Reflexión

La ética en la cultura

Las denuncias de abuso de poder y corrupción en el Fondo de Cultura Económica precisan una pregunta por la ética en el sector cultural en Colombia.

Daniel Grajales Tabares *
2 de junio de 2020
Foto del Fondo de Cultura Económica en Colombia

Aseguraba el maestro Javier Darío Restrepo (1932-2019) que “deja de ser ético todo lo que viola los derechos de las personas”. Lo ético, en cambio, lo definía como aquello que “preserva esos derechos de los abusos de quienes ejercen el poder”. Repetía esas dos frases y abría decenas de debates para ejemplificar cómo la vida parece un examen permanente de ética.

Desde su perspectiva, con más de 25 años estudiando el tema de la ética, siendo  responsable del Consultorio Ético de la Fundación Gabriel García Márquez, proponía que, en todas las profesiones y oficios, por sencillos que parecieran, los seres humanos debían enfrentar desafíos como el ejercicio del poder, las relaciones con los otros, la toma de decisiones que pueden afectar a muchos y la reflexión como compañera necesaria.

Hoy sus ideas resultan propicias para el momento que vive el sector cultural colombiano, cuando el Fondo de Cultura Económica se enfrenta a denuncias de corrupción, abuso de poder y malos manejos, por parte de su director, el escritor y editor Nahum Montt.

Entonces, vale la pena cuestionar sobre la ética en la cultura nacional, contrastando las miradas de algunos pensadores.

Dice el investigador en cultura Germán Rey que la práctica de la ética en este campo no sería diferente a su aplicación en otras áreas de la vida social, como la economía, la política, la educación, la salud: “La ética es igualmente fundamental en la cultura que en todas las áreas. Sin embargo, en la cultura resaltan mucho más los problemas de ética, por la importancia que tiene en la vida comunitaria, por la percepción que tiene la gente sobre lo que es el mundo de la cultura. Los ciudadanos esperarían que pudiesen haber más problemas éticos en la política o la economía que en el ámbito de la cultura. Otra cosa es que no han sido tan frecuentes, se han presentado problemas, pero no es un campo donde suceden tanto”.

Para él, “deberíamos preguntarnos si estos problemas éticos se derivan de la propia condición cultural o de las relaciones que la cultura tiene con los procedimientos económicos, el trato de las personas, el manejo organizacional de las empresas culturales”. Esto, sin ignorar que “la cultura no es el campo de la pureza, porque hay muchas tensiones, muchos intereses, muchos problemas, como que ingresan dineros públicos que convierten a la cultura en un ámbito en el que se debe tener especial cuidado con el manejo de los recursos. Pasa en Colombia, en Francia, en Estados Unidos y en todas partes”. Rey recuerda la frase de Walter Benjamin: “No hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie”.

Al respecto, la historiadora Margarita Garrido, gestora cultural y profesora del Centro de Estudios de Historia de la Universidad Externado de Colombia, aporta que “alguien se podrá formar en una profesión, aprender a hacer algo, proyectarse como profesional, sea artista, gestor cultural, investigador, o lo que sea; pero lo decisivo es cómo lo ejerce. No importa solo el saber hacer, y en la cultura a veces pasa eso: hay una arrogancia enorme, un sentimiento de que somos los que miramos más profundamente, tenemos más bagaje y no se valoran suficientemente las relaciones con los demás, con los recursos y los valores que deben regir, el cómo se ejerce un cargo. A uno le dan un cargo público o privado, que en el caso de la cultura siempre será un bien público, para servir a la sociedad.

Algunas personas creen que están en un cargo para hacer favores a sus conocidos, algo que debe romperse inmediatamente, recordando la transparencia, la igualdad, la vigilancia, el control, que en especial tienen que ser asumidos por los servidores de la cultura. El sentido de que la cultura es intocable, pura, superior, tiene que ver con una idea muy trasnochada de lo ‘culto’, de una ‘élite cultural’, muy poco anclada en lo que hoy es, porque esa idea del siglo XIX de un mundo separado, ya no existe”.

A su vez, Adriana Urrea, filósofa, docente e investigadora, enfatiza en la importancia de la confianza. Se pregunta ¿cómo se hace para vivir en una sociedad si no se parte de la buena fe?, lo cual considera un principio ético, político, del derecho, que no debería abandonarse.

“Una persona llega a un cargo porque hay una confianza de por medio. Quien está ejecutando un proyecto cultural debe tener presente que hay una comunidad que partió de la buena fe, que se depositó una confianza colectiva para hacer una labor que va a aportar a las prácticas artísticas, a la sociedad, y eso no es inocente. Condeno que se destruyan la confianza y la buena fe. Hay que estar a la altura de esa confianza, ese es un valor ético, uno no le deposita confianza a alguien que trabaje por sus propios intereses, sino que espera que tenga claro que trabaja por una comunidad”.

Por su parte, Moisés Medrano, asesor en temas de cultura, enfatiza que es importante que el sector cultural colombiano incorpore, tanto en entidades públicas como privadas, “las prácticas del buen gobierno, ello implica el diseño de códigos de conducta que establezcan límites legales, éticos, de relaciones corporativas, para el óptimo desempeño de las organizaciones culturales”.

Los expertos coinciden en lo sorpresivas e indignantes que resultan este tipo de conductas en un sector que trabaja por la utopía, que se preocupa por el tejido social y por la responsabilidad corporativa, que busca transformar los imaginarios. Invitan a que todos los líderes, de la mano de sus equipos de trabajo, revisen constantemente sus actuaciones, extendiendo una invitación a la autoreflexión y recordando que el control es un ejercicio necesario para la salud del sector de la cultura.

* Daniel Grajales Tabares es periodista cultural