JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Tribulaciones del centro político

¿Tendrán las mayorías silenciosas alguna posibilidad en 2026?

Jorge Humberto Botero
4 de marzo de 2025

Abundan las encuestas en las que se concluye que el centro es la opción política que prefiere una porción mayoritaria de los electores; la ventaja es tan amplia respecto a la izquierda y la derecha que lo normal sería que ganara los comicios. No suele ocurrir así. En el 2022 nos fue pésimo. Nos prometimos que, para la siguiente ronda, enmendaríamos los errores cometidos. ¿Será?

En los Estados Unidos, en noviembre pasado, se enfrentaron dos candidatos, que no solo profesan convicciones radicalmente diferentes, sino que, además, se negaron recíprocamente la autoridad moral para gobernar. Una polaridad tal hace imposible el debate civilizado y la posibilidad de acuerdos sobre temas esenciales. Asombra decirlo: ese país, cuna de la democracia moderna, ha dejado de ser el modelo que fue para el mundo desde fines del siglo XVIII.

Al igual que en el norte del continente, en Colombia la tensión política crece cada día. Nuestro presidente insiste en que es un demócrata. Admitamos que lo es bajo la modalidad populista y directa que profesa: existe un pueblo monolítico que, una vez unge a su caudillo, lo reelige periódicamente— a veces en cabeza ajena— para que cumpla una misión cuyos alcances él es el único que puede interpretar. Las otras ramas del poder público le deben estar subordinadas por su condición de jefe del Estado, la cual le otorgaría una especie de prevalencia sobre los otros poderes que lo integran. En realidad, apenas cumple las tareas de coordinación interna y representación internacional.

Que haya muchas vertientes del pueblo, que se expresan en distintos momentos, y que los cuerpos de representación popular gozan de la misma jerarquía que el presidente, es una noción que el nuestro no comparte. Supone que solo hacen parte del pueblo quienes por él votaron, sin tener en cuenta que una gran parte de votantes estuvo conformada por quienes lo hicieron por su adversario o en blanco. Así las cosas, el pueblo termina siendo el conjunto de los amigos, no el de los ciudadanos. Es una diferencia sustancial.

Es notorio el desprecio de Petro por Santander, el hombre de las leyes. Llaman la atención sus recientes elogios a José María Melo, un militar que dio un golpe de Estado en 1854, y a Gustavo Rojas Pinilla, otro de sus héroes, que acudió a la misma medida en 1953. Ambos siguieron el precedente creado por el Libertador en 1828. Curiosa la devoción del presidente por quienes han roto el orden constitucional.

Más por impotencia que por convicción, Petro se mantiene dentro de las instituciones. Cree, sin embargo, como Putin y Chávez, que la democracia consiste y se agota en los procesos electorales que cada tanto sirven al caudillo que gobierna para renovar el mandato que ‘su pueblo’ le confirió en un momento de identificación mística.

No le gusta el modelo económico. Cualquier movimiento de los precios de bienes y servicios que— en su opinión— no sea justo, genera su airada reacción. “Estamos dominados por la codicia inherente al capitalismo”, dice. Entiende la dinámica económica como un juego de suma cero: si alguien gana es porque alguien pierde y el rico se apodera de lo que pertenece al pobre. No vislumbra que la riqueza puede aumentar en beneficio de todos.

Como según las leyes de la mecánica política, las acciones en un sentido suscitan reacciones en el contrario; lo más probable es que las elecciones presidenciales se definan entre los candidatos de ambos extremos. Cada uno estará acompañado por políticos profesionales que, carentes de convicciones, y dueños de sus ‘pases’— como a veces ocurre en el fútbol profesional— negocian con el mejor postor. Son más poderosos que los partidos en los que están inscritos.

Esto no es, por supuesto, lo que yo quisiera. Me encantaría el triunfo de un candidato centrista. Alguien que tuviera claro el valor de la libertad como fundamento esencial de la dignidad humana. Que supiera que los conflictos son inherentes a la vida social porque, en última instancia, dependen de nuestra condición de seres libres que, precisamente por serlo, perseguimos en la vida objetivos que pueden entrar en conflicto con los de otros.

Que esté persuadido de que se requiere un Estado eficiente y probo, dotado de un equipo de servidores elegidos en función de sus capacidades, no de factores clientelares. Se necesitan líderes convencidos de la necesidad del crecimiento económico, sin el cual las tareas de redistribución del ingreso no pueden tener éxito. Hombres y mujeres que crean en que si bien caben amplias discrepancias sobre muchos temas, existen hechos ciertos que deben ser reconocidos; y que estamos exhaustos de la “posverdad”. Por último, les pedimos que, cuando hagan promesas, indiquen de manera rigurosa de qué manera pretenden realizarlas.

Avizoro que esos posibles candidatos del centro carecen de vínculos con las formaciones partidarias tradicionales; lo cual, desde una cierta perspectiva, es encomiable. Esos ductos de movilización de la opinión pública son, como consecuencia de graves fallas de diseño, muy débiles y, además, están sumidos en la corrupción. El actual gobierno ha agravado este problema hasta límites inimaginables.

Esa realidad constituye un pesado fardo. Dificulta al centro contar con una bancada parlamentaria suficiente para impulsar las indispensables reformas en el Congreso. Y nos obliga a inscribir a nuestros aspirantes mediante recolección de firmas, un mecanismo que no sirve para configurar una militancia sólida, y que genera dificultades para armar las alianzas que son necesarias.

Los candidatos del centro tienen que afrontar una ambigüedad trágica. Nuestro bagaje intelectual es, en esencia, liberal y socialdemócrata, patrimonio que se fue consolidando, una vez constituida la República en el siglo XIX, dentro de los partidos liberal y conservador. Esa realidad histórica a ellos nos acerca. Pero nos aleja su conversión en meras alianzas politiqueras que se mueven al margen del interés público. ¿Cómo podríamos acercarnos a ellos?, ¿bajo que condiciones o en ningún caso?

Briznas poéticas. Wislawa Szymbroska, la magnífica poeta de Polonia y el mundo, nos dice:

En lugar de que vuelvan los recuerdos

En el instante de la muerte

Solicito el regreso

De las cosas perdidas.

Por las puertas y ventanas: los paraguas,

La maleta, los guantes, el abrigo,

Para poder decir:

Qué me importa todo eso.

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