JOAN BAEZ

Joan Baez se retira: un homenaje de Sandro Romero Rey

Una de las mayores representantes de la canción protesta norteamericana se retira con un último disco, 'Whistle Down the Wind'.

Sandro Romero Rey* Bogotá
17 de abril de 2018
Joan Baez en la 32 Ceremonia Anual de Inducción al Salón de la Fama del Rock & Roll, el 7 de abril de 2017 en Nueva York

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Joan Baez salió de Estados Unidos gracias al cine. En Colombia, un país que no estaba en sus planes, se le conoció, iluminada de azul, a través de las imágenes nocturnas de la película Woodstock (1970) cantando sus himnos “Joe Hill” y, a capela, “Swing Low Sweet Chariot”, en homenaje a su marido David Harris, preso, en aquel tiempo, por desobediencia civil. Cuando la película se estrenó, Joan Baez era la mejor representante femenina de la canción protesta norteamericana (junto con Judy Collins, Emmylou Harris, entre tantas otras). Pero en Colombia, quienes iban a la proyección de Woodstock querían acción. Así que, sin importar las condiciones del marido preso de Joan Baez, el público la chiflaba sin contemplaciones. ¿Se oirían los chiflidos colombianos en los tropeles que darían fin a la agitada década de los sesenta? Por supuesto que no. Joan Baez ya había tocado, con su puño en alto, el cielo de los rebeldes. Apareció en el mundo de las canciones acústicas en 1959, tras su exitosa presentación en el Festival de Newport. De nuevo, las imágenes filmadas darían cuenta del acontecimiento, pero el planeta las vería después, mucho después del Festival de Woodstock. Newport era un templo sagrado de la música folk, donde sus protagonistas emocionaban con sus guitarras desconectadas o con la aparición de leyendas del blues recién descubiertas. Allí, años después, Bob Dylan provocaría el desorden con los miembros del grupo canadiense The Band, enchufando sus equipos con estridencias sonoras, las cuales produjeron las protestas de los organizadores y la consolidación universal del folk rock.

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Joan Baez había conocido a Dylan en la época en la que el héroe de Duluth comenzaba a ser reconocido en el Village neoyorquino. Jugaron a los coqueteos y a los enigmas y, desde 1963, alternaron algunas canciones sobre los escenarios, siendo Dylan invitado por la ya reconocida Baez para que él le hiciera la segunda voz. La relación, junto al éxito mutuo, fue creciendo y llegaría a su auge y su caída durante la gira de Dylan por el Reino Unido. De nuevo, el cine se encargaría de registrar el acontecimiento, aun sin quererlo, gracias a las prodigiosas imágenes del documentalista D. A. Pennebaker en su largometraje titulado Don’t Look Back, uno de los títulos esenciales en la historia del rock.

Pero esta circunstancia no sería lo esencial en la vida de Joan Baez. Ella, por el contrario, ha querido que se la identifique como una eterna luchadora, mucho más que el símbolo que ha podido representar como cantante. Si las luchas por los derechos civiles en “América” tuviesen un fondo musical, es indudable que allí estarían las canciones protesta de Joan Baez, al lado de las de Dylan y otro ejército de rebeldes que, día tras día, se inventaron la poesía juvenil de los años sesenta. Dylan logró metamorfosearse en el momento justo y ha combinado todas las formas de lucha, desde el rock, la literatura, el estrellato, la religión, el enigma o el Premio Nobel. Joan Baez, por su parte, ha sido una militante de su propia causa. Fiel, con 77 años bien cumplidos, a la protesta, a la acción, a la rebeldía y a la búsqueda, quizás imposible, por sociedades más justas. En el escenario, su guitarra y su espléndida voz de soprano la han dignificado y allí sigue, buscando la forma de ser oída más allá del inmediato y efímero entusiasmo de un concierto.

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Ahora, en 2018, tras 10 años de silencio, ha regresado con un nuevo álbum titulado Whistle Down The Wind, nombre de una canción del contundente Tom Waits, la cual Joan interpreta con delicado lirismo. La noticia que envuelve el acontecimiento gira en torno a un supuesto retiro definitivo de los micrófonos y de los escenarios. Es posible que sea cierto, pero casi nadie lo cree. El lugar de los artistas que han atravesado los 50 años iluminados por los reflectores es allí, frente a su auditorio, diciendo lo que no se debe decir, corrigiendo a los incorregibles o llorando de esperanza cuando el mundo estalla en pedazos. Nunca Estados Unidos habían necesitado tanto de una Joan Baez como ahora, cuando la polarización y el desencanto han regresado y cuando pareciese que no hubiera redención posible. Ella, durante décadas, ha sabido participar de la eterna rebelión juvenil e incluso regresó a Bob Dylan para acompañarlo en la gira denominada Rolling Thunder Revue (75/76), en la que se filmó la delirante Renaldo & Clara, película dirigida por el propio Dylan, y que cuenta con la presencia de su antigua musa libertaria. Esta era una manera de mantener viva la complicidad y cierta travesura contestataria.

Ella ha estado allí siempre y cada cierto tiempo. A casi 60 años de su primer prodigio musical, regresan sus canciones como una nueva forma de expiación, guardando similitudes con las presencias altivas de Violeta Parra o Mercedes Sosa en América Latina. Si su declaración de despedida es real y si queremos a Joan Baez, a su símbolo, a su actitud, como una llama siempre ardiente, debemos volver a sus discos rebeldes, a sus libros como And A Voice To Sing With (donde confiesa, entre otras noticias generacionales, su estrecha relación afectiva con Steve Jobs); a sus conciertos filmados, donde defiende las luchas de los homosexuales y las libertades perdidas. Podremos verla en todo su esplendor en el documental How Sweet The Sound (2009) de Mary Wharton para la serie American Masters. Allí está todo lo que ella representa. Porque lo que esté, más allá de su corazón, deberemos inventarlo. Entre los silbidos y el viento, siempre habrá un pedazo de silencio que todos los amantes de la furia tendrán que respetar.

* Escritor, docente, realizador. Autor de Género y destino (U. Distrital, 2017).