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De “La tragedia de Belinda Elsner” y la esquizofrénica Bogotá que narra
En su reseña de esta novela de Germán Espinosa, el escritor Mauricio Palomo le anticipa al lector que la atmósfera de esta especie de thriller policiaco ambientado en la Bogotá de los 80 es espesa y sombría, y que el vértigo de la lectura nunca decae.
Un epígrafe del gran romántico norteamericano, Edgar Allan Poe, anuncia la trama de una novela negra ambientada en la Bogotá de 1970-1987. Germán Espinosa cruza el puente desde la orilla histórica para penetrar en la neblina de uno de los mejores géneros, y se mueve con pericia, con oficio, entre espacialidades detalladas y descripciones que más bien parecen ráfagas de postales, como los viejos maestros que fueron nicho de la literatura de detectives y criminales.
Panamericana Editorial alumbra una edición que se destaca por la legibilidad de la escritura y el diseño para una belleza de carátula que entraña el enigma: los tonos rojinegros de sus solapas que desde el principio empiezan el juego de la provocación a un lector que por necesidad y truculencia atravesará el umbral. La tragedia de Belinda Elsner, de Germán Espinosa, está salpicada de poesía en la prosa, es una novela urbana, negra, de amor, así como una novela precedida por la brutal Segunda Guerra Mundial y un trabajo de metaliteratura; maravilloso. Influencias literarias del autor cartagenero circulan por estas páginas: León de Greiff y Edgar Allan Poe, poesía pura y dura. Lo que representan estos dos autores para la literatura, definitivamente se aprecia en las atmosferas que Espinosa sabe extraerles.
La novela presenta una descripción de una Belinda terrible, enmarcada en el resentimiento, a la que el destino le tendrá deparadas cosas que el lector descifrará hasta el límite del impacto. La sordidez de la muerte se acompasa con la poesía de De Greiff, siempre hay mucho de literatura en lo atroz. La atmósfera del libro es espesa y sombría en su exordio y se mantiene sin caer en ningún momento durante todo el desarrollo permanece, hasta el epílogo. Esto hace de Espinosa un autor magistral, porque no hay abismos, todo es una cima de vértigos y de periplos por esta ciudad de paisajes alarmantes y de muros candorosos.
Moradores paralíticos ejercitan sus manos por las circunferencias de sus sillas de ruedas, así se mueven por Bogotá y por las páginas de esta novela policiaca. Las brutales descripciones de lo macabro alrededor de víctimas vulnerables se vinculan, a su vez, con el género del terror, haciendo de la novela todo un thriller que sujeta al lector de las solapas, lo mantiene suspendido solamente para, al final, arrojarlo al suelo con una suerte de cabezazo en la nariz. Así es, La tragedia de Belinda Elsner es de esas novelas que se nos quedan habitando la memoria, me arriesgaría a decir que para siempre.
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Hay un destacado dibujo de la ciudad en la novela de Espinosa, solo los que hemos vivido entre estos andenes por muchos años podemos dar fe del talento del autor para contar una ciudad terebrante, como es el caso de Bogotá, sus múltiples caras, el oxímoron de su cartografía, su clima, sus instituciones, los perfiles de sus oficios, y aún más allá, el drama en las interioridades de quienes la habitan, sus secretos, sus patologías, sus exacerbadas locuras que, inconscientemente, también nos acompañan cuando salimos por las calles defendiendo la vida en esta ciudad para soldados. Uno va leyendo la tragedia de Belinda y sin darse cuenta se siente caminando por Bogotá, en ocasiones uno debe cerrar el libro para saberse en el sofá de la sala y no en el inclemente maremágnum de extramuros de esta bella infame capital. Es tan vívido Espinosa.
En la novela hay tiempo hasta para la crítica tácita a ese lenguaje de lo políticamente correcto, tan de moda hoy. Bogotá parece ser uno de los epicentros de aquellos oradores del eufemismo que el autor desenmascara con sorna inteligente. No se le escapa nada, la masacre de Pozetto, por ejemplo, se dibuja desde lo psíquico, Campo Elías Delgado aquí no es un santón, ni un potente estudiante de literatura, es un esquizofrénico, es más honesto leerlo así.
También llaman la atención los tránsitos que con la narración hacen trasladar de unos a otros los espacios y los personajes con mucha destreza y sin que el lector apenas lo perciba. De repente te encuentras ya en otros lugares, en otras nomenclaturas, caminando por otras aceras, penetrando en otras edificaciones, al interior de taxis o de Renaults desvalijados, interactuando con otras personas, enfrentando otros peligros, muriéndote terriblemente.
Verónica y Belinda Elsner, Nelson Chala y Annabel Rosas constituyen un sistema de personajes fascinante, porque son, en su orden, la personificación de la soledad, la venganza, la locura y el amor, en tiempos donde la alteridad parece utopía.
Novela esquizoide, vertiginosa, impredecible, peligrosa y, sin embargo, una novela de amor, inspirada en una de las poesías más hermosas de Poe, de la cual el lector se deleitará con muchas alusiones. Espinosa no deja nada al azar, es un autor de oficio y de talento al que se le nota el trabajo con la palabra y cada pieza dentro de esta joya narrativa no se olvida, se ajusta, permanece y se concluye.
Belinda Elsner y Nelson Chala, si es que se pueden nombrar por separado, no son más que dos personajes prototípicos cercados por un país y por una ciudad nictálope, que envuelve en sus dinámicas de sangre, intolerancia y violencia lo que nos mueve por estas urbes cáncer. Reflejarse en esta novela es entender que debemos seguir controlando las pulsiones de destrucción que nos acometen a diario.
Esta novela sigue siendo vigente en todos sus tramos. Hoy, ya muerto su autor y lejos del fuego que la inspiró, se nos sigue repitiendo. Una historia de amor con el telón de fondo de una ciudad criminal. Bogotá es protagonista con su entramado entrópico de nomenclaturas, masa de concreto que sigue inspirando a románticos y a racionalistas, imágenes transgresoras en una urbe de sangre y belleza.
Una ciudad que se despedaza y nos despedaza de formas terribles. Vivirla, transitarla, sufrirla, llorarla, amarla, implica un trance psíquico del cual no todos sus ciudadanos deben estar seguros de salir bien librados. En esta guerra psicológica interna todos podemos un día llegar a ser Belinda Elsner trasfigurada en el dulce cantante de baladas. La realidad nos supera bajo el cielo de una urbe que no da asilo ni tregua, donde parece estar siempre lloviendo.
Esto no es para nada una ficción. Poe me sabrá perdonar desde la tumba este grosero parafraseo, pero viene muy bien para el remate de esta invitación azarosa y paranoica: sí, el cielo es nuestro, pero este es un mundo de dulces y agrios. A la postre un híbrido, que al salir de las páginas de esta novela nos seguirá quedando grande maniobrar. La trampa de la bella infame Bogotá está tendida. Cuiden de las manos que se posan en las manijas de sus sillas de ruedas. Queda advertido el lector, Nelson Chala no es más que un espejo.
*Mauricio Palomo Riaño es profesor de literatura y escritor.
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