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La muerte puede esperar: el día que intentaron asesinar al papa Juan Pablo II
Según un nuevo libro, desde el emperador Constantino hasta el papa Francisco, la Iglesia ha ocultado asesinatos, estafas y corrupción. Tal vez por eso ha sido atacada. Este es un aparte del atentado contra el sumo pontífice en 1981.
Las amenazas del papa Francisco no ha sido el único hecho violento contra la máxima autoridad de la iglesia católica en la Tierra. Como lo cuenta magistralmente el periodista argentino Ricardo Canaletti en su libro Crímenes sorprendentes en el vaticano, en 1981 se llevó a cabo un plan del Ayatola Jomeine para acabar con la vida del papa Juan Pablo II. En este capitulo, el autor recuerda como fue ese hecho y que pasó con su agresor, Mehmet Ali Ağca.
“Mehmet Ali Ağca esperaba entre la multitud reunida en la Plaza de San Pedro que pasara Juan Pablo II. Lo iba a matar. Tenía consigo una pistola 9 milímetros. Era el 13 de mayo de 1981. A las 17:19, el papa viajaba en el coche oficial descapotado saludando a la muchedumbre que lo aguardaba en la plaza para escuchar la audiencia general de los miércoles. Ağca llegó a Roma en un tren desde Milán. Allí lo esperaban tres cómplices –un turco y dos búlgaros–, quienes previamente habían recibido órdenes de un mafioso llamado Bekir Çelenk. El plan era fácil. Ağca y uno de los búlgaros tenían que disparar contra el papa, detonar luego un pequeño artefacto para distraer la atención y escapar hacia la Embajada de Bulgaria. Cuando llegó la hora, ambos terroristas se encontraban sentados, simulando que escribían postales. Justo en el momento en que Juan Pablo II pasó delante de ellos, Ağca disparó con su pistola Browning de 9 milímetros. Se oyeron varios disparos.
Cuatro tiros dieron en el papa, uno en el codo derecho, otro en el dedo índice y dos más, los de mayor gravedad, en el estómago. Otras dos personas fueron alcanzadas por dos balas. Todo sucedió muy rápido, pero varios testigos lograron impedir que Ağca continuase disparando e, instantes después, el jefe de Seguridad del Vaticano, Camillo Cibin, atrapó al turco. En el bolsillo de su pantalón encontraron una nota que decía: “Yo, Ağca, he matado al papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo”. No lo consiguió. Rápidamente, Juan Pablo II fue llevado al Policlínico Gemelli, donde lo operaron durante cinco horas y veinte minutos. Su satisfactoria recuperación hizo pensar a los católicos que se había producido un milagro, más al coincidir la fecha del atentado, casualmente, con la de las apariciones de la Virgen de Fátima.
Ağca nació el 9 de enero de 1958 en Hekimhan, un suburbio de Malatya (Turquía), en una familia humilde. No hay información alguna acerca de si fue a la escuela, pero sí que trabajó desde muy chico ayudando a su familia. Vendía agua y recogía los restos de carbón que encontraba en la estación de tren.
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De joven cometió pequeños delitos, y su carácter terminó de forjarse en las pandillas callejeras de su barrio. Allí entró de lleno en el tráfico de droga. Su personalidad se endureció cuando perfeccionó sus técnicas de agresión con el entrenamiento que recibió por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Durante dos meses, Ağca aprendió a utilizar toda clase de armamento y a instruirse en tácticas te rroristas en Siria. Al terminar, se alistó como miembro de los Lobos Grises, organización de extrema derecha que depen día del partido Movimiento Nacional del coronel Alparslan Türkeş. Cometieron infinidad de atentados contra comunistas y kurdos y desestabilizaron un país de frágil economía y estabilidad política. Sobrevino entonces el sangriento golpe militar del 12 de septiembre de 1980, con más de seiscientos mil detenidos.
El primer asesinato con el que se relacionó a Ağca fue el del periodista liberal turco Abdi Ipekçi, a quien mató el 1.° de febrero de 1979 por orden del Movimiento Nacional. Las autoridades lo detuvieron y, cuando iba a ser condenado a muerte, Ağca se fugó el 23 de noviembre. Parecía algo imposible, ya que lo habían recluido en la cárcel más segura del país, la de Kartal Maltepe, al sudeste de Estambul. Su huida se prolongó hasta el mismo día en que intentó asesinar al papa Juan Pablo II, es decir que, cuando disparó en la Plaza de San Pedro, Ağca estaba en condición de prófugo en su país. Durante más de dos años de clandestinidad, empleó toda clase de estratagemas para evitar la justicia. Falsificó pasaportes y cambió de apariencia, logrando cruzar países como Bulgaria, la República Federal de Alemania, Suiza, Túnez, Italia y España sin despertar sospechas. Numerosos especialistas en la materia apuntan a que siempre tuvo benefactores que lo ayudaron en su fuga, grupos de ultraderecha. El Vaticano se convertiría en su última y definitiva parada.
El juicio por el atentado contra Juan Pablo II se realizó en breve tiempo. El tribunal italiano lo condenó a cadena perpetua y a la pena especial de “aislamiento”. Fue en julio de 1981. Dos años más tarde, Juan Pablo II visitó a Ağca en la cárcel. Antes, el pontífice ya había declarado que rezaba por él y que lo había “perdonado sinceramente”. Y aquella absolución se la quiso trasladar el 27 de diciembre de 1983, cuando verdugo y víctima charlaron cara a cara durante dieciocho minutos de manera confidencial. El terrorista insistía en ser “el instrumento inconsciente de un plan misterioso”, una mentira que ocultaba intereses políticos. Si la imagen del atentado dio la vuelta al mundo, la del perdón a Ağca habría removido su propia conciencia, y poco después se convirtió al cristianismo. En mayo de 1989, y por su buena conducta, el Tribunal de la ciudad de Ancona le redujo en casi dos años la pena de cárcel. En junio de 2000, el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi lo indultó, y el ministro de Justicia, Piero Fassino, le concedió la extradición a Turquía para que cumpliese condena por los delitos cometidos antes de 1981 en ese país. Permaneció en la prisión especial de Kartal hasta enero de 2010, momento en el que fue liberado.
Desde entonces son muchas las teorías que circulan acerca de los verdaderos motivos que llevaron a Mehmet Ali Ağca a atentar contra Juan Pablo II. Entre ellos se destaca un plan fraguado por Moscú y los servicios secretos de la KGB, en connivencia con Bulgaria y Alemania del Este.
No obstante, a lo largo de 2014, el propio Ağca reveló en una de sus autobiografías, la titulada Mi avevano promesso il paradiso. La mia vita e la verità sull’attentato al papa (“Me prometieron el paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado contra el papa”), que solo cumplió las órdenes dictadas por el ayatolá Jomeini, quien veía a Juan Pablo II como “el portavoz del diablo en la Tierra”. Si lo asesinaba, sus actos se verían recompensados. Debía matar por Alá. “Mata por él, mata al Anticristo, mata sin piedad a Juan Pablo II y después quítate la vida para que la tentación de la traición no ofusque tu gesto”, habrían sido las palabras que le dijo Jomeini a Ağca durante la reunión que mantuvieron. De todos modos, las más de cien versiones que el terrorista ha dado sobre lo ocurrido no lograron despejar las dudas sobre los motivos reales que, aún hoy, siguen sin conocerse”.