
Opinión
Lecciones de Tucídides
En el enfrentamiento con Trump, son mínimas las posibilidades de vencer, pero sí de arribar a acuerdos.
En la querella de los deportados frente a los Estados Unidos, Petro acierta en una cuestión fundamental: no es digno el tratamiento dado a esos compatriotas que nos remiten cargados de cadenas. Ese tratamiento solo debería ser aplicado por razones de seguridad; haber infringido las normas para inmigrar no es un delito en la legislación estadounidense. Ese trato humillante tiene, además, connotaciones raciales; muchos de los deportados son de origen indígena, mestizo y negro. Recuerda, sin duda alguna, los oprobios cometidos por los nazis contra el pueblo judío, tal como lo ha señalado nuestro presidente.
No podemos perder la esperanza de que la democracia más antigua del mundo reaccione e impida o module los abusos que está cometiendo Trump, cuya conducta The Economist asemeja a la de un mafioso… La humillación pública a la que fue sometido el heroico presidente de Ucrania merece el más enérgico reproche y, de seguro, avergüenza a muchos estadounidenses.
Sin embargo, debemos reconocer que hemos vuelto a la era del Gran Garrote. Con buen juicio, los países que han recibido atropellos y desplantes en estas semanas de espanto han optado por la prudencia, actitud que es compatible con la firmeza en la defensa de los propios intereses. “Mano de hierro en guante de seda”, suele decirse. Han entendido que para lidiar con un personaje vitriólico, los micrófonos y los trinos son contraproducentes. Confían igualmente en que en los Estados Unidos se geste una reacción fuerte ante los excesos trumpistas.
Algo de esto ya está sucediendo. Los consumidores, nerviosos con lo que pueda suceder, están destinando una porción mayor de su ingreso al ahorro, conducta esta que puede reducir la tasa de crecimiento del PIB. Los sectores exportadores, conscientes de que los países a los que se ha declarado la guerra comercial tomarán represalias, han manifestado sus preocupaciones por la política que se sigue. Y la Reserva Federal ha puesto en pausa la política de reducción de tasas de interés, indicio claro de que teme una ola inflacionaria.
Aunque ya se impusieron aranceles punitivos a México y Canadá, la firmeza de esas decisiones es dudosa, entre otras razones, porque le daría un duro golpe a muchos sectores industriales de los Estados Unidos que están altamente integrados a insumos producidos en esos países. Esa interdependencia, que ha sido virtuosa, no se modifica de un día para el otro.
Casi todos los gobiernos saben que Trump, en la promoción de los propósitos que persigue— que no han sido los de su país por décadas— está dispuesto a realizar transacciones de cualquier tipo, y que no le gusta el campo de batalla, pero si la mesa de negociaciones, aunque en ella su comportamiento sea rudo y agresivo.
La posición de Petro frente a la avalancha trumpista ha sido insular. Haber respondido a los abusos contra los repatriados con palabras altisonantes fue contraproducente; la convocatoria a una reunión de la Celac para definir una estrategia colectiva, fracasó en cuestión de horas.
La amenaza de aranceles retaliatorios fue diseñada para países frente a los cuales Estados Unidos tiene déficit comercial. Sí, se invocó contra Colombia, cuyo comercio es pequeño en magnitudes relativas y, además, superavitario para los Estados Unidos, fue por una sola razón: advertirnos las consecuencias fatídicas que para ella tendría un enfrentamiento entre los dos países.
¿Habrá Petro aprendido la lección? No parece. Hace poco desafió a Estados Unidos a romper el TLC con nuestro país, una declaración irresponsable; los efectos serían catastróficos si así sucediera. Hoy, cuando escribo, acusa a Trump de traicionar a Europa y Ucrania. Ningún gobierno se ha atrevido a tanto.
En las actuales circunstancias, conviene recordar las peripecias de la Guerra del Peloponeso que libraron Atenas y Esparta en el siglo V a. C. Un conflicto bélico semejante a los que dieron origen a las guerras mundiales del siglo XX. En el horizonte se vislumbra una posibilidad siniestra: un enfrentamiento militar entre Estados Unidos y China para definir quién ejercerá la hegemonía mundial.
Tucídides decidió escribirla convencido de que “ambos pueblos la emprendían en su mejor momento gracias a sus recursos de todo tipo, y en que veía que los restantes griegos, unos de inmediato y otros disponiéndose a ello, se alineaban con uno u otro bando… Alcanzó, por así decirlo, a casi toda la humanidad”. De esa constatación dedujo que esa guerra tendría importancia para entender las que sucedieran en el futuro.
Hacia el final del conflicto, las huestes atenienses invadieron la Isla de Melos, que había asumido una posición neutral para solicitar su rendición. El diálogo entre unos invasores poderosos y unos invadidos débiles (noten las semejanzas) es una pieza esencial para entender tanto la guerra como la política; el despliegue de las armas y las astucias de la negociación.
La delegación ateniense pronto descartó la posibilidad de discutir sobre la justicia de sus pretensiones: “Ambos sabemos que el razonamiento humano se decide en términos de justicia desde una posición de igual necesidad, de otro modo, los más fuertes actúan de acuerdo con su poder y los débiles ceden”. Los melios aceptaron (como ahora Zelenski) discutir bajo esa premisa y presentaron un conjunto de razones, ya no basadas en la justicia, sino en la conveniencia mutua para que cesara la invasión y se les respetara su neutralidad. Las negociaciones fracasaron.
Tucídides nos cuenta que las fuerzas atenienses poco después “mataron a cuantos adultos melios capturaron, y esclavizaron a los niños y las mujeres”. Sin embargo, este remoto episodio deja lecciones importantes. Quizás los melios habrían podido encontrar alguna fórmula realista para sobrevivir con decoro. O “dignidad”, como lo demanda, con razón, nuestro gobierno.
Briznas poéticas. Federico Díaz Granados ha publicado Grietas de la Luz, un poemario bellísimo sobre el Alzheimer:
“Abro las puertas equivocadas
y debo disculparme.
Se me ha perdido mi habitación
y enmudezco otra vez en mi dolor,
en mi niebla interior
de dónde no saldré esta noche
y nunca más,
así se agoten los presagios de mi mirada
y no pueda agregar colores a la añoranza”.