Entrevista
“La literatura es mi manera de entender el mundo y de reconciliarme con él”: Pilar Quintana
SEMANA habló con la escritora colombiana -ganadora del Premio Alfaguara de Novela en 2021- sobre su proceso creativo y su galardonado libro “Los abismos.”
¿Cómo elige los temas de sus historias y qué la hace desecharlos?
Yo ando con una libreta anotando ideas, experiencias o imágenes que me impactan. El proceso de encontrar una historia puede tardar años, como me ocurrió con La perra que se fue nutriendo de varias ideas y vivencias.
Sólo muy pocas de esas anotaciones terminan convirtiéndose en una novela. La mayoría las desecho porque me doy cuenta de que no voy a poder sacar una historia coherente. A pesar de que intento no logro sobrepasar una traba, que puede ser tan sencilla como que no doy con el nombre del personaje.
Con Los abismos pasó algo así: llevaba un tiempo pensado que quería escribir la historia de una niña que ve que algo terrible les pasa a sus papás, que tienen una gran pelea, y la mamá se la lleva a vivir con los abuelos. Esa historia ocurría en los 70′s, y era contada por esta niña a la que su mamá podía cargar en brazos. Tenía los grandes puntos de la historia, pero algo no cuajaba y la voté.
Luego empecé a escribir una historia que yo pensé que iba a ser gótica tropical. Ocurría en las montañas de Cali en un bosque de niebla. En la primera escena aparecía una señora que se llamaba Claudia. La veía, y sentía que ella estaba pensado en una historia de mi infancia: la de la mujer desaparecida. Mi mamá nos contaba que la madre de una amiga de ella se había desaparecido una noche en la carretera al mar en Cali. Nosotros vivíamos ahí y esa historia me impactó, pero no era la que quería contar. Traté de encaminar mi narración original, pero no pude, no se dejaba. La historia que quería ser contada era la de Claudia la niña, no la adulta. Voté esta última a la basura y comencé a escribir la primera, que terminó siendo la que había tratado de contar hacía años.
El proceso de escritura es laberíntico. Yo soy cuadriculada y tengo un proceso fijo, pero a veces las historias no se dejan domesticar.
¿Cómo se da ese salto de un narrador adulto a una niña?
Esa narradora no es una niña, es una adulta que ve el mundo como si fuera una niña. Es como cuando uno va al psicólogo y le dicen que recuerde su infancia, que piense en cómo percibía las cosas en ese entonces. Escogí esa narradora porque la niña no hubiera tenido las palabras para contar la historia.
Yo le cuento al lector que Claudia no es una niña porque muy de vez en cuando la pongo a decir cosas como, “en aquella época” o “esas plantas cabían en mi mano de niña.”
Usted comenzó su carrera siendo guionista, y en entrevistas ha dicho que esa fue una gran escuela que le sirvió para aprender a escribir novelas. En Los abismos, por ejemplo, ¿dónde se ve esa huella?
La gran enseñanza de la escritura de guion es el método. La dramaturgia tiene una estructura clara que se divide en tres actos: el detonante, el giro y el desenlace. Las historias tensionantes que a uno le gusta leer, toman la estructura de la dramaturgia, que enseña a mantener al lector agarrado.
La mirada del guionista es diferente a la del cuentista o el novelista. Yo escribo como guionista; pongo en escena la situación para que el lector sienta lo que Claudia está sintiendo, como cuando uno ve una película. Me gusta que el escritor desaparezca de la historia y que el lector esté metido en ella con los personajes, viviendo y sintiendo con ellos.
En 2020 Mario Vargas Llosa escribió un libro sobre Borges en el que, entre otras cosas, compara la literatura de ambos y dice que en la fantasía y la metafísica de los escritos del argentino se ve que vivió principalmente a través de los libros. Él, en cambio, siempre estuvo más interesado en vivir y escribir novelas arraigadas en la cotidianidad. Usted ha viajado por el mundo, ha vivido en Nepal, en Bolivia, en India, en Australia y casi una década en la selva colombiana. ¿Se identifica con lo que dice Vargas Llosa?
Creo que también soy el tipo de escritor al que le interesa la realidad, pero no la de allá afuera sino la de adentro, las historias personales. La de Los abismos no es la historia de mi familia, pero sí tiene un germen en la vida real y en la propia experiencia. Esas dos cosas son la materia prima de mis historias. Luego la tergiverso, la transformo y la convierto en una novela en la que no es posible rastrear qué es verdad.
¿Cree que ser escritora ha definido su manera de ver y habitar el mundo?
Tengo mirada de novelista. Es selectiva y a veces oscura, no sé si pesimista, pero de un realismo que a algunos les parece pesimista. La literatura es mi manera de entender el mundo, de reconciliarme con él, de ponerlo en perspectiva. Volverlo ficción me lo explica, y me permite ponerme en el lugar del otro y mirarlo con compasión. Yo no puedo escribir un personaje con rabia porque queda como villano de novela. Si voy a crear un asesino tengo que entenderlo.
Para crear a Damaris en La perra me pregunté qué tendría que pasar para que alguien como yo se convierta en asesino. Uno suele verlos como monstruos y decir que jamás haría algo así. Pero si las circunstancias fueran distintas, quizá uno también de rienda suelta al monstruo que tiene adentro.
¿Cómo construye sus personajes?
Los voy desarrollando a través de preguntas. En Los abismos quería contar la historia de una Claudia que compra una finca. Para crear a esa Claudia tenía que saber por qué compró esa finca, con qué la compró, en qué trabaja, a quién se la compró. Me tocó construirle la vida desde la infancia, averiguar de quién se enamoró y por qué. A medida que respondo las preguntas voy construyendo un universo en el que pasan cosas y aparecen personajes que no necesariamente salen en la novela, pero que son fundamentales para poder escribirla.
Cuando son personajes de cuentos no es necesario desarrollarlos tanto porque ahí, generalmente, sólo estamos viendo un corto retazo de su vida.
Construyendo el universo de Los abismos, ¿cuáles fueron las preguntas más difíciles de responder?
La más difícil fue la voz narrativa. Funcionó cuando supe que el narrador tenía que ser un adulto recordando su infancia.
Al situar la historia en los 80′s también me topé con problemas porque la memoria es traicionera. Qué tal que yo hablara del Betamax en el 83 y sólo hubiera llegado hasta el 87. Esos detalles había que investigarlos.
Cuadrar la temporalidad de la historia también fue complejo porque Los abismos tiene varios tiempos: esta la historia de la mamá adolescente; la vida de Claudia, de sus papás y de su tía antes de Gonzalo, y lo que ocurre después de que lo conocen. Eso en cuanto a la ficción, pero también tenía que cuadrarla con la vida real para que, por ejemplo, la muerte de Karen Carpenter ocurriera cuando la mamá de Claudia hubiera terminado con Gonzalo.
Otro tema complejo fue encontrar la manera correcta de trabajar el silencio. Los papás de mi generación no iban al psicólogo y los problemas no se hablaban sino que se barrían debajo de la alfombra y la vida seguía como si nada. Transmitir eso en una novela no es fácil porque uno necesita que las cosas estallen. En Los abismos me tenía que encontrar la manera de mantener un equilibrio entre el silencio y las cosas visibles.
Pensando en su experiencia como escritora, ¿cómo describiría el español y qué es lo que más le gusta del lenguaje?
Esta novela es súper caleña y súper colombiana. Ahorita me están haciendo entrevistas desde Argentina, España, Chile y siempre me comentan que descubrieron un nuevo lenguaje porque el libro está lleno de palabras rarísimas como “pereque,” que para nosotros son normales.
Como decía antes, a mí me gusta que mis lectores habiten la novela con los personajes. Quiero que estén en ese mismo lugar; por eso la atmósfera, el clima y el paisaje son tan importantes. Pero el lenguaje también es fundamental para arraigar la historia a un lugar determinado.
Y las palabras no sólo hablan del sitio sino también de los personajes; son una de las herramientas más poderosas que tiene el escritor para describirlos.
¿Hacen los escritores algún tipo de investigación o de reportería para imitar las cadencias de los hablados?
Se puede tratar de coger las tonalidades del lenguaje, pero es bien difícil de hacer. Yo creo que la solución es inventarse el lenguaje de los personajes. Yo viví casi 10 años en Chocó, y para crear Damaris no traté de imitar el acento chocoano sino que me inventé su modo de hablar. Y eso es un hallazgo del lenguaje de uno como autor.
En Los abismos sí hice los diálogos caleños porque ese es mi lenguaje.
La novela llega librerías el 25 de marzo, pero de las personas que la han leído, ¿ha recibido algún comentario que le haya parecido particularmente acertado?
Varias personas me han dicho que volvieron a su niñez. Y ha sido raro porque me lo ha dicho una chilena, una argentina y una peruana-canadiense. No es un tema cultural, sino que ocurrió algo que me parece magia y es que el libro ha hecho que la gente se sienta como cuando era niño viendo el mundo de los adultos.
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