Pantallas
“Nadie se salva solo”: una mirada al fenómeno de ‘El Eternauta’, una genial novela gráfica adaptada con alto rigor
La titánica adaptación de Netflix de la novela gráfica de culto, creada en 1957 por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López, le rinde justo honor a su material y no pierde impacto trayéndolo a tiempo presente.

No cabe duda de que, si el equipo de Cien años de soledad la tenía difícil para rendirle honor a la obra maestra de García Márquez, este proyecto argentino no enfrentaba un reto menor.
No es una de las obras cumbres del boom latinoamericano, pero El eternauta sí es un trabajo que, a pesar de su ADN absolutamente argentino, se hizo de culto a nivel global, dejando huella en millones por su visión, su trama osada y sus trazos.

La historieta se convirtió en la primera novela gráfica publicada en el continente e ilustró un camino de aguante recursivo y comunitario ante una amenaza extraterrestre, antecedida de una nieve bajo cuyo contacto la gente muere en las calles de Buenos Aires. En su brillante recreación de lugares e idiosincrasia, este revelador apocalipsis se siente inevitablemente más cercano que aquellos que los latinoamericanos vieron por décadas en cines y televisión.
El eternauta: memorias de un navegante del porvenir (su título original) fue una creación de Héctor Germán Oesterheld, un hombre que desde sus obras se puso en el radar del público y luego, con sus acciones décadas después, se hizo objetivo de la dictadura militar, que lo desapareció con sus hijas en 1977. Ilustrada por Francisco Solano López, a razón de tres páginas por semana, la obra primero vio la luz 20 años antes de la desaparición de Oesterheld, entre 1957 y 1959, cuando se publicó en la revista Hora Cero Semanal. Volvió a la vida diez años después, en 1969, por una reedición con trazos del uruguayo Alberto Breccia.
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En Colombia, Planeta Cómic publicó hace un par de años una versión revisada de El eternauta y, hace un par de meses, Reservoir Books presentó una edición de El eternauta 1969 en un increíble gran formato. Ambas obras merecen su atención.

Volviendo a la trama, luego de entender grupalmente que la nieve causa la muerte, los personajes logran evitarla gracias a un traje particular y una máscara. La usará, en principio, su personaje principal, Juan Salvo. Es él quien zarpa a navegar la ciudad nevada y mortecina, abriéndose paso entre las calles desoladas, pero librado, a la vez, de un caos que se manifiesta de repente.

Paso a paso, a causa de observaciones propias y grupales (en el camino se va topando con gente y realidades), Salvo y su círculo sobreviven las circunstancias mientras tratan de entender los hechos macabros. Y descubren motivos: todo forma parte de una invasión.
Como la creación de ciencia ficción cautivante e inventiva que es, El eternauta sirve metáforas y siempre ha tenido una carga política desde su perspectiva humana.

Por eso, el hombre que la llevó a la televisión, Bruno Stagnaro, sabía que una versión del siglo XXI tenía que sumar sus propias metáforas y sus cargas políticas. En este tiempo de adoctrinamiento tecnológico, miedo, con bandos que agitan sus valores y niegan los del otro, la excepcional serie planta su bandera del lado más humano en condiciones durísimas. Y antes que lavarle lo argentino para hacerla más asequible al mundo, redobla esa apuesta desde la música y las referencias. ¡Entre más local, más global, parece!
En ese contexto de tragedia masiva, se entiende por qué llevar El eternauta a la pantalla significaba casi que una misión kamikaze. Muy pocos creían posible lograr una obra audiovisual a la altura de este thriller de corte pesimista sobre una invasión en el país austral, en un código visual tan elevado. Una producción así solía exigir la capacidad de Hollywood para, en efecto, suspender la realidad. El eternauta probó desde su estreno que tenía lo necesario, la maestría visual, las decisiones acertadas, la música y el reparto.

Y así como triunfó con la primera temporada de Cien años de soledad, Netflix volvió a cantar gol con El eternauta. La serie no solo se ubicó en el top local de sus contenidos, también hizo mella globalmente. El único problema para quienes quedaron enganchados luego de sus seis episodios de casi una hora es que la segunda temporada aún no se produce (a diferencia de Cien años). Su protagonista, Ricardo Darín, no ha temido confrontar al presidente argentino, Javier Milei, y algunos consideran prudente esperar a que esa ola baje para decretar los pasos siguientes.
La serie exigía nuevas metáforas para hablarle al hoy y escogió las correctas. Además, es genial visual y musicalmente.
Aún sin idea clara de lo que viene, hay que anotar las muchas virtudes de esa temporada inicial. Es paradójico empezar anotando que, en su primera secuencia, en un bote, se siente el efecto visual del green screen y se alcanza a dudar de la factura visual de la serie. Pero el resto de la entrega es impecable, visual, auditiva y narrativamente. No es una serie alegre ni fácil, pero incluso así maratonearla fluye, porque la intriga se establece desde el principio y solo crece.

“Nadie se salva solo”, transmite este cuento de supervivencia. Ni el ciudadano, ni la ciudad, ni el país, ni el continente. El colectivo prima, y eso se mantiene en esta nueva versión, pero hay muchos detalles que implican actualizar una historia gestada en los cincuenta, presentada 70 años después.

Por eso, en El eternauta versión de streaming se ve una exaltación hacia lo análogo que no existía en la original. “Lo viejo funciona”, se descubre, y la onda corta es un recurso retro. No era el caso en 1957, cuando eso viejo de hoy era lo vanguardista, y las ondas radiales lo eran todo.
La serie toma eso en cuenta y muchos detalles más. Los personajes femeninos son mucho menos pasivos, y un tema resulta crucial en su diferencia y justificación: la edad de los personajes. En la novela gráfica, Juan Salvo y los tres amigos con los que juegan al truco (el juego de cartas más argentino que hay) navegan sus cuarenta. En la versión de streaming, Salvo atraviesa sus sesenta y su hija es adolescente. Detrás de esa decisión se cruzan dos hechos: uno, la edad que navega el famoso actor Darín; dos, y más importante, este cambio hace posible darle a Salvo un trasfondo como combatiente en la guerra de las Malvinas, un hecho que marca al personaje y a la audiencia.

Así pues, además de la proeza visual y los aciertos narrativos y sensibles, la serie adquiere otra gran dimensión gracias a la banda sonora que amasa. Claramente, así no podía haber sonado esta historia de los cincuenta, pero sí lo hace esta versión actualizada con tacto y talento. Se escuchan canciones de Mercedes Sosa, Carlos Gardel y Soda Stereo; y, sobre todo, calan temas esenciales de bandas menos conocidas acá, como el grupo Manal, Pescado Rabioso y Él Mató a un Policía Motorizado (que visita Rock al Parque esta edición 2025).
De este modo, en su gran sumatoria, esta serie, a la altura de su material fuente y lo mejor del continente, deja una lección crucial sobre el efecto de la unión en tiempos de crisis. Ojalá no demore por siempre la espera por su segunda temporada. Valdría la pena verla cerrar como terminó.
