Entrevista
“Hay que hablar de frente de los problemas de salud mental”: el hombre detrás de ‘Suso, el paspi’ revela cómo ha logrado recuperarse de su depresión
Dany Alejandro Hoyos, el hombre detrás de Suso el Paspi, se lanza como escritor y publica ‘El árbol de guayacán’, un relato en el que narra la dolorosa pérdida de su abuelo por culpa del covid.
SEMANA: A Dany Hoyos siempre lo hemos visto detrás de su personaje de ‘Suso, el paspi’. ¿En qué momento se aleja de los escenarios y se pone en la tarea de escribir este libro?
Dany Hoyos: En realidad, escribo desde hace 20 años, pero nunca había publicado. Escribo cuentos y otras cosas como un ejercicio personal, pero esta vez me dediqué a publicar porque llevaba seis meses con esta historia en la cabeza. Fue un momento muy difícil como familia la muerte de nuestro abuelo Mario. Cuando tuve algo robusto, comencé a buscar editoriales, y sucedió que le mandé a Editorial B los primeros capítulos. Pasaron muchos meses. Yo seguí escribiendo y al final me respondieron que les interesaba mi libro y querían publicar.
SEMANA: ¿Por qué nunca se había atrevido a compartir eso que escribía?
D.H.: Sí, mucha gente no sabe que escribo. Y este libro no es gran cosa, hombre. Es una ópera prima que irá cogiendo forma con los lectores. Escribir es algo que he vivido en la intimidad de mi casa. Siempre me la paso escribiendo cuando no estoy en un escenario. Escribo comedia o literatura.
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SEMANA: ¿Este libro le sirvió para hacer el duelo?
D.H.: Sí. Todos tenemos formas de tramitar nuestros dolores, a mí me sirvió mucho escribir después de que mi abuelo murió y hacerlo con el dolor presente. Al escribir encuentra uno explicación a cosas o se da cuenta de que otras no la tienen. El tema de la muerte ha sido constante en mi vida por el dolor que nos genera la pérdida de un ser querido. Este libro es un homenaje a mi abuelo, a mi familia y a mi abuela. A ellos, que fueron campesinos. Es un libro para el duelo, para hacer catarsis. Si no hago este libro, me enloquezco.
SEMANA: ¿La escritura es sanadora?
D.H.: Es terapéutica, más bien, porque igual el dolor continúa. Te permite reflexionar y es un encuentro con uno mismo, cuando escribes hablas contigo. Es como una forma de meditar.
SEMANA: En este libro usted recoge la rabia y la incertidumbre que vivieron millones de hogares al tener a un familiar contagiado gravemente de covid en los primeros meses de la enfermedad. ¿Cómo fue el proceso de revivir ese dolor?
D.H.: Tomé de lo que vivimos como familia, lo que observaba en las clínicas, lo que contaban los amigos, las familias cercanas y los médicos. Fue revivir con dolor lo que representó no poder despedirse de un ser que uno ama. Creo que eso fue lo más duro. Que los familiares no hubiéramos podido despedirnos en vivo, sino por un celular prestado. Decir adiós habría hecho más llevadera la pérdida. Cuando tú entregas un familiar a una uci y te lo devuelven muerto, es un dolor indescriptible, difícil de superar y hace el duelo diferente. Este libro es un homenaje a quienes perdieron un ser amado por el covid.
SEMANA: El libro menciona que el covid disparó las enfermedades de salud mental, que en algún momento a usted mismo lo afectaron.
D.H.: A riesgo de sonar egoísta, para mí el encierro fue una maravilla porque descansé de tanto viajar, de tanto trabajar. Me atormentaba mucho ver la gente sufriendo, que la gente no tenía para comer, sin trabajo, qué iba a pasar con el mundo.
SEMANA: ¿Pero lo afectó en esas situaciones de depresión, que usted en algún momento ha confesado tener y que incluso lo llevó a crear una obra de teatro para crear conciencia del tema?
D.H.: Mucha gente decía que lo mío era depresión, pero en realidad era abulia, que es como falta de voluntad, un desgano y una apatía frente a las cosas, incluso, las importantes. Todo el mundo ha estado deprimido en algunos momentos, yo también lo he estado. Creo que hay que hablar de frente de los problemas de salud mental, que fue lo que intenté hacer en la obra de teatro ‘Suso a la carta’. De hecho, mucha gente de mi familia vino a saber de estas situaciones cuando salí en un programa de televisión. Pero la salud mental no debe ser un tabú. Hablar de eso debe ser normal y con naturalidad, como tener diabetes o rinitis.
SEMANA: ¿Y cómo es vivir con la abulia, que no parece ser una enfermedad muy común?
D.H.: Con el tiempo he aprendido a relajarme con eso. Tuve mucha terapia. Mucha gente la vive y no sabe que la tiene. Yo simplemente voy al psiquiatra, sigo con mi proceso. Un día descubrí que, si uno come bien y duerme bien, las cosas mejoran. Desde hace un buen tiempo he estado estable mental y emocionalmente, hace unos tres años. Bajé mi carga laboral, les di prioridad a otras cosas, a la familia, por ejemplo. Una de las cosas que me duele, y por eso estaba el libro, es que yo tenía a mi abuelo vivo y ese abuelo estaba muy vital, muy tranquilo, muy lúcido, y mi sueño era disfrutarlo más ahora que ya había tomado esas decisiones de cambio de vida. Y por eso fue tan doloroso que él se hubiera ido por culpa del covid.
SEMANA: ¿Llegó a hablar con su abuelo de esos problemas de salud mental que lo afectaban?
D.H.: No, con mi abuelo me sentaba a que él me enseñara de la vida, eso siempre me hizo feliz. De eso otro no se hablaba. Me gustaba escucharle sus historias de cuando era joven, de sus cultivos, de la vida en el campo, del amor. Pero sí me habría encantado tenerlo vivo para disfrutarlo más ahora que aprendí a vivir la vida con más plenitud.
SEMANA: ¿El humor le ha servido para desmarcarse de esas situaciones que estaba viviendo?
D.H.: El humor me salvó; tiene dos características, la distancia y el tiempo. Yo con lo de mi abuelo no me atrevo a hacer humor, porque no he tomado la distancia suficiente de su partida. Posiblemente, con la distancia del tiempo, pueda asomarme a ese momento de la vida y verlo de otra manera. El humor sirve como catarsis. Cuando me sucede algo, me pregunto cuál es la mejor manera de tramitarlo, de contarlo. Y, cuando pensé en mi historia de salud mental, entendí que la mejor manera, la más amable, de acercar ese tema era a través del humor. No escribir un libro de salud mental, por ejemplo, porque ya hay muchos. Y lo hice a través de Suso en la obra de teatro.
SEMANA: ¿Qué tanto tiene Dany de Suso, ese personaje que lo ha hecho tan célebre en la televiisón y el teatro?
D.H.: Yo no soy Suso, como Mario Moreno no fue Cantinflas. Fue un personaje que nació en medio de un ejercicio de teatro. Probablemente, tengamos cosas en común. Me habría enloquecido haciendo Suso a toda hora, él solo está en los escenarios. Y el día que ya no lo quiera representar más mi vida seguirá, porque era simplemente eso, un personaje que interpretaba. Soy una persona más seria en mis cosas, tímido, temeroso ante el público, cero rumbero... Solo me gustan cuatro cosas en la vida: el fútbol, la salsa, la literatura y la comedia.
SEMANA: Usted ha tenido muchos oficios: vendió comidas en la calle, fue hasta árbitro de fútbol. ¿En qué momento cambió los madrazos en las canchas por las risas de la gente?
D.H.: Cuando entré a la escuela Tutucán. Encontré que tenía el talento de hacer feliz a la gente. La misión de mi vida es transmitir emociones con mi trabajo. Y, como vi que podía generarles eso a las personas, me quise profesionalizar en el humor. Empecé a leer sobre el tema. A prepararme.
SEMANA: Una de sus abuelas también intuyó que usted tenía esa facilidad.
D.H.: Era mi abuela paterna. Y a mí me gustaba verla feliz, le contaba chistes y ella también me los contaba y le hacía imitaciones de los familiares y las amigas. En cambio, mis abuelos maternos, de los que hablo en el libro, eran mucho más serios.
SEMANA: Y con este abuelo, ¿cómo vivió ese brillo que le ha traído el humor?
D.H.: Papito lo veía como yo lo veo, que se me hace maravilloso: como un trabajo. No lo trasnochaba que su nieto fuera famoso. De hecho, cuando le decían: ‘Usted es el abuelo de Suso’, él respondía: ‘Ah, sí, pero hace tiempo no lo veo’. Porque temía que le empezaran a pedir cosas. Recuerdo que siempre me enseñó a tener los pies sobre la tierra, a no creer en las trampas de la fama.