OPINIÓN
Izquierda vs. derecha: debate trasnochado
Si Joe Biden fuese un político colombiano, probablemente militaría en el Centro Democrático.
Los términos izquierda y derecha tienen su origen en la revolución francesa y se derivan de forma algo accidental de la manera en que se fueron organizando para discutir los miembros de la primera Asamblea Nacional Constituyente. Quienes favorecían a la monarquía se sentaron a la derecha del salón. Quienes favorecían la revolución a la izquierda.
Por otra parte, según el historiador John Broich, el liberalismo como plataforma de partidos data de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, cuando un grupo de reformistas (en el contexto de un mundo cambiante y de guerras de independencia) quiso apartarse del bipartidismo de la época y de los postulados de aquellos que dominaban el debate.
Después de 200 años, la discusión ya no es entre izquierda y derecha. No en los países con democracias consolidadas. No en las naciones prósperas. En su lugar, se trata sobre los matices entre tendencias del liberalismo democrático. En Estados Unidos, por ejemplo, tanto demócratas como republicanos son defensores de ese ideario, a pesar de tener visiones antagónicas en temas como la inmigración ilegal, el cambio climático o las políticas tributarias.
En el editorial conmemorativo de sus 175 años de fundación, The Economist reiteró su compromiso con la defensa de las ideas liberales (ver aquí), destacando que esta forma de pensamiento político se basa en un compromiso inexorable para lograr dignidades individuales en un contexto de libre mercado y límites para la acción del Estado.
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Y esto bajo la convicción de que el progreso de la humanidad se logra por medio del debate de las ideas y las reformas continuas. Aquí resulta evidente, al menos para el caso colombiano, que los líderes de la izquierda tienen muy poco de liberales.
Según el mismo escrito, un liberal es pragmático y adaptable, y cree en el poder de la sociedad para mejorarse a sí misma desde su base. No comparte la visión de la izquierda que pretende ejercer coerción sobre los ciudadanos para que acepten (en ocasiones a la fuerza) las creencias de terceros. Tampoco comparte la lectura conservadora del mundo, destacando los riesgos inherentes a la aristocracia y jerarquía, o cualquier forma de concentración de poder, como fuente de opresión.
En este sentido, pasando de lo político a lo ideológico, no es más liberal un activista digital que decide hacer públicas sus preferencias sexuales o religiosas que un monje que opta por una vida ortodoxa y de reclusión. Liberales nosotros si aprendemos a respetar las preferencias de ellos. Y nos podremos bautizar progresistas el día en que seamos capaces de vivir empatía por las sensibilidades de quienes piensan distinto.
Es claro que el debate público en Colombia se desarrolla en términos muy diferentes. Hoy gravitamos sobre los caudillos de los diferentes grupos de afinidad, que son más empresas electorales que partidos políticos. Poco hablamos de doctrina. Hemos caído en una suerte de bobería colectiva que alimenta el populismo y las ínfulas dictatoriales de algunos.
Para recobrar el nivel de la discusión, podríamos exigir de nuestros líderes, y sobre todo de las organizaciones políticas, más ideas y menos personalismos. Más propuestas y menos promesas grandilocuentes. Y quizás también pedirles que refrenden ese pilar del liberalismo que tanto bien le ha hecho a la humanidad: la mixtura balanceada entre libertades individuales y la promoción del bien común.
Ad portas de un nuevo año preelectoral, termino citando de nuevo a The Economist: siempre será acertado prever la severa e intensa controversia que se avecina entre la inteligencia que pretende avanzar construyendo y la ignorancia que detiene nuestro progreso.