Entrevista
“Vi el Everest y me enamoré”: habla Margarita Moreno, la primera mujer colombiana en subir las siete cumbres del mundo
Margarita Moreno es la primera mujer colombiana en subir las siete cumbres del mundo y también la primera en alcanzar la doble cima del Everest y el Lhotse con solo 28 horas de diferencia. Tesón y entrega.


SEMANA: ¿Desde pequeña siempre quiso ser montañista?
Margarita Moreno: Tuve una infancia muy feliz, aquí en Bogotá, con mucho frío. Estuve en el mismo colegio toda la vida. Las clases empezaban a las 7:30 de la mañana, con deportes. Siempre jugué voleibol desde kínder hasta once. Era en la sabana de Bogotá, con neblina y frío. Creo que eso formó una base aeróbica muy sólida, que hoy agradezco. Cuatro días a la semana hacíamos deporte. Desde muy chiquita mi papá me llevaba a pasear. Íbamos a conocer Colombia, pueblitos lejanos. A él le gustaba bucear, y me enseñó desde pequeña. A los 14 o 15 años ya estábamos buceando en Malpelo.
SEMANA: Malpelo es una de las zonas más difíciles para bucear...
M.M.: Sí, por todas sus condiciones. No es tan común bucear allí. Es ideal, pero no fácil.
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SEMANA: ¿Entonces este fue su primer deporte?
M.M.: Primero fue el voleibol, luego el buceo. También jugué fútbol en el colegio, básquet en la universidad. En cuanto a montañas, en esa época no se llamaba senderismo, sino simplemente subir la montaña. En la finca siempre subíamos a la montaña con machete, rompiendo camino, entre culebras, ranas venenosas, babillas... pero sin miedo. Siempre me gustó la aventura, salir de la ciudad.
SEMANA: ¿Cómo se transforma eso en lo que usted es hoy?
M.M.: A los 30 años pasé por un momento difícil en mi vida. Tomé la decisión de irme. Necesitaba aclarar mis ideas, y me fui al Himalaya. En ese viaje vi el Everest por primera vez, Ama Dablam, Makalu, Cholatse, y me enamoré. Decidí que quería subirlas.
Lo primero fue averiguar qué se necesitaba hacer. Empecé a estudiar, a tomar cursos. Fui muy decidida a que algún día iba a llegar a esas montañas. Empecé con montañas de 2.000, luego 5.000, 6.000, 7.000, hasta llegar a los 8.000 metros. Yo había estudiado Diseño Industrial. Tenía una vida normal: trabajaba, estudiaba, estaba en Colombia. Luego me fui y volví varias veces.

SEMANA: ¿Cuál fue la primera montaña que subió?
M.M.: Fue en la región del Everest. Hice un viaje de 18 días atravesando tres cadenas montañosas de 5.000 metros: Kongma La, Chola y Renhola, en camino al campamento base del Everest.
SEMANA: ¿Qué se necesita para empezar?
M.M.: Lo primero es ver si el cuerpo funciona en altitud. Hay atletas superfuertes que no toleran la altura. Si no puedes respirar bien, tienes dolor de cabeza, no duermes, no comes, puede que no funcione. Si el cuerpo reacciona bien, se puede empezar a entrenar: correr, hacer pesas, nadar (que es excelente para la respiración), bicicleta también es muy bueno. También es muy bueno un curso de primeros auxilios. Tener ese conocimiento puede salvar vidas. Además, hay que estudiar sobre montaña, altitud, clima. Conocer el tipo de nubes, el terreno, hablar con personas que ya hayan subido. Empezar con senderismo, luego fines de semana, luego más altura y dificultad. Y aprender a escuchar el cuerpo. Vivimos tan acelerados que olvidamos conectarnos con nosotros mismos, y eso es esencial en la montaña.
SEMANA: ¿Qué tan costoso es subir el Everest?
M.M.: Puede costar entre 35.000 y 70.000 dólares, dependiendo del tipo de apoyo, equipo, guías, permisos, transporte, seguros, oxígeno. Yo invité a una amiga a que subiera con una agencia y le costó 100.000 dólares. Hay que buscar opciones, pero es caro.
SEMANA: Aparte de la fortaleza física, ¿qué ha sido lo más retador en términos mentales?
M.M.: Controlar las emociones. Todo se magnifica en la montaña. El frío, el dolor, la alegría, la tristeza. Aprender a respirar, centrarme, resetear... eso me ayuda a controlar esas emociones.

SEMANA: Hace tres semanas subió el Everest y luego el Lhotse. ¿Cómo se siente en ser la primera mujer colombiana en lograr esa doble cumbre?
M.M.: Feliz. Subir el Everest es un gran reto. Primero volamos de Katmandú a Lukla, y luego caminamos diez días desde los 2.400 hasta los 5.300 metros. Hacemos paradas, aclimataciones, subidas y bajadas. Luego vienen las rotaciones: base-campamento 1, dormimos; campamento 2, dormimos; bajamos. Segunda rotación: campamento base, campamento 2, luego 3 y bajamos. Y la última: subimos al campamento 4, Everest, luego bajamos y subimos al Lhotse. En total, casi dos meses. Es un proceso lento, con mucha paciencia.
SEMANA: ¿Se siente miedo?
M.M.: Esta vez no sentí miedo como tal, pero sí tuve dos momentos en los que la muerte estuvo muy cerca. Un compañero con quien compartimos campamento base murió subiendo otra montaña cercana. Estaba con nosotros tomando té y después ya no volvió. Tenía treinta y pico de años. Dijo que era su última montaña, y lo fue.
El segundo momento fue llegando a la cumbre, cuando vi cuerpos que llevan muchos años allí. Uno es un referente. El otro era un hombre africano que subió sin oxígeno el año pasado, pero no logró bajar. Su cuerpo está al lado de la cumbre.
SEMANA: ¿Cómo seguir a pesar de todo con esa misma pasión?
M.M.: Sí. A pesar de esos momentos, sigo. Esto es una pasión, una vocación. No solo hacia el deporte, sino hacia explorar el mundo y a mí misma. Yo nunca empecé a subir montañas pensando en convertirme en la primera o en ser reconocida por eso. Nunca fue la meta. Yo empecé porque me puse un reto a mí misma, porque me gustan las montañas, me gusta estar rodeada de ellas, aprender de ellas. Disfruto subir. Sé que es difícil: se suda, uno no se baña, se come mal, se duerme mal, hace frío… mil cosas. Pero me encanta. Cada montaña me ha enseñado algo distinto: una me preparó para el frío polar, otra para la resistencia física, y el Everest fue la combinación de todo. Para mí, más que ser la primera mujer colombiana en lograrlo, es haber cumplido un sueño que me propuse. Eso es lo que realmente importa.

SEMANA: ¿Le gustaría subir el K2?
M.M.: Sí, pero todavía no. Es una montaña muy técnica, peligrosa, empinada y expuesta. Se necesita más experiencia en ochomiles. El día que lo haga, quiero estar ciento por ciento preparada, porque ahí no hay margen de error. Es una de las montañas más letales del mundo. La pérdida es la vida, así de simple.
SEMANA: ¿Ha recibido algún apoyo del Gobierno colombiano para estas expediciones?
M.M.: No. Todo ha sido por cuenta mía o por patrocinadores privados. El Gobierno no ha estado presente en esto. Es un esfuerzo personal y, a veces, solitario. Pero bueno, uno aprende a moverse, a “guerreársela”, como decimos los colombianos.
SEMANA: ¿Qué representa para usted estar en una cumbre como el Everest?
M.M.: Es la posibilidad de demostrarme a mí misma hasta dónde puedo llegar. Es ver que los sueños, por grandes que sean, sí se pueden cumplir. Subir una montaña no es solo físico, es mental, es emocional. Es un compromiso con uno mismo.
SEMANA: ¿Qué se necesita para que más mujeres colombianas puedan lograr lo mismo?
M.M.: Primero, querer hacerlo. Esto no es como jugar fútbol, esto puede costarte la vida. Hay que hacerlo con pasión, con seguridad, con responsabilidad. Y sí, se necesita apoyo: financiero, técnico, emocional. Pero también muchas ganas. Si está convencida, lo logra. En Colombia la peleamos con todo. Yo creo en eso.
SEMANA: ¿Qué consejo les da a quienes están pensando en empezar en el montañismo?
M.M.: Que empiecen poco a poco. Que escuchen su cuerpo. Que se eduquen, que busquen compañía y que no tengan miedo de fracasar. En la montaña se aprende de los errores, de los tropiezos. Y que disfruten el camino, no solo la cima.