Guillermo Valencia Columna Semana

Opinión

Las nuevas reglas del poder: ¿cómo los ultimátums están redefiniendo el comercio global?

Lecciones del peso mexicano, los aranceles de Trump y la fragilidad de la cooperación.

Guillermo Valencia
2 de abril de 2025

Parte I: El dilema de ‘Golden Balls’

En 2007, un programa de televisión británico llamado Golden Balls emitió un episodio que se convirtió en un clásico de culto. En la ronda final, dos concursantes debían elegir entre “dividir” o “robar” un premio en efectivo. Si ambos elegían dividir, compartían el dinero. Si uno robaba y el otro dividía, el ladrón se llevaba todo. Si ambos robaban, nadie ganaba nada.

Según la teoría de juegos, la estrategia óptima es siempre robar: maximiza la ganancia potencial. Pero los humanos rara vez actuamos de forma óptima. Nick Corrigan, uno de los concursantes, lo entendió. Cuando su rival juró que robaría, Nick hizo algo radical: le entregó su bola de “robar” antes de que se cerrara la elección. “Si quieres robarlo, te dejo”, dijo. “Pero yo elijo dividir”. Ella rompió en llanto, dividió el premio, y Nick se fue con la mitad.

Este es el paradójico poder de la cooperación. El interés racional exige traicionar, pero la confianza —por irracional que sea— puede reescribir las reglas.

El Acuerdo de Mar-a-Lago de Donald Trump intenta hacer lo mismo con el comercio global: redefinir las reglas reemplazando la confianza con ultimátums.

Parte II: Del dilema del prisionero al juego del ultimátum

Durante décadas, el comercio operó como un dilema del prisionero. Los países tenían dos opciones:

  • Cooperar: reducir aranceles, aceptar dolor a corto plazo por ganancias mutuas a largo plazo.
  • Traicionar: imponer aranceles, desatando represalias y declive colectivo.

El dilema es que traicionar es racional para el individuo, pero desastroso para el grupo. Por eso surgió la Organización Mundial del Comercio (OMC): para incentivar la cooperación mediante reglas y reciprocidad.

El Acuerdo de Mar-a-Lago descarta este modelo. En lugar de un dilema del prisionero, impone un juego del ultimátum a escala global:

Propulsor (EE. UU.): “Acepten nuestros términos: dólar como moneda dominante, cadenas de suministro alineadas, políticas fronterizas… o enfrenten aranceles del 100 % y exilio económico”.

Receptor (el mundo): tómalo o déjalo. Sin negociación. Sin términos medios.

En este marco, Estados Unidos no es un jugador más. Es el creador de reglas.

Parte III: El precedente del peso mexicano

Para entender el potencial del Acuerdo, basta mirar al peso mexicano.

En 2019, Trump amenazó con imponer aranceles del 5 % a todos los productos mexicanos a menos que el país frenara la migración. México enfrentó un ultimátum clásico:

Aceptar: desplegar tropas en su frontera sur, evitando aranceles pero avivando tensiones soberanistas.

Rechazar: provocar aranceles, hundir el peso y arriesgar una recesión.

México eligió ceder. El peso, que había caído un 5 % durante la tensión, se estabilizó. Pero el episodio reveló una verdad más profunda: las monedas de economías pequeñas son rehenes en las guerras comerciales.

La caída del 15 % del peso durante las tensiones entre EE. UU. y China (2018-2019) mostró cómo los ultimátums convierten a los mercados cambiarios en armas. Los inversores tratan a las monedas emergentes como un referéndum sobre el riesgo geopolítico. Cuando EE. UU. amenaza, el peso no es solo una moneda: es un termómetro de la desesperación de México.

Parte IV: La economía del ultimátum

El Acuerdo de Mar-a-Lago escala esta dinámica a nivel global. Al amenazar con aranceles del 100 %, EE. UU. transforma el comercio en una elección binaria:

Zona verde: países que se alinean con los objetivos de EE. UU. (comercio en dólares, restricciones tecnológicas, pactos de defensa) mantienen acceso al mercado.

Zona roja: quienes resisten enfrentan el exilio financiero: sin liquidez en dólares ni acceso al mayor mercado consumidor del mundo.

Esto no es proteccionismo. Es localismo coercitivo. Al relocalizar industrias críticas (semiconductores, fármacos) y acumular commodities (petróleo, tierras raras), EE. UU. reduce su dependencia de otros mientras maximiza la dependencia ajena.

Los arquitectos del acuerdo aprendieron de la fragilidad del peso: Si México —que envía el 80 % de sus exportaciones a EE. UU.— cedió ante una amenaza arancelaria, ¿por qué no aplicar la misma presión a Brasil, India o Vietnam?

Parte V: La espada de doble filo del dólar

El ultimátum de Trump —“los Brics no reemplazarán al dólar”— no es solo bravuconería. Es un reconocimiento de que la hegemonía del dólar es la mejor carta de negociación.

Consideren:

● El 88 % del comercio global se factura en dólares.

● El 60 % de las reservas extranjeras son en dólares.

● EE. UU. puede congelar a sus adversarios del sistema financiero con un clic (ver: los $ 300,000 millones de Rusia bloqueados).

Pero la dependencia es bidireccional. Si EE. UU. instrumentaliza el dólar con demasiada agresividad, podría acelerar la misma desdolarización que teme. Esta es la paradoja del Acuerdo: su fuerza depende de la omnipresencia del dólar, pero sus tácticas podrían apresurar su declive.

Parte VI: El factor humano

Todas las teorías comerciales comparten un defecto: asumen racionalidad. Los humanos no somos racionales: somos emocionales, vengativos y orgullosos.

En 2019, el presidente de México pudo haber rechazado el ultimátum de Trump por principios, incluso si eso implicaba caos cambiario. Del mismo modo, los Brics podrían aceptar dolor económico para desafiar la coerción estadounidense.

La historia muestra que los ultimátums suelen fracasar. La Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, que elevó los impuestos a 900 importaciones en EE. UU., no protegió empleos: profundizó la Gran Depresión. El embargo petrolero de la Opep en 1973, una respuesta al apoyo de EE. UU. a Israel, no debilitó a América: impulsó innovación en energías renovables y nuclear.

El Acuerdo de Mar-a-Lago apuesta a que las naciones modernas son demasiado adictas a la liquidez del dólar para resistir. Pero la adicción lleva a decisiones desesperadas.

Parte VII: Las nuevas reglas

El legado del acuerdo depende de tres preguntas:

  • ¿Puede EE. UU. mantener la hegemonía del dólar mientras lo usa como arma?
  • ¿Encontrarán los mercados emergentes alternativas antes de que EE. UU. los aísle?
  • ¿Qué pasa cuando dos ultimátums chocan? (Ver: guerras tecnológicas entre EE. UU. y China).

Por ahora, las reglas favorecen a EE. UU. Pero como mostró Nick Corrigan en Golden Balls, el poder no es solo influencia: es percepción. Si suficientes naciones desafían la amenaza, el juego cambia.

Conclusión: La ilusión de control

En 1944, el Acuerdo de Bretton Woods estableció al dólar como moneda de reserva global. Era un sistema basado en ganancias mutuas: EE. UU. ofrecía estabilidad; el mundo ofrecía crecimiento.

El Acuerdo de Mar-a-Lago intercambia ganancias mutuas por control unilateral. Es audaz, disruptivo y lleno de riesgos. Pero como nos recuerda el peso mexicano, la desesperación fomenta sumisión… por un tiempo.

La lección: Los ultimátums funcionan hasta que dejan de hacerlo. Y cuando fallan, lo hacen espectacularmente.