El sexo imaginado (Impresa)

El deseo retoña en la oscuridad

¿Es posible definir los elementos necesarios para una buena película erótica? ¿Dónde radica el misterio de un momento cinematogáfico sublime? A partir de dos libros recientes, he aquí una insolente meditación.

Manuel Kalmanovitz
21 de septiembre de 2010, 12:00 a. m.
Sophia Loren, uno de los íconos del Hollywood clásico

Es un campo minado, esto del cine erótico. Porque el terreno de lo erótico es misterioso y oscuro; no puede ser otro el caso de un lugar donde “se mezclan los terrores y las audacias, los deseos y las repulsiones de todas las épocas”, en palabras del ex surrealista George Bataille, autor de La historia del ojo, una de las novelas más perversamente eróticas de la historia.

Las palabras tratan de esclarecer un poco el asunto, pero es un esfuerzo vano desde el comienzo. El asunto es oscuro en sí mismo. Ahí reside su poder y su atractivo. Desvelarlo, como intenta hacerlo Bataille en varios ensayos, es para terminar en trabalenguas, donde las cosas que son no son y las que no son son o algo por el estilo. Al final, el misterio sigue igual de bien protegido, tan inexpugnable como antes.

Pero bueno, en cine tenemos la historia del cine; tenemos las imágenes y tenemos dos libros que le echan un vistazo desde ópticas distintas. Puede que no sepamos con certeza cómo funciona lo erótico, esas corrientes que hacen que la gente se una a otra gente olvidándose de sí misma, pero algo claro dejan estos dos libros: está ligado de raíz con el cine.

Será por la oscuridad de los teatros, o por ese poder que tiene de volver imagen al mundo, haciéndolo al mismo tiempo próximo e inalcanzable.

El primero de los libros se llama Películas clave del cine erótico y lo edita Robinbook. Trae lo que su título indica. Pedro Calleja, su autor, escogió cien películas clave que desglosa más bien pedestre, irónica y desapegadamente, con frases de esa coloquialidad española irritante y descuidada que en alguna parte debe resultar atractiva. Así, para él, la Lolita de Kubrick tiene “un tono de comedia excéntrica bastante pasado de rosca”. Toma eso, Kubrick, además de muerto, pasado de rosca.

En general, da la sensación de que el autor considerara el tema inferior a sus capacidades y que, para compensar, se dedicara a hacer juicios abruptos, perezosos y recubiertos de un morbillo adolescente y solapado.

Paralela a esa superioridad del autor está el repetido mito de la estupidez del público. Por ejemplo, Bella de día, esa bomba de Luis Buñuel contra los valores burgueses tradicionales, fue un éxito porque dejaba al público con “la sensación de formar parte de la intelectualidad chic del momento”. El logro de Buñuel es nada, la posudez del público lo es todo.

Es un mundo de taquillas, tetas y vellos púbicos el que habita Calleja. En semejante planeta, el misterio de lo erótico no tiene cabida. ¿Cómo podría? Acá el erotismo es, sobre todo, un acto físico. En la misma breve reseña de la película de Buñuel dice como disculpándose que “el erotismo de Bella de día no es físico, sino mental”. Pero es que, justamente, el erotismo es una cosa mental.

De nuevo, que lo diga Bataille: “La actividad sexual de los hombres no es necesariamente erótica. Sólo lo es cuando no es rudimentaria, cuando no es simplemente animal”.

En fin, es un libro pobre a todo nivel, descuidado. Desde la impresión y las fotos a veces borrosas, hasta el diseño general y la escritura desabrochada de Calleja.

El libro se ve peor aún cuando se le compara con el segundo, titulado simplemente Cine erótico y editado por Taschen. La diferencia es impresionante, no sólo por cuestiones de formato (este sí tiene imágenes a color, está bien diseñado e impreso en un papel brillante), sino por su aspecto conceptual, de investigación y de escritura.

El libro de Taschen está organizado por zonas temáticas y lleno de citas de gente lista que ha pensado la cuestión de lo erótico, que se ha dado cuenta del misterio que lo rodea y que sabe expresarse con elegancia.

Es otro universo el que vemos acá. Donde una pulsera puede ser más sugestiva, más erótica, que cosas más explícitas, que vellos púbicos, que senos desnudos, que manos crispadas agarrándose a sábanas y demás muestras del “erotismo físico” que, en su pereza, es lo que cuenta en el libro de Calleja (aunque el libro de Taschen también tiene su dosis de todo eso).

Hay, en el libro de Taschen, una cita de Billy Wilder que muestra esa amplitud de miras: “Ernest Lubitsch era capaz de hacer más cosas con una puerta cerrada que la mayoría de directores modernos con una bragueta abierta”.

Acá, el erotismo es una fuerza compleja, un movimiento doble y contradictorio donde las prohibiciones se desobedecen y se mantienen a la vez. Se ve en mujeres paradas frente a una cortina, en hombres vestidos de sultán, en vampiras que acaban de cenar, en el momento justo antes del beso, cuando los labios aún no se han tocado.

Este movimiento de transgresión y aceptación de lo prohibido se ve con especial claridad en el Hollywood clásico. Porque a pesar de estar limitados por el código Hays de censura (obligatorio entre 1934 y 1968), los héroes y heroínas de las películas daban a entender lo que no podían decir. “Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala, soy aún mejor”, le decía el personaje de Mae West a su pretendiente en I’m No Angel, de 1933.

Era en ese dar a entender donde estaba el arte del Hollywood de esa época. Eso es lo más cerca que hemos estado al corazón de las tinieblas, a la fuente del misterioso erotismo. Bastaba una cadenita en un tobillo y una mirada certera (baste recordar a Barbara Stanwyck en Double Indemnity) para causar terremotos, asesinatos o cualquier clase de traiciones previamente impensables.

Pero la historia del erotismo en el cine es también la historia de volver explícito lo que antes se escondía. El cine acompañó al mundo (a veces yendo a la vanguardia, otras no tanto) en la liberalización de las costumbres, hasta llegar al presente, donde cualquier cosa puede mostrarse.

Las puertas cerradas fueron reemplazadas por las braguetas abiertas y el misterio del erotismo pasó a un segundo plano en buena parte del cine.

Pero lo erótico es indestructible. Sus corrientes misteriosas siguen con fuerza en otros lugares. Basta ver las esquinas oscuras de internet donde cualquier cosa puede terminar revestida de un aire erótico (aunque en internet también se encuentre lo más explícito de lo explícito).

Por ejemplo, hay un sitio (In my arms) lleno de imágenes tomadas de películas o series de televisión donde alguien carga en sus brazos a una mujer desmayada, inconsciente, enferma, borracha o alguna combinación de las anteriores.

Este coleccionista obsesivo tiene sesenta páginas de capturas y al revisarlas es imposible no maravillarse por la flexibilidad y resistencia del impulso erótico: se ve ahí claramente a esta energía cargando de significado algo aparentemente inocente hasta volverlo otra cosa.

Hasta el punto de que luego, al ver cualquier heroína en apuros en alguna telenovela, es imposible no darse cuenta de que detrás de todo lo que existe, detrás de todo lo que hacemos los humanos, está esa oscuridad inexplicable, el impulso erótico al que ambos libros le rinden homenaje.

 

En el mercado

Películas clave del cine erótico

Pedro Calleja Robinbook

2009

280 páginas

$54.900

 

Cine erótico

Douglas Keesey / Paul Duncan

Taschen

2006

196 páginas

$57.000

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