Jean-Claude Kaufmann: ¿Sociólogo de lo pequeño?

La invención de sí mismo

Senos, nalgas, cacerolas, bolsos y tramas de amor: este francés se ha vuelto el paria de la sociología francesa con sus temas banales. Para el gran público, nadie entiende mejor la cotidianidad y la intimidad que este académico mediático. ¿Se puede concluir, por el contenido de la cartera de una mujer, de qué está hecha la feminidad de hoy?

Sergio Peñaranda* París
10 de diciembre de 2014
Kaufmann ha sido llamado por los sociólogos un “encantador de serpientes”



Dos días antes de nuestro encuentro, el sociólogo Jean-Claude Kaufmann participaba en una rueda de prensa en el almacén Louis Vuitton de los Campos Elíseos, durante el lanzamiento de un libro de esta marca de lujo; diez minutos antes terminaba una entrevista con la revista cultural Télérama. Su bigote bonachón ya había aparecido en los últimos meses en M (la revista de Le Monde), en el diario Libération y al menos en tres programas de televisión, además de haber participado en emisiones de cinco cadenas radiales. Mientras discutimos, mira un par de veces el reloj: dentro de dos horas tomará un avión para participar en una conferencia en Marsella, seguida de eventos en Tolón y Bruselas. El sociólogo de lo frívolo, como lo bautizó Le Monde, se mueve tan bien en los estudios de televisión como en la Sorbona e incluso en lanzamientos de productos.

Ningún académico aparece tanto en los medios y en los auditorios como este francés de 65 años, y todo gracias a libros cuyos títulos parecen de obras para adolescentes o de autoayuda: El bolso, un pequeño mundo de amor; Cacerolas, amor y crisis; Primera mañana; Sex@mor; la trama conyugal; Cuerpos de mujeres, miradas de hombres; La mujer sola y el príncipe encantador. Sin embargo, él proclama que sus investigaciones sobre la mujer, los hechos de la vida cotidiana y la pareja son muy profundas y pretenden retratar lo ordinario, un aspecto de la realidad que la sociología tradicional a veces olvida.

Su última obra se titula La guerra de las nalgas (La guerre des fesses). Allí, en 264 páginas compara las concepciones de “delgadez, las curvas y la belleza” (como reza el subtítulo de la obra) de los hemisferios norte y sur. Se trata de una especie de geopolítica de la cola, un análisis de la batalla entre dos cánones de lo hermoso. “Durante la mayor parte de la historia europea se han despreciado las colas. Hoy, las mujeres de nuestro continente intentan no llamar la atención sobre esa zona de su cuerpo: se sienten incómodas si el jean está muy apretado y atrae las miradas. Ellas prefieren ser apreciadas por una belleza pura, un poco más abstracta”, dice. Las colas grandes habrían tenido solo efímeras victorias, como en los años cincuenta con las pin-up girls. Sin embargo, el hemisferio norte siempre ha vuelto a la idealización de las figuras longilíneas. Para Kaufmann, esta guerra de paradigmas de belleza es hoy aún más feroz porque ya no se habla solamente de un sur de Europa (como Italia) que prefiere las curvas pronunciadas, sino de países emergentes que empiezan a imponer sus propios códigos. En América Latina, según él, el aprecio de las curvas marcadas pesa en este combate.

Son ese tipo de temas los que Kaufmann aborda en sus obras. El tono, narrativo y ligero, pretende franquear la frontera científica. Pareciera que este intelectual entendió que para vivir de las ciencias humanas era necesario dejar de lado el lenguaje pesado de la academia clásica.

Nació en 1948 en Saint-Brieuc, una ciudad ubicada en el oeste de Francia, en la lluviosa Bretaña. Allí, a unos minutos del violento mar de esa región, todavía se retira para escribir sus libros. Al cumplir 20 años, en medio del agitado mayo del 68, decidió obtener su independencia económica al aceptar trabajos en un centro de investigación público en Rennes, a una hora de su pueblo natal. Sin saber nada de sociología, Kaufmann empezó a cultivar un método que luego llamaría la “entrevista comprensiva”. Luego de estudiar a los grandes intelectuales se dio cuenta de que no había inventado mucho, sino que había alcanzado el mismo punto al que hace décadas habían llegado las grandes corrientes que daban peso a la entrevista cualitativa, un método que, en su opinión, es un poco desdeñado hoy en día. “Los métodos cualitativos de la Escuela de Chicago, que se desarrollaron a partir de los años treinta, han perdido fuerza. La sociología estadística y cuantitativa ha tomado el relevo. Este hecho no siempre permite comprender los procesos transversales de la sociedad”, explica.

El género y la intimidad

La obra de Kaufmann muestra una fuerte división de roles de género en Europa, el continente que se jacta de haber evolucionado más en la inversión de los papeles tradicionales. El autor señala, por ejemplo, que solo el 10 % de los hombres se dedica a la cocina. “Se trata de la tarea de la casa en la que más se involucran. En Francia, país de la gastronomía, la mujer se encarga usualmente de la cocina de todos los días, la cocina que puede ser un suplicio; los hombres están muy presentes, en buena parte, en la cocina de los invitados”.

Uno de los terrenos en los que ha explorado el papel del hombre y de la mujer en la sociedad es alrededor de lo que denomina “la banalización del sexo en Europa”. “Hoy en día, los europeos desean que el sexo tenga el mismo carácter que cualquier otra actividad de entretenimiento”. Por ello, en 2002 publicó Primera mañana (Premier matin), donde narra los rituales de las parejas el día después de la primera noche de sexo, sobre todo luego de fiestas llenas de alcohol. Cinco momentos constituyen esta obra: el despertar, la cama, la salida de la cama, el baño y el desayuno. Según Kaufmann, en el primer instante el individuo se hace una pregunta existencial: ¿quién soy? Inmediatamente se pregunta algo que a veces no es tan fácil responder, sobre todo si hubo bastante alcohol la noche anterior: ¿quién es la persona que está a mi lado? Si la relación continúa después de esa mañana, todo lo que ocurra en ese momento sería significativo en la construcción de la pareja y tendería a repetirse en la cotidianidad del hogar.

“Una estudiante de doctorado me ayudó a hacer las entrevistas. Yo no me sentía muy cómodo haciendo preguntas demasiado íntimas. Había cosas que yo no podía discutir… sobre todo los detalles en el baño. No es lo mismo defecar que orinar…”, cuenta Kaufmann. A partir de esas entrevistas extrajo patrones de comportamiento en ese tipo de situaciones. Encontró, por ejemplo, que al salir de la cama, la mujer siente una mirada diferente a la de la noche anterior, más cruda y crítica, sobre todo sobre sus muslos y cola. El hombre, por otro lado, se siente ofuscado: “Él usualmente se siente oprimido en la cama y, para liberarse de esa sensación y tomar aire, va a comprar croissants para el desayuno”.

En otras ocasiones, Kaufmann se ha interesado en la exposición de la intimidad en los espacios públicos. En Cuerpos de mujeres, miradas de hombres, analiza la práctica de senos desnudos en las playas. “Yo quería saber por qué una mujer tiene derecho a dejar su busto expuesto en la playa, pero inmediatamente después de que da el primer paso afuera de la arena, se ve obligada a cubrirse”. Luego de 300 entrevistas cualitativas realizadas por un equipo de cinco investigadores, Kaufmann no duda de que esta práctica nacida en 1964 en Costa Azul, en el este del litoral mediterráneo francés, se construyó como una manifestación de la libertad de la mujer sobre su cuerpo, pero al mismo tiempo desarrolló nuevos códigos restrictivos. El más importante de ellos es que no todos los bustos pueden mostrarse: solo las mujeres con lo que Kaufmann llama los “bellos senos normales” tienen derecho a exponerse. “El bello seno normal es el de la joven, el que no tiene mucho volumen y sobre el que la mirada se desliza”. Sin embargo, los senos considerados feos, como los de las mujeres muy gordas o los de las ancianas, no tienen la misma libertad. Los senos “demasiado hermosos” y que llaman más la atención también tienen sus límites. “Esto hace que, según el tipo de busto, las mujeres se vean limitadas a algunas posiciones… solo sentadas, de espaldas, boca abajo, con el top del vestido de baño…”, explica Kaufmann.

¿Sociología superficial?

La comunidad científica aprecia en general la vitalidad y originalidad de sus trabajos de investigación pero, sin duda, Kaufmann ha sido encasillado como el sociólogo de las “cosas pequeñas”. Por ello, en 2001 intentó probar a la academia europea que era capaz de profundas discreciones de temas “serios” al publicar un libro titulado Ego, donde critica la mirada del hombre como una unidad sustancial estática y teoriza sobre él como escenario de flujos complejos. Kaufmann considera que este libro fue un “error”, al menos si se considera en términos de recepción: el gran público no se interesó mucho y la comunidad científica lo despreció. “Para muchos de mis colegas tengo todo el derecho a ser el sociólogo que divierte, pero no un teórico”, se lamenta.

Otra obra, un poco menos densa, es La invención de sí mismo, en donde Kaufmann reflexiona sobre una segunda modernidad, que habría tenido lugar a partir de los años sesenta cuando, a causa de un fenómeno de individualización, el hombre habría tomado en sus manos la construcción de sí mismo, más allá de los determinismos sociales y culturales.

Kaufmann vincula esos temas, considerados por el gran público como “densos”, a sus investigaciones aparentemente anodinas. Él cree que el bolso, por ejemplo, hace parte del escenario de construcción de la identidad femenina. Por ello, con la publicación de El bolso, un pequeño mundo de amor intentó demostrar que una mujer, al escoger los objetos que guarda en este accesorio, está tomando decisiones identitarias esenciales. “Cuando le roban el bolso a una mujer, ella siente que pierde una parte de ella. Por supuesto, en parte porque allí guardaba sus documentos de identidad, pero también por esa lista de resolución que escribió en su libreta cuando iba en el metro, en los objetos aparentemente inútiles, en los llaveros unidos a otros llaveros, en los peluches, en las conchas de mar”. De la misma manera, cuando ella decide desocupar su bolso para viajar ligera tomaría una decisión que Kaufmann califica de existencial, pues estaría renunciando a todas las hipótesis que manejan quienes deciden cargar siempre medicamentos, curitas, paraguas, cremas, “por si acaso”.

A pesar de que este objeto se popularizó en Europa hace unos 50 años gracias a la emancipación femenina, el bolso podría considerarse, dice el sociólogo, una representación del rol tradicional de la mujer. “Él toma temáticas parciales, incluso incongruentes, para abordar generalidades”, afirma Geneviève Fraisse, filósofa del CNRS.

El peso teórico que Kaufmann desea darles a sus investigaciones sobre lo frívolo va de la mano con una profunda habilidad para sacar provecho del mercadeo y de los medios. Más allá de los títulos de sus libros, que pretenden sobresalir en los estantes y llamar la atención de la prensa, él sabe que su aspecto físico es una ventaja a la hora de la promoción: su largo, deshilachado y espeso bigote western se ha vuelto una marca; sus cejas pobladas que se mueven como dos notas musicales inquietas y que abren paso a su calva ovalada lo han vuelto una figura mediática.

Sitios de encuentros amorosos, marcas de productos de belleza y casas de moda han visto en la sociología de lo pueril de Kaufmann una forma de comprender y atraer a los consumidores. Con la condición de no mencionar la marca, él asiste y habla de lo cotidiano, su tema de estudio. “Ellos hacen su trabajo y yo el mío”, se defiende.

Para algunos de sus colegas, Kaufmann no es más que una figura mediática, como afirmó radicalmente Didier Demazière, presidente de la Asociación Francesa de Sociología en M: “Al escoger sujetos excéntricos, anecdóticos e incluso superficiales que le permiten hacer el tour en los medios en vez de enriquecer el trabajo colectivo, él se escindió desde hace unos años de la comunidad de científicos”.

Muchas críticas ha recibido y recibirá Kaufmann. Él está tranquilo: conoce de memoria los grandes de la sociología francesa, del padre fundador Émile Durkheim al ineluctable Pierre Bourdieu, pero lo que lo hace vibrar es lo banal, lo de todos los días. Él sabe que vende más que sus colegas, que sus obras se han traducido y está convencido de que su misión es recordarle a la sociología que las cosas pequeñas también hacen parte de la sociedad.

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