Jorge Leyva Valenzuela

Opinión

Desafío diplomático

La diplomacia no es solo un medio para alcanzar acuerdos, sino para cambiar narrativas. El desafío de Colombia en 2025 es una prueba a su capacidad de construir puentes en un escenario internacional complejo y polarizado.

Jorge Leyva Valenzuela
8 de enero de 2025

Hace algunos años tuve el honor de ser embajador de Colombia en Noruega. Esto me permitió generar relaciones con líderes políticos de varios países, que he podido conservar, así como compartir con diplomáticos colombianos de carrera que hoy son buenos amigos. De unos y otros aprendí mucho. La lección más importante, sin embargo, me la dio el día a día: conocí en la práctica el verdadero poder de la diplomacia.

Ese poder debe ser protagonista del desafío que la relación de Colombia con Estados Unidos enfrentará en el 2025. Petro tiene una agenda progresista centrada en la justicia social y la paz. Trump, por su parte, se guiará por la doctrina de la mano firme. Y es frente a estas posturas distantes, que la diplomacia debe brillar para mantener una relación bilateral constructiva.

Las diferencias ideológicas no son insalvables si existen voluntad política y visión estratégica. Ejemplos sobran: los acuerdos SALT que desescalaron la Guerra Fría, la reapertura diplomática entre Estados Unidos y China en los setenta o, más recientemente, el reencuentro entre Arabia Saudita e Irán en 2023. La historia muestra que, aun con profundas divisiones, podemos tener una agenda común con el nuevo gobierno estadounidense.

Como profesor de relaciones internacionales, investigué por años las teorías de la diplomacia. En el Instituto Max Plank de derecho público, adscrito a la Universidad de Heidelberg (Alemania), en donde cursaba estudios de maestría, analizábamos teorías como las del gran jurista Hans Morgenthau, para quien la diplomacia efectiva consiste en identificar intereses compartidos para enfocarse en objetivos concretos, dejando de lado las diferencias ideológicas.

Esa teoría podría aplicarse, por ejemplo, para abordar bilateralmente el tema de la migración ilegal. Atacar este problema es un interés común y un desafío compartido, más allá de las ideologías. Y se pueden generar estrategias mutuas que combatan las mafias que utilizan nuestro territorio como puente ilegal hacia Estados Unidos.

Otra teoría, esta la del profesor Alexander Wendt, sostiene que las percepciones entre estados son construcciones sociales que pueden transformarse a través del diálogo. Mejor dicho, que la diplomacia no es solo un medio para alcanzar acuerdos, sino para cambiar narrativas y construir confianza entre partes distantes.

Esta tesis es ideal para negociar, por ejemplo, cómo combatir el narcotráfico. A pesar de las visiones diferentes, nuestra diplomacia puede llevar a que Trump entienda que mitigar el drama social que viven las regiones productoras de coca les sirve a ambos países. Este cambio de narrativa atacaría el problema en la base con medidas sociales distintas de las represivas, ya tantas veces probadas ineficaces.

Y hay otro tema en el que debe primar la diplomacia sobre los que claman por el uso de la fuerza. Me refiero a la crisis en Venezuela, frente a la cual Colombia aplica el principio de la “neutralidad activa”. Es decir, no dejarse alinear. Esto, que ante al establecimiento tradicional colombiano no es taquillero, es lo responsable. En contextos políticos complejos y polarizados, la diplomacia debe ignorar las presiones que llaman a tomar partido de manera emocional.

Pero Colombia no solo debe quedarse al margen del choque y utilizar su liderazgo para seguir promoviendo el diálogo. También debe jugar un papel como mediador en las tensiones entre Caracas y Washington. Esto, especialmente cuando hay voces como la del senador republicano de origen colombiano Berny Moreno, quien anunció que Estados Unidos se entenderá con Maduro, pues será quien asumirá el poder.

El senador Moreno echa mano de lo que en teoría diplomática se conoce como “principio de reconocimiento pragmático”. Consiste en aceptar las realidades políticas de un contexto internacional, dejando de lado posturas ideológicas para enfocarse en los intereses nacionales y la estabilidad. Así se abre el diálogo con estados con los que, de entrada, parece imposible negociar. Es un principio que también podría usar Petro frente a Maduro. Porque, si le sirve al gobierno de EE. UU., ¿por qué no le puede servir al de Colombia?

El desafío diplomático de Colombia en el 2025 es una prueba para nuestra capacidad de construir puentes en un escenario internacional complejo y polarizado. Afortunadamente, la propia diplomacia nos da herramientas para poder navegar este momento con éxito. El reto está en saberlas utilizar. Puede no ser fácil, pero la realidad es que es totalmente posible llegar a buen puerto, incluso si —como ahora—, el viento y el mar parecen más de tormenta que de calma. Feliz año.

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