Cultura y sociedad
Por qué cancelé mis suscripción a Spotify y por qué me demoré tanto en hacerlo
La compañía y su líder Daniel Ek tienen sus prioridades en los lugares equivocados y, como ciudadano consciente y devoto de la música, no puedo seguir sumando.

Por más de diez años pagué suscripción a la plataforma de música por streaming Spotify. En mi cuenta consigné muchas playlists, muchos likes, muchas canciones y discos que dan cuenta de distintas etapas de mi vida personal y profesional, una que afortunadamente ha involucrado algo que me resulta tan vital como la música.
Pero eso terminó la semana pasada. Cancelé mi cuenta. No voy más ahí, y les comparto mis razones, compartidas por miles de personas en el mundo.
Hace tiempo debería haber considerado dejar atrás esta plataforma, pero no lo hice por comodidad. Porque claro, desde su posición pionera y dominante, Spotify ha amasado una librería amplísima, y desde su uso común, se hace más lógica, más pragmática. Pero un tema como el de su pírrica retribución a los artistas no debería haber pasado de agache. El servicio que más dinero hace es el que menos le paga a los artistas gracias a los cuales hace ese dinero. Las prioridades llevan tiempo en el lugar equivocado.
Se le puede abonar el hecho de poner atención en Colombia, donde fomenta artistas, especialmente en el género urbano. Pero no es descabellado decir que esto obedece a un momento cultural y a un interés de capitalizar ese momento cultural. Y no esta mal eso, todas las empresas lo hacen. Buen radar sí tiene, la compañía. Y tiene un brazo económico fuerte, así que puede impactar cuando y donde se lo propone... Eso no entra en cuestión.
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Pero, volviendo a las razones de este rompimiento, traigo a colación un aparte de la conversación que tuvimos con Pelle Almvquist de The Hives, en la que el cantante anotaba la mierdificación de las aplicaciones: en principio, cómodas, hechas para el usuario; en breve, una vez grandes y famosas, mucho peores, con los intereses de los anunciantes como prioridad.
Y lo menciono porque si se compara la calidad de lo que solía ser, por ejemplo, Spotify Wrapped, en sus primeras ediciones a lo que fue en esta última, la brecha es gigante. Había personas detrás de esto, había tacto. Pero en su ánimo de optimizar, la compañía salió de estas personas y delegó sus trabajos a inteligencias artificiales. Y el resultado se ve. Spotify Wrapped es una gran ilustración de lo que fue el servicio y de lo que es hoy. Y que por mero efecto de inercia muchos soportamos por demasiado tiempo.
Esto se suma a un detalle técnico de conocimiento público. Sabemos que esta plataforma ofrece una calidad de sonido ‘lejos de la óptima’. Este tema, igual, es muy personal. Hay gente a la que poco le importa sentir el bajo en las canciones que experimenta. Cada cual con sus maneras. Eso se respeta. A mí me gusta sentir la mejor calidad posible. Y si otras plataformas me lo ofrecen, lo empiezo a considerar.
Pero, más allá de esa parte, que no es menor, pero se ignora por inercia y comodidad, lo que para mí desequilibró la balanza fue la noticia reciente de que Daniel EK, su inventor y CEO, había invertido 600 millones de euros en una empresa de desarrollos militares en defensa e inteligencia artificial (en la que ya había invertido 100 millones en 2021).
Ya es innegable, por los hechos, que los muchos suscriptores de Spotify financiamos esto: la pregunta es cuánto más podemos seguirlo haciendo con la consciencia tranquila.
Ek aseguró al diario Financial Times que ese es el nuevo campo de batalla en un mundo en el que los conflictos parecen acelerarse. Sería muy inocente si dijera que no tiene razón, pero no será mi dinero el que financie su interés militarista.
Esto ya es suficiente para agitar un llamado a la acción, pero hay más. Desde 2024, se sabe que Spotify alimenta playlists, en ciertos géneros, con artistas que no existen, con música sin alma hecha por Inteligencia Artificial, porque puede, porque no le cuesta, y porque le evita pagarle a los artistas de verdad...
Según me han dicho personas cercanas, hay buenas aplicaciones para no perder esas playlists, esos likes compilados por años, mudarlas. Sea como sea, implique el sacrificio documental y musical que implique, las razones (técnicas y ) se hicieron demasiado pesadas y al fin vencieron a la inercia.