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Andrés Parra se sinceró sobre su retiro actoral, sus proyectos a futuro y su corazón, “mi propósito no era la actuación”
Andrés Parra habla sobre su futuro en el mundo de la actuación, el amor, el dolor, su paternidad y la fama.


Más allá del reconocimiento, del personaje que lo hizo icónico o de los reflectores de la televisión y el cine, Andrés Parra encontró un propósito. Uno distinto, uno que nació de la vulnerabilidad y del dolor, y que transformó en una experiencia catártica para él y para miles de personas. En Venga que sí es pa’ eso, su espectáculo unipersonal, el actor colombiano se desviste frente al público, no con disfraces ni personajes, sino con su historia real, sus heridas y su risa más honesta. SEMANA conversó con el artista sobre su stand up comedy, su vida personal, el amor, la actuación y lo que le depara el futuro.

SEMANA: ¿Qué es Venga que sí es pa’ eso?
Andrés Parra: Aún seguimos tratando de definir qué es, pero yo diría que es un ejercicio en el que por fin encontré la forma de decir lo que yo tenía para decir, de compartir con la gente una experiencia muy dolorosa, muy personal. Un poco mi historia también desde la niñez. Y en el ejercicio, entonces, lo que empieza a aparecer es lo traumatizados que estamos, lo heridos que estamos, lo jodidos que estamos todos.
Es un espectáculo mal hablado, basto, burdo, real. Porque mi intención es que la gente se sienta como en la sala de mi casa. Ha sido sorprendente porque la gente conecta un montón. Mucha gente reconociéndose y viéndose ahí, siendo ese niño vulnerable también. Yo creo que está bueno dejar de tener tanta vergüenza por compartir lo malo.
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Hay una tendencia a compartir lo bueno todo el tiempo y ese positivismo tóxico de redes sociales en donde solo mostramos lo bueno, que está jodiendo a las generaciones más jóvenes. Yo decidí irme por el otro lado: comparto todo lo malo, todo lo feo, todo lo que debería ser aplaudido, pero sobre lo cual no se habla. Y creo que ese es el éxito del show. Es honesto y no es pretencioso. Me paro ahí y soy yo en bola.
SEMANA: Ese show lo ha ayudado entonces a encontrarse consigo mismo…
A.P.: Hoy en día creo mucho en que uno sí viene aquí con algo. Como un propósito. Uno tiene una misión. Todo está perfectamente armado. El tema es uno estar lo suficientemente atento para darse cuenta a qué vino. Hay gente que está demasiado distraída tratando de hacer plata, complaciendo a sus papás, a la pareja, etcétera.
Yo siento que todo lo que pasó conmigo era para esto. Mi propósito no era la actuación. La actuación era un mecanismo para que esto llegara a la mayor cantidad de gente posible, porque esto está transformando a la gente. Esa no era la intención inicialmente. Pero se fue traduciendo en eso. Creo que la fama, el reconocimiento, todo eso, era para llegar a este punto.

SEMANA: Si su propósito no era la actuación, ¿eso significa que su retiro es muy probable?
A.P.: Yo me hago actor sin saberlo, casi que por terapia. El arte vino a salvarme la vida un poco. Yo empecé a los 8 años cuando vi una obra de teatro y dije: esto es lo que yo necesito. En ese momento no entendía qué era lo que yo necesitaba. De eso me di cuenta muchos años después: que es un niño que se quiere desaparecer, por un lado, y que quiere ser visto, por el otro.
Ese niño crece, se hace cargo, se ocupa, va sanando. Ahora lo que hay es un adulto que ya se dio cuenta de que sin la atención de los demás también tiene un valor. Y que el chiste no es esconderse, ni disimular y desaparecerse, el chiste es ser uno. Cuando yo me di cuenta de eso, es como si la actuación dijera: “Ya no necesitamos tanta atención, ya no necesitamos desaparecer de nuevo”. Y eso va ligado a otra cosa y es que todo lo que rodeaba la actuación perdió importancia.
Yo logré quitar todo el ruido alrededor, ahora somos el oficio y yo trabajando solitos. Para mí los premios, la fama, la alfombra roja, la entrevista, la portada, eso para mí ya se cayó.
Ya me di cuenta de que un premio no es nada en la vida, que el prestigio, la fama, el reconocimiento no valen nada. Empiezo a preguntarme: ¿será que yo sí quiero seguir actuando? Y la respuesta es “No lo sé”. Yo sí quiero parar para concentrarme en mi show. Puedo cambiar de opinión, sí, y no pasa nada. Lo que sí es cierto es que el trabajo está agarrando una pureza distinta y no sé si me voy a retirar.
SEMANA: ¿Cómo ha sido el proceso de ser padre, pero también artista? Especialmente ahora que estará por fuera del país durante un largo periodo
A.P.: Yo tengo un hijo de 5 años y tenemos un acuerdo de custodia compartida: mamá está con él de lunes a lunes y papá también. Entonces, cuando me llaman de la gira, digo: “Solo puedo de lunes a lunes, una o dos veces al mes”. Dejo a Samuel en el bus del colegio y salgo al aeropuerto. Así se ha hecho la gira. Samuel no ha sentido la ausencia. Si se atraviesa un fin de semana, llamo a Diana, todo bien, hacemos cambios y listo. Samuel ya está en una edad en la que no quiero irme tres meses a México a filmar. Ya no. Entonces digo: “Puedo hacerlo, pero necesito esto: ir a Bogotá al menos una vez al mes y estar un fin de semana con mi hijo. Si les funciona, voy. Si no, no pasa nada”. Como ya esto no me preocupa tanto, se alineó todo. Estoy todo el año de gira, pero la mitad del tiempo estoy con Samuel.
SEMANA: ¿Cómo está su relación con su expareja? En otras entrevistas ha dicho que es una gran maestra.
A.P.: Sí, es una maestra. Y es muy lindo eso, porque uno a veces envidia las relaciones que terminan bien y lo más común es terminar mal y no querer ver al otro. Pero hay algo muy hermoso en llegar a ese punto de decir: “Ya no estamos juntos, pero honramos lo que fuimos. Con respeto y con amor”. Mientras no entendamos que las relaciones que nos han llevado al límite, que nos han hecho daño o nos han confrontado son valiosas, vamos a seguir muy resentidos con las exparejas.
Porque creemos que la pareja ideal es la que no nos toca ninguna fibra, cuando en realidad la más importante es la que sí nos confronta, la que nos muestra lo que somos. Cuando uno entiende el beneficio detrás del supuesto daño, del dolor o la incomodidad, se vuelve agradecido. Y empieza a dejar de tenerle miedo al dolor, porque ya entiende su función real: crecer y transformarse.
SEMANA: ¿Cree que la alegría no tiene ese poder?
A.P.: La alegría no tiene esa capacidad, lamentablemente. El ser humano se transforma en el dolor. En el sufrimiento. En el acto de sentarse a estar ahí, sin poder hacer nada. Porque es tanto el dolor que no hay escapatoria. Y entonces el universo lo sienta a uno a escucharse, a pensar, a revisar. Pero vivimos en una cultura del “no duela”, y así perdemos oportunidades de crecer. Cada vez que pase algo difícil, uno debería poder parar y decir: “¿Qué es esto? ¿Qué me viene a mostrar?”. Y eso a mí me ha distanciado mucho del papel de víctima. Ya no me identifico con él, porque uno no se hace cargo de nada, y se estanca. Por eso hay que darle su lugar al dolor. Y cuando uno lo hace, ¿qué pasa? Que saborea mucho más la vida, porque ya no le tiene miedo al dolor.

SEMANA: ¿Cómo está su relación hoy con el amor? ¿Está abierto a una nueva relación?
A.P.: Estoy en un punto en el que recuperé la fe. La había perdido, pero ha vuelto. Uno de mis traumas más profundos es que crecí en un hogar muy frío. Padres distantes. Nada de contacto, ni afecto, ni caricias. Eso no existía. Y claro, eso marcó mi forma de ver las relaciones. Era un hogar lleno de tensión. Entonces ese niño, yo, asumió que eso era un hogar. Y un día dijo: “Yo no quiero esto”. Pero al final, como uno repite los patrones, terminé en un hogar parecido. No quiero un hogar frío. Quiero uno cálido, uno donde no se acaben las caricias, la ternura, el deseo. Ese es el tipo de relación que quiero construir ahora. Cálida. Que si se enfría, se acaba. Porque yo ya viví eso y no quiero volver.