Radio y sociedad
En tiempos turbulentos, las “Emisoras de Paz” ofrecen la luz al final del túnel (y rescatan algo del proceso)
En Arauca, Chocó, Cauca, Huila, Valle y Putumayo, nuevas frecuencias radiales propagan paz desde los territorios y marcan el camino a seguir en un país sumido en turbulencias que exige descentralizarse y vibrar desde sus regiones, historias y sonoridades.
Colombia, un país de radio por naturaleza, acude a esta para una importante tarea. La quiere hacer una plataforma de paz hacia futuro, un tejido. Suena lindo, no es fácil, pero está sucediendo.
Que lo diga Martha Cecilia Rentería, directora de la recién inaugurada Emisora de paz de Puerto Leguízamo, Putumayo. En estos días de bloqueos, cuando hablamos con ella, no podía operar la emisora por cuenta de un apagón que decretó la empresa de servicios públicos. Si por el río bloqueado no llega combustible, las plantas no funcionan; si las plantas no funcionan, no hay emisora. Colombia, turbulenta, se sigue construyendo y destruyendo de a pocos (al tiempo, la mayoría de las veces) pero eso no va a impedir que Martha Cecilia, orgullosa periodista indígena del pueblo Murui de Leguízamo, haga su trabajo. Porque es más que un trabajo.
Una periodista de amplio recorrido judicial, víctima de un conflicto armado que le quitó a un hermano, Martha Cecilia ha esperado toda la vida para hacer radio desde su comunidad. Paciencia tiene, ideas tiene, un apagón no la detiene. Y mientras nos dice que “en Leguízamo, donde hay tantas sonoridades propias de la Amazonía colombiana, ese tema es importante”, junto a su voz se escucha la sinfonía de la fauna del Putumayo que desde la capital parece salida un sueño. Sin querer, queriendo, el sonido demuestra sus propiedades maravillosas y Martha ilustra que sabe exactamente de lo que habla.
“Pese a las adversidades, no nos hemos dejado caer, seguimos aquí, pendientes de ver crecer a nuestros hijos, y trabajamos en favor de una mejor ciudadanía. Esto es como un sueño hecho realidad. Para mí, como leguizameña, como mujer indígena es una gran posibilidad mostrar ese gran capital de la Amazonía colombiana”, cuenta.
Tendencias
Hay emisoras de paz porque ha existido guerra y conflicto. Al respecto, Rentería ofrece su testimonio: “Haber sido víctima del conflicto armado de una forma tan directa, tan cercana, tan trágica, me permite sentir mucha empatía con todas las familias que han padecido el conflicto que nos ha llevado a perder familiares, las tierras, las formas de vida... que nos llevó al desarraigo. El primer paso para poder ir superando, poco a poco, es reconciliarse con uno mismo, entender que las situaciones pueden mejorar, que mañana será un día mejor. Hoy, precisamente, es un día diferente, este es un tiempo diferente, un tiempo para empezar a contar esas historias bonitas a través de un medio de comunicación. Que no todo debe ser violencia, que este territorio tiene grandes potenciales para brillar por otros aspectos cotidianos de la vida”.
Lo que importa
Lo que pasa en Bojayá, lo que pasa en Puerto Leguízamo, en El Tambo, Arauquita, Algeciras o Florida, y en tantas otras poblaciones colombianas azotadas durante décadas por la violencia y el olvido, importa tanto o más que lo que pasa en Bogotá y las grandes ciudades.
Importa más. Es en estas comunidades que se construye el país que Colombia puede y debe empezar a ser, sin su foco centralista, sin la violencia en el medio de comunidades que tienen todo para vibrar desde su identidad y cultura. No se definen por sus azotes, pero estas poblaciones y sus habitantes saben que contando sus relatos y compartiendo sus historias se hacen más fuertes. Las narraciones de dolor no se deben apagar y muchos menos olvidar, pero es esperanzador ver cómo le abren paso a narrativas de cambio.
Las seis nuevas emisoras de paz en estos municipios son una gran noticia. Transmiten desde el pasado 21 de mayo y están muy cerca de completar una programación netamente local. Estas frecuencias nacen para servir sus veredas, sus gentes, para contar sus retos, sus posibilidades, para transmitir sus voces y sus sonoridades. Y en cabeza de estas, SEMANA encontró directoras y directores que dan muestras de talento, experiencia, curiosidad, y conexión profunda con el territorio. Personas de recorrido periodístico serio que llevan consigo una orgullosa herencia campesina, indígena, y afro que proyectan en su trabajo
No se trata de corrección política. Se trata de inclusión. Las poblaciones donde hay radios de paz se han escogido entre los municipios que integran los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial siguiendo parámetros cuidadosos. De la misma manera, sus directores llegaron a ese cargo luego de sobrellevar procesos rigurosos de selección y de capacitación. Todos llevan a su pueblo y a su gente en las venas. Su entusiasmo equipara el tamaño de su misión. Y ahora que su trabajo se empieza a escuchar, se espera que la población se lo apropie y lo alimente.
Para José Murillo, director de la Emisora de paz en Bojayá, la experiencia de lanzar esta emisora ha sido más que bonita: “Nos permite acercarnos a nuestras comunidades y hacer pedagogía sobre los acuerdos de paz, que son tan importantes para la construcción de nuestros territorios”, dice y destaca el aprendizaje que se ha dado en la capacitación gracias al contacto con la gente de otras regiones y poder conocerlos por medio de sus experiencias y de los programas que proponen. Murillo, un ingeniero ambiental de profesión, se apasionó por la información, las noticias y las historias y no paró. El boyajaceño de 35 años asegura que su meta actual es hacer un trabajo comunitario de calidad, que aporte en la transformación de los territorios: “Queremos que sea una herramienta de cambio, una radio que visibilice nuestro territorio y esté al servicio de las personas”.
En efecto, las emisoras de paz nacieron de los acuerdos de paz firmados con las FARC EP y de la necesidad de comunicarle a la población de qué se tratan y qué implican. La Radio Nacional ha sido esencial en darles vida: armó la infraestructura material y configuró los equipos humanos y profesionales que hoy ya materializan estos esfuerzos de tejido social y comunicación.
Vicente Silva, director de la Radio Nacional de Colombia, destaca que “en menos de dos años se ha dispuesto el funcionamiento de once emisoras de las 20 previstas por el Acuerdo”, y que se ha avanzado más rápidamente de lo previsto. Este, sin duda, es un consuelo en años en los que el Acuerdo de paz ha sido tan vilipendiado por el Gobierno. Las radios existen por el proceso de paz. El proceso de paz arrojó esta mirada desde la Colombia profunda. Ese es un logro para aplaudir y, por su capacidad de cambio, debería extenderse sin parar, por mucho más de 20 poblaciones, como si se tratara de las venas en el cuerpo del país. Así se empieza, y se empieza bien.
Temas y tonos
Hablar de los acuerdos y explicarlos es una de las misiones fundacionales de estas emisoras de paz, y en la manera en la que aborden estos temas y logren conectar con su audiencia radicará su éxito. En gran medida, esta iniciativa cree que la paz se explica desde liderazgos, procesos, puntos de vista, e historias. Esto vienen haciendo desde 2019 las emisoras de paz de Ituango (Antioquia) y Chaparral (Tolima) y desde el 2020 las de Convención (Norte de Santander), San Jacinto (Bolívar) y Fonseca (La Guajira). Esto se plantean hacer las nuevas.
“Nuestro objetivo no es caer en el debate, sino siempre tener un tono constructivo frente al tema de la paz. Eso es fundamental”, cuenta Rubén Darío Zúñiga, director de la Emisora de paz de El Tambo, Cauca. De origen campesino, el tambeño de 38 años de edad destaca la meritocracia rigurosa de los procesos en estas emisoras, también el hecho de que buscarán las voces necesarias: “En muchas de las entrevistas vamos a conversar con las comunidades con la gente, preguntaremos cómo va la implementación de tal punto del acuerdo, y ellos responderán con absoluta libertad, tendrán absoluta libertad para decir, desde su perspectiva, lo que sienten frente al avance de ese acuerdo”.
Martha Cecilia Rentería, por su parte, anota la importancia de “escuchar las voces de nuestras mujeres indígenas, las familias víctimas del conflicto armado, nuestra población afrodescendiente, de nuestros campesinos que están en este momento arando la tierra, y que dejaron los cultivos ilícitos para dedicarse a la producción de caña panelera, la cultivo del arroz, a la cría de peces, de gallinas, como una forma de dar ese paso de una vida ilegal a una vida más lícita. Es poder darle una oportunidad a esas personas que fomentan condiciones de vida óptimas para dinamizar un territorio que ha sufrido tanto los flagelos de la violencia”.
Coyuntura y enfoque
La situación no es fácil hoy en el país. Centenares de líderes sociales han muerto o desaparecido estos últimos dos años, y en las ciudades y en los pueblos la gente se manifiesta contra una autoridad que la reprime y la mata. El sentido mismo de la paz está en juego, pero hay luz en medio del túnel. El fuerte viento de cambio puede quizá ver hacia lo que proponen las emisoras de paz desde la representación de las voces y los pueblos que conforman este país, replicarlo, hacerlo norma.
Voces como las de Martha Cecilia, que en un minuto logra educarnos sobre cómo el Putumayo es la cuna del delfín rosado, el hogar de la ceiba (“el guardián de la selva”), el huésped del único festival trifronterizo de Colombia (y reúne a Colombia, Perú, Ecuador), y contarnos sobre los cinco pueblos indígenas propios del territorio que allí convergen con sus tradiciones milenarias, son necesarias en su optimismo.
“He aprendido a entender que siempre serán mejores los canales de la paz, que la violencia no lleva a nada, no conduce a ningún lado, nos destruye como población, como ciudadanos. Guardar rencor no es el camino. Hay que contribuir a la paz, al entendimiento, a la tolerancia. Ahí radican procesos sociales exitosos. En eso me he centrado. En superar la tragedia, avanzar por el camino de la reconciliación. Este es el mensaje que vamos a transmitir en esta emisora de paz. Es la oportunidad de aprender a narrar historias bonitas, llenas de color, vida, optimismo. A eso me voy a dedicar”, concluye.