Arquitectura

¿Quién es el arquitecto del Museo Nacional y el Capitolio?

Una nueva reedición del libro que cuenta la vida y obra del británico Thomas Reed celebra los 200 años de su nacimiento y da detalles poco estudiados de su legado en Colombia.

Revistaarcadia.com
11 de enero de 2018
El Museo Nacional de Colombia. Crédito: Guillermo Torres.

Muchos de los turistas que visitan diariamente la Plaza de Bolívar desconocen toda la historia detrás del Capitolio, cuya fachada está deteriorada por manchas de pintura y graffitis. Su accidentada construccion demoró casi 80 años, lo que le valió el apelativo de “El enfermo de piedra”. Su ideador y primer arquitecto, Thomas reed, un extranjero nacido en las colonias británicas en el Caribe y educado en Europa, ha sido uno de los arquitectos más influyentes en el país, aunque, hasta hace muy poco, se sabía muy poco sobre su vida y obra.

La importancia de Reed para el patrimonio nacional radica en dos icónicas estructuras que ayudaron a construir la identidad de la república: el Capitolio y el museo Nacional. “Él llegó en un momento en que ya estaban organizados los sistemas de poder y era la hora de construir qué querían representar. Los gobernantes querían mostrar modernidad, y de ahí la importancia de traer extranjeros ilustrados que hubieran estudiado en las universidades europeas”, cuenta el arquitecto Martín Anzellini.

Pero además de su papel de arquitecto, Reed fue uno de los primeros en enseñar esta labor en Colombia. “En Bogota no había personas formadas en Ingenieria, mucho menos en arquitectura. Realmente los arquitectos nacionales que había se situaron principalmente en Cartagena, por todo el tema de las fortificaciones. Acá los constructores eran personas que aprendian en la práctica. Por eso fue importante que Thomas Reed fuera una de las primeras personas estudiadas y que hubiera instruido a las siguientes generaciones”, cuenta Alberto Escovar, director de Patrimonio del Ministerio de Cultura.

“Sus obras fueron demasiado contundentes, y por eso sobrevivieron al paso del tiempo”, agrega Alberto Saldarriaga, decano de Artes y Diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y, junto a José Alexander Pinzón y Alfonso Ortiz, autor del libro En busca de Thomas Reed, investigó y recopiló e 2005, por primera vez, la vida y obra del reconocido arquitecto. Ese libro fue relanzado el mes pasado con motivo del bicentenario del nacimiento de Reed.

Por años, poco se supo de la vida de Thomas Reed más allá de sus icónicas obras. Incluso el lugar y la fecha de su nacimiento eran motivo de discusión hasta 2005, cuando los autores del libro encontraron la tumba del icónico arquitecto en el Cementerio de Extranjeros de Guayaquil. Thomas Reed nació el 12 de diciembre de 1817 en la isla de Tórtola, la más grande de las Islas Vírgenes Británicas. Pero se decía, incluso en su época, que era danés (originario de las colonias danesas en las Antillas), estadounidense o inglés (quizás, por el origen anglosajón de su apellido).

Lo que sí fue cierto es que vivió en la isla caribeña de Saint Croix, que por entonces pertenecía a Dinamarca, antes de desplazarse a Venezuela en 1843, y a Bogotá tres años más tarde, donde llegó con 28 años por recomendación de Manuel Ancízar, por entonces ministro plenipotenciario en Venezuela. Como señala En busca de Thomas Reed, “esto quiere decir que su formación fue temprana y muy acelerada, y que al iniciar la obra del Capitolio escasamente había ejercido sus saberes durante cinco años”.

A Colombia llegó con el fin de diseñar y dirigir la construcción del Palacio Nacional, que había solicitado el presidente Tomás Cipriano de Mosquera, y que se conocería luego como el Capitolio.

Reed inició la obra en 1847 sobre los planos de un edificio neoclásico sobrio y severo, que debía albergar todos los altos poderes de Colombia, entre ellos, la presidencia.

Posteriormente, le fue encargado el diseño de la Penitenciaría de Cundinamarca, para aliviar la sobrepoblación de presos en las viejas cárceles coloniales, que no daban abasto. En 1849, Reed diseñó la estructura que subsiste hoy: una cruz con tres brazos largos de tres pisos que se cruzan en el centro en una planta circular desde la cual se podía vigilar a los reclusos, y que le valió a la prisión el sobrenombre que recuerda a Foucault, con el que se conoció popularmente: el Panóptico. Años después, en 1946, los presos fueron trasladados a la recientemente construida cárcel La Picota, y en 1948 se convirtió en la actual sede del Museo Nacional.

Curiosamente, ninguna de estas dos obras se terminó durante la estadía de Reed en el país, quien se mudó a Ecuador en 1861. Allá dirigiría importantes obras para el gobierno y terminaría el resto de sus días. Las obras del Capitolio se suspendieron en 1851, cuando estalló la guerra civil entre conservadores y liberales, y no fueron reanudadas definitivamente sino hasta 1880 bajo la dirección del arquitecto italiano Pietro Cantini. El Capitolio, tal como se conoce hoy en día, fue inaugurado en 1926, 79 años después de que Thomas Reed pusiera la primera piedra y casi medio siglo después de su muerte.

La construcción del Panóptico también fue tardía. Empezó el 1 de octubre de 1874 con el arquitecto Ramón Guerra Azuola, quien se dice fue discípulo de Reed. Quizás por eso, sus planos originales se respetaron casi por completo. Los del Capitolio sufrieron más cambios, pero, de todas formas, se mantuvo la mayor parte de su diseño, como los gruesos muros y las icónicas columnatas.

“De milagro las dos obras se concluyeron y Reed no cayó en el olvido en esos 20 años que tardaron en empezar”, señala Saldarriaga. “Muchos de los arquitectos que vinieron después querían alterar el Capitolio porque no les gustaba, ponerle cúpulas y esculturas. Pero afortunadamente se salvó su diseño”.

Más allá de sus dos obras maestras, Thomas Reed construyó el obelisco ubicado en la Plaza de Los Mártires, tres casas en la carrera octava entre la calle 11 y la calle 13 y varios puentes sobre los ríos San Francisco y San Agustín, que por entonces enmarcaban el centro de Bogotá. Sin embargo, hoy poco se conserva del legado del arquitecto británico. Las casas fueron demolidas y los puentes enterrados bajo concreto cuando se canalizaron los ríos. Solo sobrevivió el monumento de Los Mártires, que tuvo que ser restaurado el año pasado, aunque no sobrevivieron cuatro estatuas que rodeaban el obelisco en el diseño original, y que se perdieron hace años.

En cuanto al Capitolio y al Museo Nacional, ambos tuvieron que ser restaurados recientemente en los años 90. De hecho, ya la sede del legislativo requiere una nueva restauración que recupere la fachada, la tubería y se adapten las normas actuales de sismología. Ya hay en el ministerio de Cultura un proyecto para hacer estas obras y está a la espera de contar con los fondos suficientes, según cuenta escovar. Pero, aclara, la estructura no está tan grave como antes de la restauración de hace 20 años, cuando algunos senadores habían llegado hasta a tomarse los patios para construir sus cocinas personales.

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