FOTOGRAFÍA
Entre lo urbano y lo campesino: una historia visual de la Plaza de la Concordia
Cuando tenía 20 años Viki Ospina logró esta serie de imágenes sobre los campesinos que llegaban a la Plaza de la Concordia a vender sus productos. Las fotografías, con las que este año ganó el Premio Nacional de Fotografía, habían permanecido inéditas desde hace cincuenta años.
Alguna vez Leonard Cohen escribió: “Hay una grieta en todo, sólo así entra la luz”. Apenas se lee, esta frase hace pensar que podría ser una metáfora a la medida sobre lo que para Viki Ospina significa la fotografía. Impresionada siempre por el milagro que forma líneas rectas, sombras que existen cuando algo se atraviesa en su camino, la fotógrafa ha viajado una vida, más bien un solo viaje con muchas escalas, donde lo más importante siempre ha sido la luz.
En un mundo donde la luz ya no es tan importante para la fotografía, sino que la preocupación radica en qué tan trasgresor puede ser el concepto, o que tan fuerte son las escenas, las poses y las miradas, la forma de capturar la vida de esta fotógrafa ha despertado un interés que influirá a las generaciones de fotógrafos colombianos venideras.
Cachaco. Foto: Viki Ospina
Con la pantalla del computador alumbrando su rostro, que no aparenta los 71 años que tiene, Ospina vio, sin sorprenderse, que un nuevo correo había llegado. Firmado por el Ministerio de Cultura, antes de abrirlo pensó que solo era un formalismo donde le informarían quién sería el nuevo Premio Nacional de Fotografía.
Pero a muchos artistas les pasa que la convocatoria a la que menos fe le tienen es la que se ganan. Y Viki Ospina es la merecedora de este reconocimiento para este año. Lo más sorprendente es que ganó con unas fotos que tomó a sus 20 años. Se titulan “Plaza de La Concordía”, una aproximación documental que ha bautizado como su primer proyecto personal, antes de su carrera como reportera gráfica y sus viajes por Colombia y el mundo.
Vendedora de mazorcas. Foto: Viki Ospina
En Vendedora de mazorcas, la imagen que abre la serie y la favorita de la fotógrafa, aparece la mujer en efecto con sus dos espigas, que sostiene en una sola mano y con un gesto de timidez en su boca, sobre un rostro premeditado ante la cámara. Todo congelado durante el disparo. Pero lo que inquieta es el niño que sale sobre la espalda de la vendedora, que no alcanza a estirar los dedos de su mano antes de que la película sea gastada.
Viki y su amor de entonces Sebastián Ospina (de donde viene su apellido como fotógrafa porque su nombre de pila es María Victoria Villalba Stewart) llevaban seis meses viviendo en el barrio La Candelaria. “Dije: voy a hacer un trabajo sobre La Concordia y que muestre todo el proceso del trabajo. Con Sebastián nos fuimos al pico 4, donde desembarcaban con los productos”. La revolución Hippie había explotado en Colombia y ambos, de un amor intenso pero sin cadenas, vivían juntos con un perro que al principio se llamaba Mario y luego le cambiaron a Mao.
Viki Ospina durante una conversación con una mujer en Ráquira, actualmente todavía asiste a la posada de esta señora que la ayudó en su viaje de joven por Colombia. Foto: Sebastián Ospina
Para 1970 la mayoría de plazas de mercado en Colombia tenían lugar en la calle. El espacio público, donde confluye la relación de las clases sociales, se convierte en las imágenes de la fotógrafa en el escenario donde vidas de dos mundos se encontraban.
“Es un proceso de retroacción que, a partir de su revisión de archivo, resignifica las tensiones entre la vida urbana y la vida rural en una ciudad como Bogotá que están vivas en la memoria colectiva. Así mismo, exaltan la intensidad y calidad de su trabajo como retratista”, calificó el jurado.
Espinaca por plata. Foto: Viki Ospina
Viki, que cuando se casó con Sebastián era “de Ospina” pero ella siempre ha dicho que no es de nadie sino de la vida, empacó junto con su esposo un morral donde había una muda –la segunda era la que llevaban puesta– y una botella de miel, naranjas y pan integral.
El segundo morral estaba lleno de fotografías, que cambiaban a cambio de hospedaje y comida, y hasta los sacaron de problemas, como cuando la policía los detuvo cuando les preguntó por sus papeles de identificación y ellos, sintiéndose ciudadanos del mundo que no necesitaban demostrar nada, terminaron en la cárcel. La salida de allí, quién lo creyera, fue una foto de Belisario Betancur, movida y de perfil, donde se le ve hablándole a la gente en la media torta. El carcelero, fan del político y futuro presidente, los dejó libres a cambio de la foto.
En ese morral, asegura Viki, iban también las fotografías de la Plaza de La Concordia.
De pelo corto, con la nariz puntiaguda, la sonrisa que todavía mantiene y que parece imborrable, y una voz de timbre agudo que confunde porque no parece la de una mujer de 71 años revelan a una Viki Ospina tan jovial como ansiosa por descubrir más el mundo que cabe en las fotos.
Stieglitz afirmaba que la realidad podía llegar a ser tan sútil en la fotografía que incluso superaría a la realidad misma, que una buena fotografía se obtenía si se sabe donde toca pararse y que uno de los poderes más interesantes de congelar tiempo y espacio radica en la intención del fotógrafo por hacer que el espectador sienta lo que se experimentó al momento de hacer clic.
Niño Buda. Foto: Viki Ospina
En Niño Buda, los ojos cerrados del bebé, su boca caricaturesca de tristeza y enmarcada por las manos de una mujer que mira hacia el objetivo dibujan una escena que obliga recorrer la foto de una forma extraña. El segundo niño, disfrutando el momento, encierra en la dicotomía de la tristeza y la alegría, como máscaras, la misma máscara que el humano adopta cuando se tiene noción de la cámara.
Vendedora de canastos. Foto: Viki Ospina
Viki dice que ama cuando la vida florece justo cuando se obtura. El paso de los dos niños corriendo en Vendedora de canastos podrían romper con la armonía de la pose de la campesina que se sienta en el suelo a esperar compradores. Pero no, más bien, los dos muchachos llevan a pensar en la relación entre la mujer que proviene de una zona rural junto con aquellos que crecieron en la urbe mutante.
Desde hace 17 años Viki Ospina es profesora de Fotografía I en la Universidad de los Andes, inevitablemente siempre toca el tema, porque no concibe el aprendizaje del arte al que le ha dedicado toda una vida si no se comienza por una educación análoga. “Es el milagro de la luz”, dice.
Abrirá las cajas con sus negativos TriX que tomó con su Canon F1, su plan luego será comprar papel de fibra y encerrarse en su cuarto oscuro para hacer las ampliaciones. Y que la luz haga lo suyo.
Niña campesina. Foto: Viki Ospina