Pablo Federico Przychodny JARAMILO Columna Semana

OPINIÓN

De EE. UU. viene un avión cargado de...

Pese a que, en apariencia, la crisis fue superada, no sabemos cómo este ‘impasse’ va a influir en decisiones del gobierno estadounidense.

Brigadier general (r) Pablo Federico Przychodny Jaramillo
30 de enero de 2025

La novela diplomática que el mundo presenció y que tiene como protagonistas a los mandatarios de Colombia y de Estados Unidos de América, socios estratégicos en lo geopolítico y en lo comercial, no tiene definido aún cuál de ellos tiene el papel de villano y mucho menos tiene escrito cómo va a terminar. Digo novela, porque muchos colombianos, especialmente aquellos del sector que guarda una especial veneración al presidente de nuestro país, aún no dimensionan la gravedad de la crisis generada en las relaciones binacionales y los efectos, no solo los mediáticos, sino aquellos que dependen de decisiones futuras de parte del gobierno norteamericano.

Los colombianos no sabemos qué hacía el jefe de Estado a las tres de la mañana y en dónde se encontraba en el momento en que lanzó el polémico trino por la red social X; tampoco sabemos dónde estaba durante el desarrollo de la crisis diplomática más grave que ha tenido el Gobierno nacional con el gobierno del norte en muchas décadas. Esta crisis superó con creces aquella que se vivió en el gobierno de Samper Pizano, cuando Estados Unidos, en el año 1996, descertificó al Gobierno colombiano en materia de lucha contra el narcotráfico y ese mismo año le canceló la visa, prohibiendo su entrada a ese país. En su acostumbrada y exacerbada actividad por la red social, Gustavo Petro acude a parapetarse detrás de una serie de mensajes con un carácter populista y nacionalista, tal como lo hiciera en su momento el señor Samper, mientras el equipo diplomático conformado por el canciller saliente y la entrante, junto con el embajador ante el gobierno del norte, “huérfanos” de presidente durante esa larga jornada, intentaban minimizar los efectos que ya se habían anunciado desde un lado y desde el otro.

Pero bueno... Todos los colombianos sabemos que este cuento comienza cuando de EE. UU. viene un avión cargado de… connacionales migrantes, los cuales estaban en condición de ilegalidad en ese país violando las normas federales consagradas en la Ley de Inmigración y Nacionalidad. El presidente ya había autorizado al gobierno de Trump la entrada al territorio nacional de los vuelos, pero sorpresivamente negó dicha autorización pocas horas antes de que las aeronaves aterrizaran, motivo por el cual retornaron a sus puertos de origen, causando malestar en el mandatario del país norteño y ardió Troya. Ya todos conocemos el lleva y trae de mensajes y anuncios que se sucedieron entre las 3:41 de la mañana y las 10 de la noche del domingo 26 de enero.

Como en aquel 20 de julio de 1810, Gustavo Petro necesitaba un florero de Llorente y lo encontró, muy posiblemente al observar el video, difundido la noche del 25 de enero —en el que se mostraban las imágenes de migrantes deportados hacia Brasil que fueron desembarcados en la ciudad de Manaos, cuando el avión que los transportaba presentó una falla técnica, haciendo visibles las cadenas y las esposas que limitaban la movilidad—, por lo que el mandatario de los colombianos asumió que los connacionales venían en la misma situación y por ello decidió negar la autorización otorgada a las aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, reclamando —con ello— respeto por la dignidad de los deportados.

Su apresurada reacción no le permitió pensar en el uso de la herramienta diplomática para presentar su queja ante el gobierno Trump y recibir a nuestros compatriotas caídos en desgracia lo más pronto posible, para liberarlos de tan infame tratamiento. Prefirió devolverlos, devolverlos igual de esposados y de encadenados, prolongar por unos días más el confinamiento, las privaciones y los malos tratos, todo en aras de rescatar su dignidad vulnerada y, por supuesto, dar con ello un golpe de opinión por la berraquera de enfrentarse al presidente más poderoso del mundo.

Mientras empresarios, estudiantes, turistas y los colombianos en general miraban expectantes la evolución de los eventos y recibían cada anuncio con una preocupación creciente, las bodegas y los habituales seguidores del mandatario colombiano, que seguía en algún lugar desconocido, rompían los registros de las redes sociales y explotaban en apoyo a su líder espiritual. Ese día, así como pasó durante la jornada de pintura de los muros con las “cuchas”, el país se olvidó del drama en el Catatumbo y de los efectos del estado de conmoción interior. El pueblo se conmocionó de manera inusual por la forma inhumana en que eran transportados los migrantes deportados, lo que extrañamente no se presentó cuando el país recibió más de un centenar de vuelos con el mismo propósito y en las mismas condiciones, durante 2024 en el gobierno Biden, como lo registra la organización Witness at the Border, especializada en hacer seguimiento a las actividades del Servicio de Inmigración y Control Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), agencia encargada de hacer las deportaciones. Lo anterior nos permite tener una idea de la real dimensión del interés por la dignidad de los deportados.

A las 10 de la noche, un compungido grupo diplomático, teniendo como vocero al canciller Luis Gilberto Murillo, lee un comunicado: “El Gobierno de Colombia anuncia que hemos superado el impasse con el Gobierno de Estados Unidos…”, lo que llevó a muchos a pensar que efectivamente todo había terminado. La realidad se daba al despuntar el sol, cuando decenas de ciudadanos llegaron a la sede consular de la embajada del país del norte y encontraron que —efectivamente, como lo había anunciado ese gobierno— el servicio de expedición de visas estaba suspendido. Por su parte, algunos sectores tanto de exportadores como de importadores manifestaron su tranquilidad, pues la “guerra” de incrementos de aranceles no se materializó, pero esa tranquilidad no es definitiva, pues las medidas económicas quedan en suspenso, dado que —como reza un comunicado oficial— está condicionada a que se haga el recibimiento “de todos los extranjeros ilegales de Colombia regresados de Estados Unidos, incluso en aviones militares estadounidenses, sin limitación ni demora”. Y debemos recordar que la administración Trump apenas comienza.

Pese a que en apariencia la crisis fue superada, no sabemos cómo este impasse va a influir en decisiones del gobierno norteamericano en asuntos relacionados con la revisión de los apoyos económicos dados a nuestro país a través de los diferentes programas de cooperación, los cuales cubren aspectos como la paz y la seguridad, la asistencia humanitaria, el desarrollo económico, el fortalecimiento de la democracia, el fortalecimiento de la cultura de los derechos humanos y la gobernanza, algunos de ellos orientados al cumplimiento de los acuerdos de La Habana. La suma esperada para este 2025 podría alcanzar los 760 millones de dólares. También queda en revisión la venta de los aviones F-16 para reemplazar la obsoleta plataforma Kfir, el mantenimiento de los helicópteros UH-60, Blackhawk, los programas de entrenamiento, entre otros muy relevantes para la seguridad y la defensa de la nación, así como para el mantenimiento del orden público.

La reacción, casi irreflexiva, de Gustavo Petro al enterarse de que de EE. UU. venía un avión cargado de migrantes bajo medidas de seguridad, propias de los protocolos de ese país, y la respuesta igual de irreflexiva de Donald Trump, nos llevan a pensar en el valor y la importancia del servicio exterior, hoy entregado a amigos y activistas digitales. Gracias a que el equipo diplomático de nuestro país dio mayor peso a los intereses nacionales por encima de la emotividad de los dos mandatarios, la crisis —de alguna manera— se manejó acertadamente. La diplomacia debe ser más fuerte cuando los que gobiernan son los estúpidos.

Este capítulo nos debe llevar a pensar que ningún sector de la política tiene el derecho de apropiarse de la dignidad de los colombianos, así como lo están haciendo con la paz. Es criticable desde todo punto de vista que se considere que un lado o el otro es el garante único y absoluto de la dignidad de los colombianos, cuando esta es una condición universal; los mensajes que sobre este tema se enviaron, y aún se envían por las redes, es un ejemplo lamentable de que como la polarización lleva a niveles tan bajos la condición humana y lesiona a la misma dignidad que pretenden rescatar. La dignidad parte del reconocimiento universal de la condición humana y es innegable, así como lo es la paz. Este capítulo nos mostró que la diplomacia es el camino para llegar a acuerdos entre las naciones, así como el diálogo permite acercar a las personas. Ojalá que para las próximas ocasiones, que van a ser muchas, en que se anuncie que de EE. UU. viene un avión cargado de migrantes, la empatía y la solidaridad sea el puente para que de lado y lado se dialogue antes de llegar al insulto y la amenaza, que la diplomacia actúe antes de que la emotividad de un mandatario sea la que decida la suerte de toda una nación.

Hoy los dos presidentes se declaran vencedores, cada uno reclama el trofeo de imponerse sobre el otro, ser en virtud de la crisis, más popular. La verdad es que aquí perdió la dignidad, la dignidad por la cual se enfrentaron, pues la volvieron moneda de cambio, y con ello hicieron que se perdiera toda humanidad, pues quedó demostrado que un porcentaje más o un porcentaje menos en un arancel vale más que la condición humana. Quedó demostrado que el ego trascendió sobre las cadenas y las esposas, pues al final la popularidad medida en likes tuvo más peso. Aquí no hay ganadores… perdimos todos. Finalmente, los colombianos debemos entender que la única manera que en un avión que venga de EE. UU., cargado de migrantes, estos no vengan encadenados y esposados, es que el Gobierno colombiano mande por ellos y asuma los altos costos de transportar a quienes el gobierno de ese país decida devolver por entrar o permanecer de manera ilegal a su territorio.

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