
Opinión
El costo de la ingenuidad
A hoy, todavía hay ingenuos que no creen en esta película y me dicen que estoy loco.
Hasta ahora, lo único claro es que se cayó el mito que los colombianos teníamos la mal llamada malicia indígena. Que nos olíamos todo y que sabíamos qué iba a ocurrir. Petro, desde las elecciones del 2022, viene orquestando una toma del poder —una dictadura frente a nuestros ojos— y muchos hasta ahora se están dando cuenta.
Podríamos dividir todo este entramado en muchos pasos: algunos que ya han consumado, otros que están trabajando y los que les falta coronar. Miremos la secuencia para saber qué está pasando.
Lo primero y fundamental fue llegar al poder democráticamente. Yo pienso que, con trampa evidente, con plata sucia, convencieron a muchos sectores de opinión de que era necesario darle la oportunidad a la izquierda.
Lo triste, los intelectuales cayeron, salieron a apoyar a Petro sin restricciones. Algunos incautos o malévolos entraron a su Gobierno y cohonestaron con él. Olvidaron su pasado mediocre y pendenciero.
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Lo siguiente fue meterles miedo ante una eventual pérdida de investidura de Petro por las claras evidencias de fraude en las elecciones. Que lo íbamos a convertir en mártir, que nuestras instituciones son fuertes, que no podía hacer mucho daño y que tocaba dejarlo terminar hasta el 2026.
Después de lo anterior, utilizó las mismas armas de la política corrupta y clientelista para tener mayorías en el Congreso para que lo apoyaran en algunas iniciativas. Pero otras por absurdas y con contrasentido terminaron siendo negadas, a pesar de grandes sumas de dinero y contratos entregados. Todavía hay congresistas de partidos tradicionales entregados al Gobierno sin vergüenza.
La segunda gran etapa que viene en curso es la del desprestigio. Acabar con la separación de poderes y desacreditar todo lo que no sea el gobierno del cambio.
Al caerse la reforma laboral en el Congreso, se da pie para lanzar una consulta popular con sus principales puntos, que son los que más golpean la economía. Al ser negada por este, se lanzó a mandarla por decreto, en un claro símbolo de guerra contra el Congreso. Desacreditándolo y nombrándolo enemigo de lo que él llama “pueblo”.
Viene ahora cómo desacreditar a las cortes. Esto pasará cuando esta niegue, por inconstitucional, la consulta popular que la saca por decreto. En ese momento, creará también la narrativa que la rama judicial está en contra del pueblo, que nadie lo ha dejado gobernar para ellos.
Al mismo tiempo, hace dos jugadas adicionales. Por un lado, da impunidad a sus amigos, las guerrillas y narcotráfico, lo que genera una espiral de violencia en diferentes regiones y empieza a tener un lenguaje cada día más violento, paranoico y distractor, que divide cada día más a los colombianos.
Al mismo tiempo, destruye las finanzas públicas al gastar a borbotones y endeudar al país a niveles nunca vistos. Todo tiene que convertirse en caos.
Lo que falta tiene dos caminos. El primero, llamar a una constituyente tramposamente porque nada sirve, un camino demasiado complicado porque necesita de las cortes y el Congreso. El segundo, seguir escalando la violencia en todas sus manifestaciones para que no haya elecciones en el 2026, que sean aplazadas, y pueda quedarse en el poder.
A hoy, todavía hay ingenuos que no creen en esta película y me dicen que estoy loco. Ojalá tengan la razón.
No quiero terminar esta columna sin mandarle un abrazo y fuerza a Miguel Uribe, toda Colombia está orando por su recuperación.