Lanzamiento
Iván René Valenciano se confiesa: alcohol, mujeres y comida son los excesos con los que ha tenido que lidiar en su vida
Iván René Valenciano lanza su libro ‘El gol de la gloria’ en SEMANA. Confiesa todo sobre sus excesos, el trago, la cárcel, las mujeres, la comida. Las veces que vendió chatarra para sobrevivir, el hambre que aguantó, la depresión, el insomnio y la cantidad de plata que ganó y perdió por malas decisiones.
SEMANA: Iván René, gracias por hacer este lanzamiento exclusivo de su libro El gol de la gloria. ¿Qué vamos a encontrar en ese ejemplar?
Iván René Valenciano (I.R.V.): Vamos a encontrar de todo. Lo que es Valenciano, alguien claro, conciso, que siempre dice las cosas tal como son, como lo he dicho muchas veces; nunca me ha gustado ser alguien diferente. Siempre digo la verdad y en este libro vamos a encontrar todo ese tipo de cosas, polémicas que a la gente le encantan. Recomiendo el libro porque es conocer un poco más de lo que es Iván René Valenciano. Mucha gente habla, especula de lo que es el jugador de fútbol. De resto no sabe cómo es su vida, cuáles fueron sus cosas. Todo es basado en lo que dice la prensa, no lo que en verdad pasó y en este libro van a encontrar todo contado por Iván Valenciano y escrito por Germán. He tenido una vida, como todos, buena, regular y mala.
SEMANA: Usted quería ser basquetbolista o ingeniero de sistemas. ¿Cómo terminó convirtiéndose en un “bombardero” en el fútbol?
I.R.V.: Fue por una situación económica. Es la realidad de todo. Estábamos pasando por una situación difícil en ese momento. Mi mamá nunca quiso que yo jugara fútbol. Yo tenía un proyecto de vida en ese momento y era jugar basquetbol, estudiar becado, graduarme, ser ingeniero en sistemas, y por mi papá –que no me dijo absolutamente nada– terminé pateando una pelota. No soy desagradecido, pero la decisión la tomó él. Me dijo, este es el contrato que hay, va a jugar fútbol y de ahí para adelante todo fue patear una pelota, fue disfrutar de las cosas que tiene el fútbol, de la fama, que mi familia estuviera bien y que todos pasáramos rico. Mi papá resolvió así la situación económica.
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SEMANA: ¿Usted vivía en condiciones de miseria o cómo para que su papá escogiera el dinero por encima de los sueños de su hijo?
I.R.V.: No era en condiciones precarias, teníamos las tres comidas. Yo estudiaba en un buen colegio. Inicié, cerca de mi casa y después pasé a estudiar en un colegio militar donde hice tercero, cuarto y quinto de primaria, y ya mi papá no tenía la solvencia económica para pagar lo que iba a hacer mi bachillerato. Se decide que vaya a la Industrial y no me dejan entrar. Llegué al Inem por medio del basquetbol y después terminé en un momento jugando fútbol y ahí cambian muchas cosas. Miseria, no. A veces había para dos comidas, o a veces –como se dice en Barranquilla–, sobre todo los domingos, había para un solo tren: desayunas y almuerzas a las 4 de la tarde y no había más comida.
SEMANA: Y mientras llegaba el fútbol profesional, ¿qué otras actividades hacía?
I.R.V.: Destrozar un parque frente a mi casa para sacarle las varillas. Recoger latas de cervezas de aluminio para poderla vender como chatarra y ahí nos ganamos unos pesitos con un amigo y comprábamos gaseosa, pan y salchichón.
SEMANA: ¿Cómo es pasar de tener uno pocos pesos a ganarse las millonadas del fútbol? ¿Eso le dañó la cabeza?
I.R.V.: Te daña la cabeza desde todo punto de vista. Primero porque te crees el dueño del mundo. Siempre he sido de las personas que, más allá de cualquier cosa, el dinero para mí nunca fue la prioridad o fundamental. Disfrutaba de comprar las cosas, que mi familia estuviera bien, de poder comer bien. Por eso muchas veces la gente cree que todo lo que perdí me da duro. Me he caído y me he vuelto a levantar. Cuando me preguntan si extraño el fútbol, para nada. Extraño es el sueldo del fútbol.
SEMANA: ¿De cuánto fue su primer contrato?
I.R.V.: Estamos hablando de 70.000 pesos, que en esa época era mucho. Me ganaba 35.000 pesos mensuales. Con eso tenía que pagar el transporte, coger el bus que pasaba por ahí por mi casa en Simón Bolívar y llegaba hasta el Paseo Bolívar, agarraba el bus de la 54. Me bajaba en la 72 con 54 exactamente y caminaba unas tres cuadras, porque el club quedaba en la 57.
SEMANA: ¿Todo lo que se ganaba sí era para usted?
I.R.V.: No, mi papá arregló la venta. Nosotros no vimos un peso, ni mi mamá ni yo, de lo que él negoció, de lo que él me vendió a Junior. Lo que me ganaba yo, lo compartía con mi mamá. Siempre fue la persona con la que estuve más cerca. Lo que hacía en general era alrededor de ella. Por eso dentro del libro hay unos capítulos de momentos durísimos, lo que me tocó vivir con ella. Estuve en la miseria, quedando sin un peso, sin nada, sin con qué comprar una bolsa de agua.
SEMANA: ¿Es verdad, o no, que su mamá le advirtió: “El fútbol te lo va a dar y te lo va a quitar todo”?
I.R.V.: Ella me dijo un día sentado con ella: “El fútbol es algo que yo viví con tu papá y no tengo la mejor experiencia. No quiero que te pase a ti”. Yo le dije: “Má, yo no voy a ser igual que mi papá”. Terminé siendo igual y peor.
SEMANA: ¿En qué fue peor?
I.R.V.: Hablemos primero de lo bueno. Le aprendí a mi papá que nunca se dejaba vencer. En situaciones difíciles, fue la persona que se me acercó y me habló claro, eso me sacó de un bache profundo, aprendí su tenacidad. Lo malo, mamador de ron, mujeriego que lo aprendí yo. Él tuvo seis hijos y yo, cinco.
SEMANA: ¿El trago es su peor mal?
I.R.V.: Solo una vez jugué enguayabado. Fue un 18 de marzo que estaba cumpliendo años, jugábamos en Barrancabermeja. El día anterior me fui a una discoteca, me acosté a las 5 de la mañana y jugábamos a las 3:30 de la tarde. No fui ni siquiera a almorzar, llegué directamente al estadio y el profesor me puso de suplente. Ese día metí gol y ganamos 2 a 1. De resto, ni cuando estuve en Junior, Italia o a nivel profesional en otros países tuve ese tipo de inconvenientes. Siempre tomaba trago después de los partidos. Es más, cuando se acababan los partidos, en la concentración, metía mis frías, mis botellas de whisky y me tomaba mis tragos. De resto nunca me volé a tomar. En el libro se enterarán de esas realidades. Tomo trago desde los 16 años que tuve esa posibilidad de tomarme un aguardiente. También la comida, eso no me podía faltar por el tráfico de cuchara que pasamos. Mi hermano pasó de ser flaco a gordo. Cuando generé ingresos, comía y comía. Nunca le presté atención que al porcentaje de grasa, que estaba gordo. Si me tenían que hacer la pantaloneta y la camiseta XXL me las hacían. Los nutricionistas no podían conmigo, me mandaban que manzana o pera y yo, mandaba por una pizza, hamburguesa y lo que fuera para la habitación.
SEMANA: ¿Cuánto llegó a pesar?
I.R.V.: 110 kilos.
SEMANA: ¿Cuál es el mayor error que lo llevó a cometer el trago?
I.R.V.: Muchísimos. Hay que reconocer los errores, no se puede ocultar el sol con una mano. No me puedo echar mentiras yo mismo. Cuando me entregaron mi primer carro, le mandé a poner las llantas y a polarizarlo, Mientras le hacían eso, me puse a tomar los tragos, una botella de whisky, y cuando me entregaron el carro, iba bajando por la 51 con 84 en Barranquilla..., no sé en qué momento estaba metido en una cuneta y me bajé del carro y dije, ‘no le pasó nada’. Cogí un taxi y me fui para mi casa. Le dije a mi papá que lo fuera a buscar porque lo había rayado, mentira, que me lo mostraron al día siguiente, le había arrancado una llanta en la parte de atrás y estaba todo reventado de un costado. Lo arreglaron y a los 15 días eran los Juegos Nacionales, yo llevaba la antorcha. El día anterior tomé. Me pidieron correr con la antorcha y les dije que no, porque me podía morir. Salí de la inauguración a mi casa y me volví a chocar, lo metí a un bus por detrás. Lo volví nada, el chofer se bajó, le dije que fuera a mi casa por unas boletas para ir al estadio el domingo. Así solucioné.
SEMANA: ¿Le tiene rencor a su papá?
I.R.V.: Yo tenía dos años sin fluidez con mi papá. Un día me invitan a un partido en San Marcos, Sucre. Yo lo organicé. Me gané ese día 12 millones de pesos. Cuando llegué, fui a buscar a mi papá en la casa de mi abuela. Lo encontré ahí, sentado, en pantaloneta, le di un millón de barras para que se la vacilara. Se puso su pinta, sus bermudas, zapatos blancos con verde, anillo, cadena, reloj. Se ponía pupi con sus gafas tipo piloto. Ese día le dije que de todo lo que había pasado en los últimos años no lo culpaba. De pronto lo que yo quería en ese momento era que fuera mi padre y no mi representante. Que me ayudara, que me orientara, me guiara en lo que iba a hacer en la carrera. No como jugador de fútbol, sino como ser humano. De todas las cagadas que hice, no le echo la culpa a mi papá. Él me dio todo, pero el que hacía las cosas por propia voluntad y el desordenado era yo.
SEMANA: ¿Llegó a odiar el fútbol?
I.R.V.: Nunca llegué a odiar el fútbol. A veces no entendía, eran las críticas pero yo las callaba con goles. Eso me hace acordar del momento de Dayro Moreno. Mi hijo me dice que Dayro y Galván Rey necesitaron casi 500 partidos para hacer su marca y que si yo hubiera sido juicioso, otra sería la historia. Yo le respondí: “Ah, no. Hubiera hecho mil”. Mi vida ha sido un electrocardiograma. He estado arriba, he estado abajo, en la mitad, pero siempre he seguido siendo el mismo. Digo las cosas como son.
SEMANA: Usted vivió como hijo la etapa de su papá tomando trago, ¿fue dura?
I.R.V.: Sí, me tocó vivirla. Nunca se me va a olvidar un 8 de abril..., un tiempo después murió él. Tenía ocho meses sin tomar un trago y él estaba tomando ese día porque le había ido muy bien. Tenía puesta una gorra de la despedida mía. Fui a un evento, me llamó para que me fuera donde él con mis hermanos. Me pide tomarme los tragos, me insistía. Yo no quería y él me dijo, tú no sabes cuándo me voy a morir y si vas a volver a tomar conmigo y esa fue la última vez que tomé con mi papá. Tengo una camiseta con la foto impresa de ese día de los tres.
SEMANA: Usted estuvo en la cárcel. ¿Qué cuenta de eso en el libro?
I.R.V.: Sé lo que es pasar por una cárcel, no solamente en Colombia, también en Estados Unidos, que es más dura. No tienes ningún privilegio, no eres nadie. Eres uno más, eres un número. Así de sencillo. En Colombia vas a la parranda, si quieres cocinas, si no, la mejor comida. Las dos experiencias son bastante complicadas y en el libro lo cuento. La primera de ellas, que fue un accidente que tuve y todas las cosas se complicaron. Esa captura fue de película. Algo que seguramente mucha gente no sabe. Para ponerlo más o menos en contexto, capturaron al capo más importante de Colombia. El trato fue diferente que ni al delincuente más buscado, lo tratan como a mí. El segundo fue en la patrulla aquí en Estados Unidos, iba esposado. Me parecía algo irreal por todo lo que estaba viviendo. En la cárcel no te das cuenta si es de día o de noche. No conversas con los demás presos. Es una de las experiencias más duras de mi vida. Las dos han tenido que ver con situaciones referentes al licor, más la primera que la segunda. La primera, ese mismo día que tuve el accidente, había estado en una discoteca en Barranquilla con la familia. En la de USA, se dijo más de lo que realmente pasó. Fue una imprudencia, pensaba que la persona cruzaría a la derecha y ahí fue la colisión.
SEMANA.: Se dice que usted ha sufrido de sobredosis, que ha sido internado por el alcohol. ¿Qué de todo eso es cierto?
I.R.V.: Vicio, nunca. No he metido droga. Lo único es medicamento psiquiátrico por el insomnio. De resto, soy mamador de ron todo lo que quieras, la fábrica de licores completa me la he tomado sin ningún tipo de inconveniente. Eso sí lo reconozco. La gente cree que me ofende por decirme borrachón. Se han inventado que me dieron 50.000 barras para perico. Jamás. Cuando jugaba fútbol hacían prueba de doping y nunca tuve un escándalo en ese sentido. Más bien por el ron, el chicharrón, comer pizza, hamburguesa.
SEMANA: ¿Llegó a la depresión?
I.R.V.: Yo nunca he visto el trago como un refugio, un escape. Es algo que me gusta. No soy de los que voy a una discoteca o fiestas. Tomo en mi casa o en la casa de un amigo y si es claro que pensamos que cuando nos zampamos una pea, solucionamos los problemas. Al contrario, cuando te levantas, tienes cipote guayabo, con el mismo problema y el bolsillo limpio. Buscamos excusas muchas veces para justificarlo. Tomé trago porque me dio la gana. El trago es una euforia del momento y al día siguiente te encuentras solo con una realidad. El caso mío, sí, el trago es algo que te deprime, te pone nostálgico y que allí es donde comienzan a hacerte falta las personas, pero es por la necesidad de sentirte acompañado en ese momento.
SEMANA: ¿Qué tan bien se rodeó? ¿Nadie le dijo que parara esos excesos?
I.R.V.: No, nunca. Tú lo haces y así te lo diga alguien, tú no lo escuchas. Tengo una realidad mucho más clara. Mi mamá, mi hijo, me veían caerme de la cama, me decían, ‘deja de tomar’. Yo no les hacía caso, no veía las cosas. Pero en el fútbol o en la vida, puedo decir qué amigos, los de la infancia, con lo que tú creciste, no los que conseguiste en el momento de tu fama. Ahora tengo buenos amigos en esta etapa de mi vida
SEMANA: ¿Se arrepiente?
I.R.V.: No me arrepiento, porque de las experiencias malas aprendes a vivir de otra manera. Del arrepentimiento no vive nadie, vives de las cosas que hiciste mal y en realidad te gustaría corregirlas. Si no lo hubiera hecho, no hubiera llegado aquí.
SEMANA: ¿Qué tan mujeriego fue?
I.R.V.: Bastante. Ganaba por ser Iván René Valenciano, cuando era famoso. No ganaba de verso, después de viejo fue que aprendí a hablar. Tenía el casete de jugador de fútbol. Era mujeriego por mi papá, por naturaleza. No echaba piropos, no es mi estilo. Pero mujeriego, como no te imaginas. Amor, placer y problemas traen las mujeres. Los tres vienen en el paquete. El dinero, la fama, estar expuesto a medios te lleva a no desaprovechar alguna vieja. Así estás con mujeres diferentes.
SEMANA: ¿Cuántos matrimonios? ¿Cuántas demandas de alimentos?
I.R.V.: Tres y una demanda de alimentos que fue una pelea bastante dura. Se la achaco a mi papá porque fue el que hizo el negocio. El que arregló la cantidad de plata que iban a dar. Pienso que cuando tú tienes la facilidad y la posibilidad de darle a tu hijo lo mejor, a veces nos fijamos es en la madre por el rencor y no en lo importante que es verlos a ellos bien.
SEMANA: ¿Maltrató a alguna mujer?
I.R.V.: No, gracias a Dios dentro de mi forma de ser no hay esa versión. La única demanda que tuve con una mujer fue de alimentos y fue con la mamá de mi hijo Anderson.
SEMANA: ¿Cuánto llegó a tener en una cuenta bancaria?
I.R.V.: Mil millones de pesos
SEMANA: ¿Y cuánto llegó a perder?
I.R.V.: Alrededor de unos cuatro mil millones de pesos.
SEMANA: Después de la gloria, ¿no tuvo ni para comer?
I.R.V.: El jugador de fútbol cree que el dinero nunca se va a acabar, que la carrera nunca se le va a terminar, que va a durar para toda la vida y todos hacemos el siguiente ejercicio así de fácil: lo primero que te dicen: invierte en tierras. Resulta que cuando tú te retiras del fútbol, estás acostumbrado a vivir con 100 millones de pesos, pero las propiedades que tú tienes en arriendo te generan 50 millones. Entonces necesitas 50 millones de pesos más para poder tener el mismo estilo de vida de antes. Ese es el grave error, y empiezas a vender. Cuando te das cuenta, te gastaste toda la plata y te quedas sin nada. Hay otros que sí saben invertir y disfrutan su vejez.
SEMANA: ¿Qué pasó cuando sus hijos o familiares tenían necesidades y usted no tenía como ayudarles?
I.R.V.: Nunca salí a hacer algo diferente para darles lo que necesitaban mis hijos o para buscar dinero. Si no había, no había. Si había que dormir sin comer, pues se dormirá sin comer. Dependí de las cosas que sabía hacer, que era jugar al fútbol.
SEMANA: Fue en esos momentos que usted decidió ser conferencista.
I.R.V.: Sí. De las cosas duras fue cuando mi mamá estaba enferma, de los momentos difíciles de mi vida. Nunca se me olvida la cara y expresión. Mis experiencias son de un ser humano común y corriente. Creo que es un aprendizaje, más que todo para las personas con dificultades, que vean en mí alguien que ha pasado por todas las circunstancias. Muchos se van a ver reflejados en mí.
SEMANA: Ya nos habló de lo que fue su primer sueldo, ¿el resto?
I.R.V.: 1′200.000 dólares en Italia y después tuve contratos muy parecidos en Junior.
SEMANA: Hablando de Italia, usted se fue casi a la par del Tino. A él le va bien y a usted, no. ¿Por qué?
I.R.V.: El sentimiento de Barranquilla. El acabose total, o sea, nunca me pude desprender de Barranquilla en ese momento y eso fue lo que me hizo regresar. Me hacía falta el vacile, jugar, salir, ir a mi casa, tomarme los tragos. La vorágine de esa vida que estaba acostumbrado a vivir. En Colombia ya conoces el fútbol, que el lateral es malo por el costado izquierdo y al arquero le faltan dos manos muchas veces. En el extranjero no conoces a los rivales. En el mero periodo de adaptación te aburres y te quieres devolver.
SEMANA: A propósito, ¿qué anécdota hay de su debut?
I.R.V.: Hay algo que nunca se me va a olvidar. La ropa de presentación del club del Junior de Barranquilla. Me bajé cerca de mi casa y parecía reina de belleza. Yo creía que todo mundo me reconocía y ni por ahí. Jugamos en Bogotá y llegamos el mismo día del partido que no lo pasaron, mi mamá ni se enteró. Le dije a ella, mira la camiseta del debut con la que hice el gol. “¿Carajo y tú hiciste gol?, ¿cuándo?”, me preguntó.
SEMANA: A usted, desde la tribuna le gritaban ‘borracho, gordo’...
I.R.V.: Bacano porque me decían de todo, pero lo más chistoso es que era la misma gente que estaba conmigo en la fiesta tomando trago la que me gritaba cosas. Un día el profe Ramoa me preguntó si estaba bien y me mandó a calentar. Le dije que lo hacía dentro del banco por el ambiente, entré y marqué gol.
SEMANA: ¿Cuál es el momento más especial con el Junior, su gran amor?
I.R.V.: Son dos. El 93, cuando fuimos campeones después de 13 años, pero el del 91, año de “la juniormanía”. Nunca había visto algo tan impresionante. Ahí me hice ídolo. La cantidad de gente que nos acompañaba en el hotel o trayectos... Fue muy especial.
SEMANA: ¿Y la mejor anécdota de Selección?
I.R.V.: La del Pibe, que me mandó a comprar la hamburguesa. Antes de los partidos, siempre pedía una doble carne, queso, tocineta, sin verdura, papas y una gaseosa. Ese era mi comida y luego hacía gol. Siempre pasaba con Junior. En la Selección, cuando me dijeron que iba a jugar contra Argentina, el Pibe estaba al lado, yo estaba con Alexis Mendoza en la habitación. El mono entró y me dijo: “¿Y la hamburguesa?”. Yo le dije: “No, me voy a cuidar hoy”. Me dijo: “Qué cuidar ni qué nada, tienes que hacer gol mañana”. Me comí la hamburguesa. Hice el gol contra Argentina. El mono me conocía muy bien.
SEMANA: ¿El otro amor es el Medellín?
I.R.V.: Nunca me esperé eso. Fueron a buscar a Pacheco y ya en Junior no iban a contar conmigo. Estuve sin jugar de marzo a julio que arrancaba el torneo. El profe Julio Comesaña decide llevarme, me hospeda en su casa y me pone a entrenar con el Polaco Escobar todo ese tiempo, de ahí me pongo bien y cuando debuto, meto gol. Siento el cariño y afecto de la afición. Jamás lo podré olvidar. Luego fui con Bucaramanga y Cali, los hinchas me gritaban: “Goleador, Valenciano, goleador”. Les agradecí. No me llovieron insultos, esa afición me trató súper. La gente cree que yo tengo resentimientos con el Junior porque no me dieron trabajo. Si hablo con Fuad o don Raúl, tendré las puertas abiertas.
SEMANA: A usted lo dirigió Marcello Lippi, campeón del mundo con Italia, ¿alguna anécdota?
I.R.V.: Sí, alguna vez le preguntaron en una entrevista cuál fue el mejor jugador que dirigió y dijo que Iván René Valenciano y yo nunca jugué (risas). No sé si el tipo se confundió. Cuando me mandaron la nota, dije, está loco. Cuando él me vio me dijo: Yo no lo pedí. Lo trajeron los directivos, usted aquí no va a jugar, para que lo tenga claro”. Sin siquiera verme. La primera instrucción que me dio fue marcar al central. Me dijo: “Si sale al ataque, usted lo sigue”. Yo le dije: “No le voy a ver el número a ningún central, vine para que él me lo vea a mí”. Me sentó.
SEMANA: ¿Qué mensaje quiere mandar en su libro?
I.R.V.: Que nadie es perfecto. No soy consejero. Es un libro de aprendizaje y enseñanza. Caer y levantarse, no desfallecer en los propósitos y metas. Lo leerán y encontrarán cosas para mejorar.