No ficción
‘Delirio americano’, el libro que abarca la historia cultural de América Latina
Delirio perpetuo, la reseña de Hugo Chaparro Valderrama sobre el libro ‘Delirio americano: una historia cultural y política de América Latina’.
El colombiano Carlos Granés consiguió lo imposible: abarcar en un libro la historia cultural de América Latina desde finales del siglo XIX hasta principios del XXI. Las quinientas páginas en las que analiza ese “lugar donde gente muy diversa tiene que convivir y prosperar” ya son un clásico contemporáneo.
En el principio fue la parodia de un continente que miraba hacia Europa como el territorio de los hallazgos artísticos: surgió entonces el modernismo y su profeta fue Rubén Darío. Su generación oxigenó el último aliento del siglo XIX. Hizo del pasado un estilo. No en vano, Darío odiaba la vida y el tiempo en los que nació, y buscó en la nostalgia una forma de su poesía: “¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués; mas he aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles: ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”.
Y al principio de la poesía escrita en América con pasión romántica, que buscó traducir al mapa de este lado del mar el legado de la Grecia antigua, de Víctor Hugo, Goethe o Rimbaud, se sumaron los principios políticos que matizaron la época con el ejemplo de José Martí y su ilusión por la independencia de España, tras esa larga historia que acomodó al imperio en el continente desde que Rodrigo de Triana o Pedro de Lope, discuten los historiadores, gritó “¡Tierra a la vista!” en 1492.
“Bisagra entre dos periodos históricos y entre dos sensibilidades, el cubano fue el último romántico y el primer modernista: el último poeta que luchó contra España en una guerra de independencia, y el primero que expresó las vacilaciones existenciales que moldearían la sensibilidad de la siguiente generación; el último en enfrentarse al colonialismo español, y el primero en advertir que la nueva amenaza para América Latina sería el imperialismo estadounidense”, escribe Carlos Granés al inicio de una aventura de las ideas como es Delirio americano.
Dos dimensiones –la política y la artística–, que tuvieron en el transcurso del siglo XX encuentros y desencuentros, militancias y discordancias, preguntas y respuestas para entender de qué se trataba el destino imaginario y social de esta región del mundo, con base en las que Granés ensambla las piezas de la historia que nos define con sus desmesuras.
En este viaje de quinientas páginas, Granés le presenta al lector el mapa cultural de América Latina por el que transcurre el itinerario mental de algo más de un siglo –desde 1880 hasta 2020– alrededor de la cultura que decidió cómo nos hemos reflejado en el arte y cómo nos hemos salvado –aunque también naufraguemos en las batallas que han multiplicado los muertos en la región– a pesar de la política y de los gobiernos alucinantes que nos han tocado en suerte.
Icónico por la forma como recorre, entrecruza y abarca la historia de cada país –tanto como lo fue Eduardo Galeano, en los años 70, con Las venas abiertas de América Latina, que hacía de la historia una advertencia: “El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo”–, a Granés se le agradece su visión panorámica y su información enciclopédica puestas en acción para cumplir con el propósito de hacer historia relacionando los hechos, interpretándolos y llegando a la conclusión –otra advertencia– con la que termina el libro:
“Como cualquier otro lugar, Latinoamérica amasa una historia compleja y bárbara de vergüenza y luces. Pero nada nos ata al pasado. El futuro está ahí, como para cualquier otra comunidad humana. Es hora de poner un pie en el siglo XXI”.
Sin la escritura de ceño fruncido que suele ser habitual en el mundo académico, Granés parece un cronista de Indias, perplejo por la historia que registra, algunas veces irónico como un Jonathan Swift del trópico, que solo puede explicarse lo inverosímil de la realidad con el sentido del humor que ocasiona el desconcierto: una actitud propiciada por el asombro o la incredulidad, sobre todo por las tragedias masivas que han hecho de Latinoamérica el continente de las dictaduras, cuando sus personajes no son menos inverosímiles, como se demuestra cuando Granés nos recuerda que el doctor Francia le impuso a Paraguay una cuarentena que habría querido perpetua; el nudo de contradicciones que fue en Ecuador el gobierno de Velasco Ibarra, quien concedió el voto a las mujeres, pero las despreciaba si buscaban emanciparse, o cuando el tránsito a la democracia en Venezuela, a mediados de los años 30, fue consecuencia de una circunstancia clínica en el momento en que “la próstata de Juan Vicente Gómez, tan trajinada a lo largo de su vida –tuvo más de sesenta hijos–, se hinchó como un pandebono y le produjo una mortal insuficiencia renal”.
Con la perspectiva de las paralelas que se encuentran, en Delirio americano la historia revela el efecto dominó que produjo en la evolución de las ideas la situación política de cada país donde vivieron –o del que se exiliaron– sus escritores y artistas. Los terremotos creativos que decidieron un antes y un después en la forma de representar el mundo según el cubismo, el futurismo o el surrealismo se relacionan con las respuestas americanas, que aprovecharon sus influencias en el creacionismo, el arielismo, el americanismo o el criollismo, evidenciando las tensiones que oponen lo parroquial a la apertura mental del arte como una expresión sin fronteras –una idea, lo provinciano vs. lo cosmopolita, que confrontó sin piedad a Julio Cortázar con José María Arguedas en los 60:
“Todos somos provincianos, don Julio. Provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional que es, también, una esfera, un estrato bien cerrado” (Arguedas); “Menuda diferencia entre ser un provinciano como Lezama Lima, que precisamente sabe más de Ulises que la misma Penélope, y los provincianos de obediencia folklórica para quienes las músicas de este mundo empiezan y terminan en las cinco notas de una quena” (Cortázar)–.
Para Granés, América Latina entró al siglo XX en 1898 y, aunque entramos anticipadamente, no acabamos de salir, acaso por la predestinación de Martí, el poeta hecho político o, al menos, abrazado por la historia en su destino fatal. Un destino del que salimos en el siglo XXI, despidiéndonos de una mitología del XX, cuando muere Fidel Castro, en noviembre de 2016. Granés se enteró de la noticia en la Feria de Guadalajara para darse cuenta de que la vida de los escritores transcurre ahora en eventos más seguros que los campos de batalla o las células de conspiradores de otros tiempos, como anota en el último capítulo del libro; sorprendiéndose cuando “nadie dejó sus huevos rancheros enfriándose en el plato para subir a su habitación a escribir sobre las implicaciones geopolíticas del deceso” –el dinosaurio había muerto y era cosa del pasado arqueológico del continente–.
¿Como acaso sean igualmente arqueológicas otras paralelas que se encontraron en el continente y que guían el relato del libro? ¿El ‘calibanismo’ –¿paronimia de canibalismo?–, tomado por Granés del artículo ‘El triunfo de Calibán’, en el que Darío acusaba a los Estados Unidos de “aborrecedores de la sangre latina” y “bárbaros” alejados del orden espiritual de la vida, y el ‘arielismo’, tomado del Ariel, de José Enrique Rodó, “un intento por definir las coordenadas de la identidad latina, que advertía sobre el encandilamiento que la riqueza y el progreso estadounidense despertaban en algunos latinoamericanos”?
Propuestos los términos que guiarán al lector a través de libro, asombra cómo la historia puso en juego estas contradicciones y le dio la razón a Granés para descubrir que los delirios de 1898 se proyectaron como una sombra en el futuro para reconocernos en busca de la autenticidad perdida, como se propuso José Vasconcelos en México con su programa pedagógico para redescubrir el ideal de las raíces o como le sucedió, guardadas las proporciones, pero no las intenciones, a Caetano Veloso después de ver Terra em transe, de Glauber Rocha, una película liberadora que cuestionó a Veloso y que, en parte, sería el detonante del tropicalismo, la revolución musical que renovó con otras raíces el panorama sonoro en el Brasil de los años 60.
Episódico para relacionar cada hecho de la historia con el que se explica la gran historia de América Latina, Carlos Granés pasa de un país a otro sugiriendo que un continente es una ilusión cartográfica con la que se trazan los límites de sus diferencias regionales, que son diferencias culturales: no se trata de ver aisladamente a Juan Domingo Perón, Anastasio Somoza, Getúlio Vargas o los estragos de la violencia en Colombia, sino de comprender por qué se originaron cada uno de ellos en un mapa sometido por el calibanismo y esperanzado por el arielismo.
Tantas historias narradas al vaivén del poder y de las formas del arte, Delirio americano es un retrato en el que podemos reconocernos por el aire de familia que nos enseña por qué las ideas en América Latina pueden avanzar con la lentitud de una rana en una piscina de miel, que llega a la otra orilla con esfuerzo, pero consiguiendo lo que se propuso; honrando lo que Lezama Lima escribió al inicio de La expresión americana: “Solo lo difícil es estimulante; solo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento”.
Esa potencia sobre la que escriben otros ensayistas en el continente –Christopher Domínguez Michael, Roger Bartra, Juan Villoro– a los que se suma Granés con un libro que desde su publicación se convirtió en un clásico inmediato para sus lectores, multiplicados a lo largo del mapa donde pareciera que delirar es una forma de alcanzar lo imposible.