra que lo vio crecer y que aún celebra sus días de gloria en el ring.

28 de diciembre de 1978. El Happy Lora estaba muy molesto y los motivos para sonreír se le estaban escondiendo. Un año atrás, cuando el hijo de Mercedes Escudero y Miguel Lora empezó a despuntar en el boxeo con su título nacional amateur en la categoría ‘peso mosca’, una hernia dolorosa, con operación a bordo, y una grave lesión en la mano le frustraron la posibilidad de seguir boxeando durante un año. Andaba fuera de forma y con ganas de reventar a trompadas lo que se le atravesara y justo apareció su amigo, Miguel Gómez, el Gordo...
Las tarjetas de los jueces plasmaron lo que terminó siendo una paliza extraordinaria aquel 9 de agosto de 1985 en Miami: el puertorriqueño Miguel Donate marcó 118-107; Lou Filipo, californiano, se mandó un 115-110 y el neoyorquino Tony Castello apuntó en sus cuentas un 116-107 a favor del monteriano. Su adversario, por supuesto, no había sido el Gordo Gómez. Habían pasado siete años desde el último encuentro con él. Tras varios quiebres del destino, Lora le gritaba al mundo que sí, que era campeón mundial del peso gallo –ya había abandonado el peso mosca– al vencer al mexicano Daniel Zaragoza. Happy Lora estaba feliz.
No es que antes no lo fuera: por algo fue que su tía determinó su remoquete deportivo, diciendo que era un niño muy “happy”. Boxeador de técnica depurada, siempre se tuvo mucha fe, incluso en esos comienzos tortuosos en los que cambiaba de mánager a cada rato, porque algunos quisieron pasarse de vivos con él, sacándole ese dinero que sus puños supieron generar desde esos inicios.
Luego de deshacerse de Daniel Zaragoza, el Happy hizo siete exitosas defensas de su título del CMB (Consejo Mundial de Boxeo). Entrenado en esos años por Amílcar Brusa –el mismo que llevó al curubito a Carlos Monzón en peso mediano–, Lora tuvo combates inolvidables, como su primera defensa del cinturón ante Wilfredo Vásquez en Miami, al que dejó completamente desfigurado.

Su primer enfrentamiento ante Alberto Dávila (tercera defensa) en Barranquilla fue apoteosis en estado puro: 50.000 personas acompañaron al boxeador, escenario similar al vivido en Cartagena, donde 20.000 aficionados lo vieron retener el cetro frente al tosco argentino Luciano ‘Metralleta’ López.
Y el Happy seguía con la confianza arriba, como mejor arma de batalla: por eso cuando enfrentó por segunda vez a Alberto Dávila, en su séptima defensa, no sintió miedo después de la pelea en Inglewood, cuando hubo una alarma de doping sobre su humanidad, por culpa de un Pedialyte. Tras exámenes y polémica, se comprobó su inocencia y el Happy siguió feliz, incluso después de ceder su corona frente al mexicano Raúl ‘Jíbaro’ Pérez, el 30 de octubre de 1988 en Las Vegas. Más allá de la caída, su nombre ya era –y sigue siendo– leyenda.
Pero hay que regresar al 28 de diciembre de 1978, años antes de que Lora fuera el gran generador de dicha en un país adolorido. Hay que volver al Happy triste y al Gordo Gómez. Lora necesitaba un dinero que Gómez le adeudaba, entonces el Gordo no le quiso pagar y fuera de eso le lanzó una patada y un puño. El Happy contraatacó metiéndole dos jabs en la mandíbula. El Gordo puso los ojos en blanco y cayó pesadamente al suelo. Todos pensaron que Lora lo había matado y la Policía llegó para llevarse al pobre boxeador al calabozo de la estación de Policía de Montería. Al Gordo Gómez lo remitieron directo para la clínica.
Después de eso siguieron siendo amigos. El Happy diría, entre risas, sobre esta anécdota: “El gordito me pagó después”.