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El adiós a la diva descalza: Totó la Momposina se despide de los escenarios. Esta ha sido su maravillosa vida en la música
La más importante exponente del folclor colombiano dice adiós a su carrera luego de seis décadas de vida artística, aquejada por el Alzheimer y dificultades del habla. Retrato de la gran matrona del Caribe.
Celia Cruz lo intuyó desde el primer momento en que escuchó el registro de soprano de la joven Sonia Bazanta, por allá en los años 60, en una de esas tertulias que organizaba un amigo cercano a su familia, Gustavo Vasco Muñoz, un abogado y profesor que solía reunir en su casa a personajes de la intelectualidad bogotana.
“Esa muchacha va a llegar muy lejos”, se le escuchó decir a la Guarachera de Cuba, como una sentencia que se cumplió al pie de la letra: Sonia se convirtió en ‘Totó, la Momposina’, la más celebrada representante del folclor colombiano, que después de seis décadas de vida artística y con 82 años a cuestas dijo adiós a los escenarios.
Solo la enfermedad logró doblegar a la hija de Talaigua Nuevo, Bolívar, que en 2021 fue diagnosticada con Alzheimer, y en 2016 con afasia, una enfermedad que genera dificultad en el habla y que comenzó a acosarla, en Mompox, en pleno concierto, cuando sus músicos advirtieron que había trastocado la primera estrofa de La Piragua: “Me contaron que hace tiempo navegaba”...
Lo recuerda Patricia Iriarte, periodista y biógrafa de la artista, que se ha pasado las últimas dos décadas siguiendo los pasos de la que bautizó como ‘la diva descalza’, por su particular estilo de cantar sin zapatos en los escenarios del mundo.
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En su libro ‘Totó: nuestra diva descalza’ (Planeta), la también investigadora musical documenta las dificultades de salud por las que atraviesa la matrona del folclor colombiano, y el enorme esfuerzo que representaba para ella cantar y bailar.
Este año, Totó —nacida en una familia de músicos que abarca cinco generaciones— había conseguido arrancar aplausos en el Festival Lollapalooza en Chile e intentó hacer lo propio en el pasado Petronio Álvarez, en Cali, donde no pocos vieron con preocupación cómo la maestra confundía los versos de sus canciones.
Es el epílogo de una prodigiosa carrera con la que llevó sus bullerengues, chandés y chalupas por los más importantes escenarios del planeta: desde el Radio City Music Hall, en Nueva York; el Kennedy Center, en Washington; el Barbican Centre, en Londres; la sala de conciertos Oktjarbrskaja, en San Petersburgo; hasta la Casa de América, en Madrid, y el festival WOMAD (World of Music, Arts & Dance).
La propia Totó, que estudió en la Sorbona historia de la danza y de la música y canto en el Conservatorio de la Universidad Nacional, asegura que su verdadero oficio es el de cantadora.
Dueña de una voz prodigiosa que fluye con la fuerza misma del río Magdalena, para Totó ser cantadora es algo que “se descubre el día en que uno nace y uno da su primer grito. Los que gritan con armonía son los que van a cantar, y dice mi mamá que yo grité con armonía. Pero además de ese talento natural, debes ser disciplinada con el canto. Hay músicos de paso, de ventú, y músicos artistas, que llevábamos la música como una misión de vida”, dice orgullosa.
Mucho antes de que Colombia celebrara su talento, que según Iriarte solo se dio hasta la década de los años 90, en 1983 Totó grabó en París su primer disco: “Totó la Momposina y sus tambores: Colombie”.
Un año antes, hace justo cuatro décadas, puso a bailar a la reina sueca durante la entrega del premio Nobel de literatura a Gabriel García Márquez, entonando la cumbia “Soledad”.
“Ese día llenamos de calor el frío Estocolmo. Narramos, como en un buen libro de Gabo, la magia de nuestro folclor, la riqueza ancestral de nuestros músicos y nuestro país”, recuerda la artista.
Pocos sabían, al otro lado del mundo, que esa negraza de risa encendida había padecido la violencia política, como otros millones de colombianos.
Siendo una niña, el conflicto obligó a su familia a huir de Villavicencio —a donde habían llegado desde el Caribe persiguiendo días más prósperos con el oficio de zapatero de don Daniel Bazanta, su padre— y trasladarse a Bogotá.
Allí, en una casa del barrio Las Cruces, en pleno centro, su madre comenzó un grupo de baile del que Totó surgió como una cantante prometedora en la década de 1950, formando su propia agrupación una década más tarde.
Luego de algunas apariciones en la naciente televisión nacional y varias presentaciones que la llevaron fuera del país, Peter Gabriel, músico británico creador de Real World Record, la impulsó a grabar “La candela viva”, disco emblemático con el que Totó se consagró en la escena del world music.
Luego llegaron los álbumes “Carmelina” (1996), “Pacantó” (1999), “Gaitas y tambores” (2002), “La bodega” (2010) y “El asunto” (2014).
También los reconocimientos: en 2006, premio a toda una trayectoria en WOMEX, un reconocido proyecto internacional de apoyo y desarrollo de músicas del mundo con sede en Berlín y el Grammy Latino a la Excelencia Musical en 2015.
No fue profeta en su tierra
Sin embargo, reflexiona Iriarte, “con Totó sucedió que solo comenzó a ser valorados en Colombia después de que fue valorada afuera. Antes de que se ganara en su propio país el reconocimiento que merecía, ya había recorrido Centroamérica, Estados Unidos y Europa”.
Y agrega que si bien artistas como Lucho Bermúdez habían rescatado algunas canciones populares del Caribe para llevarlas al formato ‘big band’, Totó se propuso “rescatar el sustrato de la música del Caribe, de la depresión momposina, del litoral Caribe”.
Lo hizo a través de sus propios protagonistas, a quienes con paciencia escuchó y les aprendió. Viajó de pueblo en pueblo, a lo largo de 11 municipios, para investigar los ritmos y bailes y el arte de las cantadoras, mujeres campesinas que viven la música mientras cultivan yuca, plátano y ñame en los patios de sus casas. Gracias eso, Totó sacó la música de tambor de las fiestas de diciembre de esos rincones y las popularizó por el mundo.
Fue un viaje a la semilla que emprendió gracias a la complicidad de Livia Vides, su mamá, que convirtió su casa en Bogotá en una suerte de embajada del Caribe por donde pasaron grandes figuras como Abel Antonio Villa, Alejo Durán y Los Gaiteros de San Jacinto.
Un legado que descansa en sus tres hijos: Marco (su tamborero hace medio siglo); Eurídice, que difunde el folclor en Europa; y Angélica María, odontóloga de profesión, pero que siempre saca tiempo para la enseñanza de las danzas tradicionales del Caribe en México, donde vive actualmente Totó.
Una mujer para quien la música “ha sido luz y alfabeto, raíz y semilla. Siempre he dicho que cantaría hasta el día que la vida me permitiera hacerlo, a eso fue que vine a este mundo”.