CULTURA
Johann Strauss II: la fascinante historia del rey del vals en el bicentenario de su nacimiento
El genio rivalizó y superó a su padre, convirtiéndose en la primera figura de una de las dinastías más brillantes de la historia de la música, junto con la de los Bach y los Couperin. Su música suele tomarse a la ligera, pero hacerlo es un error.
Siga las noticias de SEMANA en Google Discover y manténgase informado

PARA FINALES del siglo XIX, en Viena convivían dos monarquías: la de los Habsburgo, con el emperador Francisco José a la cabeza, cuyo poder se extendía a lo largo de todo el Imperio austrohúngaro; y la de los Strauss, encabezada por Johann II, el rey del vals, cuyo poder abarcaba medio mundo.
Convivían en armonía. Pero no siempre fue así. Durante el agitado episodio político de 1848, el joven Johann, de 23 años, tomó partido por los revolucionarios; no con la armas, sino con sus partituras. Dos de sus valses llevaban por título Canciones de libertad, op. 52 y Canciones de los jóvenes, op. 55; fue más lejos con Marcha revolucionaria de marzo,op. 54 y Marcha de los estudiantes, op. 56. Por dirigir en público La marsellesa terminó preso. Fue absuelto, y más demoró en estar libre que en componer, amanera de venganza, una polca, Latigazos, op. 60, que en su sección central contiene nuevamente La marsellesa.
El asunto iba más allá de lo puramente político. El joven Strauss, que aún no ostentaba la corona de rey del vals, tomaba distancia del fundador de la dinastía, Johann Strauss I, tan leal a la monarquía que escribió en ese mismo momento la Marcha Radetzky en honor al mariscal de campo Joseph Wenzel Radetzky, quien resultó victorioso en el norte de Italia durante las jornadas revolucionarias. Padre e hijo estaban musicalmente distanciados por rivalidades irreconciliables: el padre le prohibió terminantemente estudiar música. Si el hijo lo consiguió fue gracias al apoyo de su madre, seguramente porque Johann I abandonó a la familia para irse a vivir con su amante. Johann II aprovechó la oportunidad, dejó de practicar clandestinamente y empezó a estudiar contrapunto, armonía y composición.

Rápidamente, su maestro, Josef Drechsler, reconoció en el muchacho de 17 años un talento excepcional y, el mismo día en que su madre se presentó ante las autoridades para solicitar el divorcio, Johann II pidió permiso para actuar en público, es decir, para iniciar su carrera.
La historia suena novelesca, porque lo es. Sin embargo, tras ese título de rey del vals hay más que anécdotas: hay una historia mucho más sustanciosa.
PRIMERO FUE EL VALS…
La aparición del vals, una danza en compás de ¾, se dio a finales del siglo XVIII, aunque sus orígenes, en el Tirol austriaco, se remontan al siglo XII. El nuevo vals tenía un ingrediente que facilitó su popularidad y escandalizó a la aristocracia: se bailaba en pareja, cuerpo a cuerpo, y era descaradamente sensual.
Lo cierto es que el vals era tan popular que Carl Maria von Weber, en 1819, escribió Invitación a la danza, op. 65, el primer gran vals de concierto para piano. Ello evidenció que el mundo de la popular danza tomaba varios rumbos: el del vals de concierto, el de los valses en general y el del vals vienés. Este último empezó a ponerse de moda en la capital del imperio hacia 1780 y, cómo no, se convirtió en un negocio.
El primero que vio en el vals la posibilidad de convertirlo en una pequeña mina fue Josef Pamer (1782-1827), el abuelo del vals, quien fundó la primera orquesta dedicada a tocar los valses, que ya se bailaban, instintivamente, siguiendo una coreografía: las parejas giraban, dibujando un gran círculo en la pista de baile. Al final de su vida, Pamer sugirió la que sería la estructura definitiva: introducción, varios valses y un final brillante.
Dos de sus alumnos, músicos de su orquesta, continuaron su tarea: Josef Lanner (1801-1843) y Johann Strauss I (1804-1849). Colegas y rivales, fueron los encargados de popularizarlo e introducirlo en las fiestas de la aristocracia. Fueron los padres del vals. Del estilo de Lanner, más refinado y sofisticado, se decía que invitaba a bailar; del de Strauss, que, por su ritmo acusado, obligaba a hacerlo.
Eso fue justamente lo que hizo Johann II: los fusionó.

LUEGO VINO EL REY
Es probable, muy probable, que el vals vienés de Strauss II, en materia de popularidad, no tenga rival en el mundo musical. Gústele a quien le guste, Johann Strauss II fue un genio. Su música no hay que tomarla a la ligera: en ella hay mucho más que inspiración. El vals straussiano contiene en sus entrañas elementos que el oyente atento puede desentrañar bajo la belleza musical con un innegable sentido de las proporciones.
CENTENARES DE VALSES, POLCAS, MARCHAS Y GALOPES. DE SU MANO SALIÓ LA REINA DE LAS OPERETAS: EL MURCIÉLAGO.
Sus centenares de composiciones alertan sobre el final del Imperio austrohúngaro y, en general, del Antiguo Régimen, eso mismo que algunos vieron con cierta perplejidad durante la realización del Congreso de Viena, en 1814, cuando las superpotencias se sentaron a la mesa para el reparto de la Europa posnapoleónica: “El congreso baila”. Era verdad: bailaban valses sin advertir que empezaban a escribir el final de su hegemonía.
Como la música de Strauss II suele tomarse a la ligera, solo por su belleza, se olvida que en el fondo de ella sigue vibrando el joven revolucionario, rebelde, iconoclasta y contestatario. Casado varias veces, para lograr su tercera unión cambió de religión. Negociante habilísimo, llevó a sus dos hermanos a su orquesta. Tan inteligente, que dijo de uno de ellos: “Josef fue el más talentoso de nosotros tres; yo, simplemente, soy el más popular”.

Los valses de Strauss, nacido el 25 de octubre de 1825 en Viena, son un campanazo histórico de alerta: si se los oye con cuidado, nunca son del todo alegres. Por el contrario, la inspiración, a veces muy aristocrática, esconde algo melancólico, difícil de explicar, como advirtiendo que es la música del final de un momento de la historia. El rey del vals lo anuncia, y el primer disparo de la Primera Guerra Mundial, apenas empezando el siglo, lo materializa.

Si los esnobs de la música no lo advierten y denigran su obra, de manera muy diferente han pensado figurones de la talla de Richard Wagner, Riihard Strauss –que no era de su familia–, Maurice Ravel y, sobre todo, Johannes Brahms. El severo Brahms fue amigo de Strauss. Su esposa le solicitó un autógrafo; Brahms dibujó un pentagrama, estampó las primeras notas del Danubio azul y agregó: “Lamentablemente, no es de Brahms”. Strauss le correspondió dedicándole uno de sus valses más delicados, Uníos millones, op.443, de 1893, que, además, trae a la memoria los nombres de Beethoven y Schiller.









