Rock al Parque: la historia viva de un evento que cambió la historia de Bogotá se sigue escribiendo en 2025

Antes de mirar al presente, se hace necesario mirar al pasado, devolver el casete un poco, porque, a veces, parece, Bogotá se acostumbra de más a Rock al Parque (RAP), el evento que le cambió la cara a su escena cultural a mediados de los noventa, galvanizando los brotes musicales de distintas localidades para agruparlos en tarimas junto con lo más destacado del país y del continente.

A veces, parece, la ciudad lo mira por encima del hombro, lo hace paisaje al festival gratuito más grande del continente. No lo es. La indetenible y expansiva fiebre actual de conciertos también tuvo aquí semillas gratuitas, y en este festival se sembró parte del público que hoy llena decenas de eventos en la ciudad. Por eso, bien hacen la capital y su gente en apreciar las postales sonoras que en décadas de festival han dejado La Maldita Vecindad, Café Tacuba, Aterciopelados, Illya Kuryaki, La Derecha, Charly García, Bloc Party, Juanes, Lamb of God y Draco Rosa, entre decenas de bandas y artistas más, ante el vasto público congregado en el parque Simón Bolívar, en conciertos inolvidables.

Se hace necesario extender esta mirada retro hacia lo local, para hacer memoria de la primera y sorprendente aparición de Superlitio en la Plaza, cuando los vallecaucanos estallaron como una fuerza irreverente que no sonaba como nada en este país. También vale recordar sonidos; por ejemplo, los del saxofón de la banda Morfonia llenando el plano espacial de una tarde seca en el parque Olaya Herrera (cuando el siglo XXI todavía era el futuro, el legado del festival apenas se cimentaba y el Simón Bolívar no era su único espacio). Quizá Morfonia no sigue en pie, pero su sonido y su impacto esa tarde, en el sur de la ciudad, viven. Rock al Parque, hoy y siempre, ha sido una fábrica de memorias, un encuentro musical social, un rito de pasaje para la juventud del país y una consignación de principios.

Un milagro sostenido

En varias de esas ediciones icónicas previas al Y2K, Héctor Mora sumó su saber musical y su curiosidad logística. Hoy, Mora, hijo de una leyenda viajera (que en paz descanse), e ícono en su propia ley de la radio rockera de este país, es una vez más su programador, sumando de nuevo a la vasta historia de un evento que aún se escribe en sonido.

Que Rock al Parque suceda parece normal, hasta rutinario, pero por todas esas presentaciones que hubo y por las que habrá se hizo necesario luchar. No todas las administraciones locales han creído en su importancia, pero el festival vuelve firme este año a pesar de las dudas. Porque luego de un cambio que lo vio moverse de noviembre de 2024 a finales de junio de 2025, el cartel se reveló apenas a un mes del evento, algo atípico e incluso admirable considerando lo que se logró.

La parrilla artística de este año, que verá al parque llenarse 21, 22 y 23 de junio, llueva o no, está llena de matices y relevancia continental. Sobre la curaduría del evento, siempre extensa en géneros, Mora anunció actos de peso internacional como el Cuarteto de Nos, Él Mató a un Policía Motorizado, El Gran Silencio, Los Rabanes, La Derecha, A.N.I.M.A.L., Allison, y explicó que como novedad este año llegan por primera vez dos bandas de Brasil: Black Pantera y The Mönic, así como una de las cuatro grandes bandas del death metal escandinavo, Dismember.

Mora agregó que se buscaron “agrupaciones que no hubieran estado en el festival o, en lo posible, en Colombia y bandas que no se hubieran presentado en Rock al Parque en las últimas tres ediciones”. Otra novedad local viene con la primera presentación de Don Tetto, con más de 18 años de trayectoria y un arrastre considerable (hace pocos meses llenó el Movistar Arena).

En total, en 2025, el festival sumará 56 agrupaciones (20 distritales, nueve nacionales y 27 internacionales), así como su ya acostumbrada agenda académica (cuyos detalles puede encontrar en la página oficial y redes del festival). En ese marco, RAP jamás escapa a la puja conceptual sobre cuál es su misión primordial. Muchos consideran que, en el clima actual en el que la ciudad acoge cientos de conciertos privados internacionales al año, debería enfocarse más en ser plataforma para artistas locales. Y si bien algo de razón hay en este razonamiento, no deja de ser evidente que el festival engancha a las masas con bandas internacionales, y esa atracción rinde posible la misión de exponer a las bandas locales. ¿Se podría y debería cambiar esto? No sucederá en un futuro próximo.

Algo innegable, y no cambia con el tiempo, es que tocar en RAP es un honor para quienes vienen desde afuera. En charla con la mitad de la agrupación Bala, de España, la coruñesa Anxela Baltar (quien toca guitarra y voz, con quien puede leer nuestra genial entrevista sobre música y ser una madre rockera en el siglo XXI), describió su primer paso por el evento masivo, en 2018, como una “experiencia espectacular”, uno de los conciertos más importantes de su recorrido.

En ese momento sonaron increíbles, y ahora, que traen a donar Besta, el mejor disco de sus diez años de música, sonarán mejor. A ellas se suman propuestas muy variadas y de presente efervescente como Silvestre y La Naranja, de Argentina; Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, de España, y Viniloversus, de Venezuela.

En lo que a lo local remite, este año la programación de RAP afianza su impulso a las agrupaciones distritales, a las que elige por convocatoria (y luego por performance puntuado por un jurado). Entre las 20 escogidas para esta cohorte 2025 hay propuestas que ya han caminado, pero aún estallan, como Buha 2030, Apolo 7 y Chimó Psicodélico.

Y del lado de las invitadas, pero bogotana como pocas, una banda que ha protagonizado casi la historia entera del festival: Polikarpa y sus Viciosas, que desde 1994 lanzan al mundo su punk feminista y nunca pidieron ni permiso ni perdón. Así, RAP se cimenta también en actos que, desde los noventa, como el festival mismo, han creado una escena desde el nicho.

En últimas, la edición 2025 del papá de todos los festivales al parque, a desarrollarse en el espacio icónico que lo acoge hace décadas, logra una oferta que tiene muy presente la historia del evento, las trayectorias trascendentes de sus invitados y los sonidos que hoy piden pista. Será un festival que, entre una curaduría balanceada y respetando su esquema de tres días (uno pesado y dos de muchísimos matices) y tres tarimas, además de rutas de TransMilenio para volver a la casa, dará lugar a la sorpresa. A este, el evento que simboliza el alma musical de esta ciudad, en su encuentro, en sus sonidos y en sus gritos, no se le debe tomar por sentado, se le debe disfrutar.