Crónicas de concierto
Festival Estéreo Picnic 2025, día 4: en el cierre de un enorme FEP, todo fue energía histriónica en el imperio del sol
La presentación de Rüfüs du Sol fue imponente y las entregas de Olivia Rodrigo y Mon Laferte, notables, pero los australianos de Empire of the Sun entregaron la experiencia incomparable: su psicodelia musical performativa. Notas sobre el cierre y sobre la memorable edición que reunió a 152.000 asistentes.

Parece mentira, llegaron estos increíbles cuatro días de realidad paralela y se fueron, pero dejaron un torbellino de memorias y conciertos inolvidables entre más de los 152.000 espectadores congregados a lo largo del evento (unos 7.000 menos que en 2024).
En la jornada del domingo 30 de marzo, la última del Festival Estéreo Picnic 2025, fue inevitable sentir la nostalgia de saber que no habría mañana, que la música había terminado, que no se volvería a saludar el busto de Simón Bolívar, en el parque bautizado con su nombre, enmarcado por luces rosa (una gran postal de esta edición). La nostalgia, claro está, no impidió que el gozo se extendiera hasta la madrugada de hoy, lunes, y concluyera con gloria. De hecho, la alimentó.
Cuando hay un mañana, se piensa en el mañana. En el día final, no se quiere que la fiesta termine. Especialmente si la animan artistas como Mon Laferte, Ela Minus, Empire of the Sun y Rüfüs du Sol.


El domingo empezó con el anuncio de que JPEGMafia no tocaría por cuestiones ajenas al festival. Algunos lanzaron en redes una crítica muy curiosa, llamando al FEP “un festival de cancelaciones y lluvia”, precisamente tocando dos elementos que se le salen de control a cualquier organizador, el clima y los potenciales sucesos que lleven a una banda a cancelar (algo que nadie quiere, naturalmente). El FEP es el FEP, pero no es el arquitecto universal, vale recordarlo.
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Lo cierto es que, a pesar de algunas duras cancelaciones, la de 2025, segunda en el Parque Simón Bolívar, fue una edición maravillosa del FEP, con diez o más espectáculos asombrosos, sin necesidad de hipérboles. De hecho, uno de los reemplazos, Beck, fue oro puro (no siempre se tiene esa capacidad de reacción y acción). Y se guarda la esperanza de que la idea de agrupaciones como Fontaines D. C. de pasar por Latinoamérica a dejar su música no sea flor de un día, y en los años siguientes se les pueda ver. Este festival permite soñar en sus posibilidades, incluso cuando nacen de una frustración (eso prueba el caso King Gizzard & the Lizard Wizard, que canceló solo para derretirnos la cara con un concierto genial un par de años después).
Son datos y hay que darlos: a Beck, The Hives y St. Vincent solo los tuvo el festival colombiano, y representaron un diferencial enorme con respecto a los Lollapalooza del Cono Sur.

Volviendo al domingo...
Se trató de una jornada de voces femeninas de la generación actual y la que viene, con espectáculos sentidos como el de Girl in Red, de Ela Taubert y de la banda Cariño (con hermosa gráfica). Y claro, la chilena Mon Laferte entregó en el escenario principal su genuina poesía sonora latinoamericana y luego el público recibió la descarga de vena rockera y sangre pop de Olivia Rodrigo. Cada una con sus matices, algunas más rockeras, otras en géneros diversos, todas con un séquito de voces apasionadas desde el público coreando con ellas. No hay que dejar de mencionar a la bogotana Ela Minus, que desde la música electrónica fue protagonista por partida doble en el domingo de cierre, con su concierto (en el cual sorteó inconvenientes técnicos, de los que regresó con más fuerza) y con un DJ set muy agradecido por los presentes.

Tras el show de la chilena, llegó el turno de los australianos Empire of the Sun, que metieron 23 horas de vuelo para pasar por Brasil y, anoche, por nuestro parque, a poner a la gente a volar. Fue un show de vestuario, de música, de performance de humanos en diálogo con la pantalla y el plano astral curioso que conjuran, que raya con lo plástico y con lo absurdo en su tribal psicodelia, pero triunfa gloriosamente. Bailamos, como la cuarta noche obedece, por cuenta de este show que desde hacia la mitad, desde la canción “DNA”, entró en overdrive para no dejar de sorprender hasta el final.

Olivia Rodrigo demostró ser una popstar rockera de voz con inflexiones muy características y energía desbordante. Rodrigo retó la lluvia para despedirla del todo, y llevó a sus congregades al éxtasis postadolescente. Quizá demasiado cercana a sus influencias para algunos, poco les importó a los miles de almas chicas que saltaron cada acorde. Detalle quizá tonto y personalista que no me gustó tanto: en el solo de su guitarrista virtuosa, la cámara siguió a Rodrigo y no a su guitarrista. El spotlight siempre en O. ¡Son sus reglas!

Ya con el final asomando, nos enfrentamos con brazos abiertos, en medio de la multitud final, a la ola que entregó Rüfüs du Sol. Otra cuota potentísima desde Australia, la agrupación de tres fue ejecutando sus hits y elevando progresivamente la intensidad emocional de su setlist y de su espectáculo visual, que en sus láseres nos devolvió a Tool por instantes (y eso no puede ser malo bajo ninguna circunstancia). Cerró con contundencia y belleza, y quizá lo único que faltó fue la pirotecnia para marcar ese punto alto, ese ritual de clausura de ese enorme escenario.
El verdadero final corrió por cuenta de Caribou (en paralelo con el DJ set de Ela Minus), y dio mucho, pero indudablemente la tuvo difícil para seguirle el paso a todo lo que había sucedido, no solo en el día final, sino desde el jueves. Ofreció, pues, una perfecta banda sonora para tomar camino de regreso a casa.
Notas sobre un sábado astral
Una noche previa fantástica tuvo lugar el sábado 29, con una gran jornada que, entre muchos sucesos, tuvo anuncios poderosos de Galy Galiano y conciertos altamente actitudinales como el de Nathy Peluso. Y contó con un cierre inolvidable. Este encadenó a Beck, Justice y Monolink (de los que vi, el mejor cierre de jornada; Caribou terminó debiendo algo, pero eso fue el domingo...).

Los franceses de Justice dieron cátedra masiva, justo en el escenario Adidas, en el que la cruz del Parque Simón Bolívar le sirvió de prop inmejorable. Apelando a su sonido de destornillador desatado, aprovecharon cada posibilidad en lo que a diseño de sonido y mapa de iluminación se refiere, logrando una profundidad y un detalle de alto valor artístico. Magia, por momentos, alucinación de destellos dorados creados, por otros; todo mientras tocaban guardándose la quinta velocidad sonora para los momentos clave. No fue mejor que Chemical Brothers, ese legendario toque en Briceño 18, pero tampoco estuvo por debajo. Fue sencillamente fantástico.

“Justice es la Nasa”, dijo alguien al término de esta presentación, y no sorprende, dada la impresionante puesta en escena. Entre múltiples capas de pantallas y luces led, y estructuras móviles que no descansaron en toda la presentación, los franceses ofrecieron un deleite audiovisual mientras recorrían 20 años de sus sonidos, una mezcla de ráfagas estridentes, envolventes, con apuntes houseros (dignos representantes del french touch). Fue una experiencia intergaláctica que se acomodó constantemente y, al igual que su música, sorprendió una y otra vez con su belleza.
En las horas previas, el esperado show de Ca7riel y Paco Amoroso dividió opiniones: para algunos fue algo depurado y por debajo de la intensidad y entrega que esperaban. A duras penas se levantaron de sus taburetes (no que este sea el pulso de un buen concierto). Para otros, los argentinos demostraron por qué son el éxito del momento. Sus dos cantantes mezclan un sonido pop con elementos de música urbana apoyados por una gran banda y saben prender un ambiente.

En contraste, de quien esto no importa, pues sentados hacen magia, Hermanos Gutiérrez sanaron el ambiente con sus guitarras y sus auras cósmicas. Para muchos, fue una inmejorable manera de comenzar la extenuante jornada festivalera. Sus melodías desérticas, guitarras con algunos efectos pero limpias, una suave percusión y por un breve momento, un trombón invitado les acompañó

Los comentarios sobre el toque de la DJ Charlotte de Witte son altamente positivos; una fuente confiable describió su set como “un masaje cerebral”.
También nos llegó palabra del toque de la virtuosa St. Vincent, quien ya en Briceño 18 había dejado un enorme concierto en el marco del mismo festival. En el momento de su toque había una leve pero constante llovizna, y esto tal vez influyó en la afluencia de público, pero no la mermó. Annie Erin Clark, alias St. Vincent, ofreció su gran propuesta musical llena de creatividad y talento. Enorme frontwoman, Clarke domina el escenario, domina su instrumento, y su voz ya es un ítem inconfundible. Y resulta interesante cómo experimenta con diferentes instrumentos, entre ellos un stylophone theremin y otro instrumento de viento electrónico que no supimos descifrar.

Sobre la propuesta de Astropical, que une una parte de Bomba Estéreo y otra de Rawayana, podemos decir que su sonido entrelaza música urbana, electrotropical y toques de champeta, y sus dos cabezas pusieron a bailar y a gozar a un escenario principal lleno a reventar con canciones nuevas y algunas de sus anteriores proyectos.


Y qué decir de Beck, un tipo, un músico, un personaje, el líder de una banda rotunda, un poseedor de una onda despreocupada y un garbo sin igual. Hace ver fácil todo lo que hace, pero en este show se entiende su dimensión musical. Muchos detalles suman, porque visualmente las escenas que pintó en las pantallas fueron hermosas, divertidas y más, según necesitara el momento.
Beck es de esos vanguardistas que siempre ha estado un poco fuera del sonido común del momento y ha entregado propuestas novedosas durante algo más de treinta años. Esa inmensa trayectoria se sintió en el escenario; desde las primeras notas de Devil’s Haircut su interpretación de la guitarra impactó. Y fue navegando distintos géneros y demostrando su talento como guitarrista y como cantante. Con un tempo muy bien manejado, su concierto emocionó, por momentos provocó algo de contemplación para volver a emocionar. Y claro, la banda que lo acompañó no estuvo por debajo del reto: ese bajo sonó hermoso y su guitarrista líder probó ser un ídolo. No hubo ángulo frágil en ese aspecto, cuerdas, teclados y percusión hicieron vibrar el escenario.

Notas de despedida
Al salir del evento la noche del sábado, el personal de seguridad y logística nos despidió con una sonrisa que no se sintió forzada, se sintió genuina, y fue muy agradecida. Y así fluyó devolver el gesto de inmediato y agradecerles el trabajo. Y lo digo extendiendo el comentario a todo el personal asociado a este festival, a sus gestores, a sus aliados, a su equipo de prensa, a su ciudad. Cada año, entregan un evento de proporciones mundiales, que se siente seguro, que se siente fácil (incluso bajo aguaceros torrenciales), y del que el mundo quiere, y por eso viene.

¿Será acaso esta segunda edición en el Simón Bolívar la prueba definitiva de que esta es la casa del FEP? Porque el cartel y el espacio lo ratifican como el mejor festival del continente. O, acaso, ¿será la despedida de otra etapa, antes de ver el evento mudarse al nuevo espacio? Llega Ticketmaster al país (usualmente de la mano de Live Nation, empresa que ahora cubre a Páramo Presenta) y se consolida un espacio nuevo de la empresa aliada Ocesa (parte también de Live Nation). Ya habrá tiempo de pensarlo. Pero si no está roto, si está perfecto, ¿por qué cambiarlo? Y sí, entendemos que la respuesta sea financiera. Cosas de adultos, que llaman (por un lado el dinero, por otro el medioambiente, la única justa razón para dejar el parque).
La calidad de este evento puede medirse en la cantidad de veces que uno se lleva las manos a la cabeza en incredulidad y emoción. “Escuchar para creer, y encima ver”, algo por el estilo se siente allá adentro. En ese sentido, la etapa de creyentes se hace justificable, una vez más. Es notable que el Estéreo del Estéreo Picnic, desde su nombre, es la promesa cumplida. Ese sonido y esos artistas que lo aprovechan magistralmente, en el verde corazón de Bogotá, son la matriz de la cual se desprende el resto.


Pasado, presente y futuro
Desde esta tribuna, más allá de que no son diez ediciones, por cuenta de la pausa pandémica, son diez años de ir al FEP, que cubrimos por primera vez en 2015. Y qué evento que hemos experimentado a lo largo del camino. Para ese 2015, el FEP ya había sufrido para mantenerse con vida y salir a flote, y hoy es lo que es. Páramo es la segunda promotora del continente, quizá la primera en los corazones de muchos, sabiendo reconocer los que abrieron caminos también desde Evenpro y Move Concerts, que, entre muchos otros, trajeron a Björk y a Iron Maiden a Bogotá. Esto para marcar que hay detalles que jamás se olvidan.
