In Memoriam
Homenaje a Alfred Brendel: el filósofo, virtuoso, autodidacta y poeta del piano, en sus propias palabras
A los 94 años, en Londres, murió , uno de los más grandes pianistas de todos los tiempos.

Con la biografía de Alfred Brendel, que murió a los 94 años en su casa de Londres el pasado 17 de junio, pese a haber sido uno de los más grandes pianistas de los últimos 100 años, difícilmente se podría rodar una película: no piloteaba su propio avión como Herbert von Karajan ni abrió los noticieros por acusaciones de acoso sexual como Plácido Domingo.
No fue un niño prodigio ni protagonizó escándalos a lo largo de 60 años. Su carrera fue tranquila, desde su debut a los 17 años hasta la despedida en Viena, el 18 de diciembre de 2008.
Lo suyo fue la música, la poesía, la filosofía y su carrera deslumbrante, respaldada por sus grabaciones: primero en llevar al disco la obra completa de Beethoven, grabó las 32 sonatas en tres oportunidades y otras tantas los cinco conciertos.
Al contrario de la mayoría de sus colegas, básicamente fue un autodidacta. Con inteligencia decidió dedicarse a la música y olvidarse de la pintura; aunque continuó cultivando, con éxito, la escritura y la poesía.
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Se negó a escribir su autobiografía cuando consideró que su vida personal carecía de relevancia, pero creyó que su experiencia sí podría ser importante, no por vanidad, sino por su validez cultural. Mejor seguirle el rastro y su buen humor en sus propias palabras.
La Familia y los inicios
De ciudadanía austríaca, nació en Loucná nad Desnou, Moravia, actual Checoslovaquia, el 5 de enero de 1931: “Ningún miembro de mi familia incluía artistas o intelectuales. Mis padres tuvieron, como era usual, algunas clases de piano y la conexión de mi abuelo con la música consistió en que Gustav y Alma Mahler aprendieron a montar bicicleta en su escuela de ciclismo, cuando las bicicletas tenían una rueda grande y otra pequeña.
Desde niño me acostumbré a descubrir las cosas por mí mismo, a los 6 años mi familia se trasladó a Zagreb, luego a Graz, allí recibí mis primeras clases de piano y viví la guerra, tenía 14 años cuando me enviaron a Yugoslavia a cavar trincheras; sufrí congelamiento y me enviaron al hospital.
En Graz estuve en el conservatorio y tuve unas pocas clases con Edwin Fischer y Eduard Steuermann, en realidad, fui casi autodidacta; mi primer concierto ocurrió allí, a los 17 años, lo titulé La fuga en la literatura para piano; en 1949 debuté con orquesta con el Concierto Emperador de Beethoven”.
Viena y la entrada en el mundo del disco
Decidido a convertirse en un profesional, en 1950 se trasladó a Viena: “Mi primera gira me llevó a España, Portugal y por casualidad terminé en Grecia. A los 25 años inicié mi relación con el sello Vox, primero grabando obras de Mozart, Liszt y Balakirev. Más adelante me propusieron grabar la obra completa de Beethoven, lo hice calmadamente, primero las obras sencillas, las Variaciones, poco a poco; durante casi diez años me fui familiarizando con su estilo hasta escalar la interpretación de las 32 Sonatas, gracias a ello pude tocar en público el ciclo completo en 32 oportunidades”.

El repertorio y la carrera
A pesar de que el repertorio de Brendel fue gigantesco, “Preferí restringirlo a una época musical que todavía hundía sus raíces en el cantabile, la denomino como la época del florecimiento de la composición para piano; el siglo XX renunció en su mayor parte a esta base cantora.
“Que unos pocos compositores se atrevieran por primera vez a extraer las consecuencias de la disolución de la tonalidad, fue una proeza que no sé admirar lo suficiente”
Quien me conoce sabe con qué pasión me he dedicado como oyente a la música de los últimos 100 años; que unos pocos compositores se atrevieran por primera vez a extraer las consecuencias de la disolución de la tonalidad, fue una proeza que no sé admirar lo suficiente. Tuve una excepción con el Concierto de Schönberg, que toqué 68 veces y grabé tres.
Es obvio que Beethoven ha sido fundamental en mi carrera. También Schubert, que hace décadas solo se interpretaba raramente: descubrí que sus sonatas deben ser tocadas de manera orquestal, dramática y coherente. No estoy de acuerdo con la idea de un Beethoven heroico y titánico o la creencia de que su estilo final se inclina hacia lo esotérico. Para mí, Bach es el gran maestro de la música en todos los instrumentos y estoy convencido de que conviene mucho tocarlo en el piano moderno, que permite explorar muy bien su polifonía.
De su prestigio y seriedad se benefició la música de Schubert y, sobre todo la de Liszt que era vista como un circo para piano.
De Brahms me gusta especialmente su Concierto en re menor porque ahí logró inventar el concierto sinfónico más monumental que existe, lo concibió bajo el influjo del intento de suicidio de Schumann y su grandeza es heroica y conmovedora.
Cuando estaba joven, Liszt no tenía buena reputación, opinión que no comparto: pienso que en su música la técnica nunca debe estar en primer plano, no debe tocarse como un circo, sino como música: el virtuosismo no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio de expresión.
Tengo la certeza de que la carrera del pianista es muy distinta a la del violinista, que rápidamente escala la cima; la del pianista es lenta. En mi caso, pese a ganar un premio en 1949, no se precipitó, no hubo nada sensacionalista y progresé poco a poco; estoy agradecido de que haya sido así, pues mi potencial pudo desarrollarse; no soy impaciente, sí creía tener un talento, pero con talento no basta, se necesita una buena constitución, confianza en sí mismo, mucha autocrítica, ambición y persistencia sin fanatismo, buena memoria, buenos nervios, concentración y alegría para transmitirles algo a lo demás; también suficiente escepticismo para no tomarse a uno mismo demasiado en serio”.
Latinoamérica y Colombia en su carrera
Como pianista escaló la cumbre y el reconocimiento internacional después de los 40 años: “A partir de 1961 dejé de visitar Latinoamérica, los pianos eran malos y la acústica de los auditorios no siempre la mejor. Recuerdo un recital en San Salvador porque apareció una rata en el escenario y durante mi visita a Buenos Aires el embajador de Austria me llamó para pedirme que retirara del programa la Sonata de Schubert para evitar asociaciones superficiales, pues habían rodado una película frívola sobre su vida, le dije que la Sonata en la menor era trágica y por supuesto la toqué; mis otras dos presentaciones las programaron el mismo día, diferentes teatros, programas, orquestas y directores. En Cali, una ciudad colombiana con mala reputación, se dañó el pedal del piano en el acorde final de los Estudios sinfónicos de Schumann”.
En la que fue su única visita a Colombia, principios de marzo de 1961, Brendel tocó en el Teatro Municipal de Cali, en el Lido de Medellín y dos recitales en el Colón de Bogotá. Aún quedan testigos que recuerdan esos conciertos como algo admirable.
Martha de Francisco: clase mundial
La colombiana Martha de Francisco tiene la reputación de ser una de las mejores ingenieras de sonido del mundo, aunque su trabajo va más allá de la tecnología y se acerca más al arte. Como tonmeister del sello Philips, fue la encargada de buena parte de los mejores registros discográficos de Brendel durante la etapa final de la carrera. Con él sostuvo una entrañable amistad, personal y profesional.

“Durante veinte años tuve el privilegio de trabajar como productor discográfico de Alfred Brendel. Juntos trabajamos para capturar su rúbrica sonora preferida. Ese proceso reflejó su integridad artística, su profundo conocimiento de las obras y su meticulosa preparación. Alfred me enseñó lo que es importante en la música y lo que es menos relevante. Fue un humanista cuya curiosidad y búsqueda intelectual en el arte, la literatura y la historia de las ideas enriquecieron sus actuaciones musicales”.