Daniel Niño Columna Semana

Opinión

Así se asoma el 2025

El mundo de hoy se ha hecho cada vez más extremo, menos ponderado, más agitado y álgido en torno a las controversias políticas, sociales, empresariales y económicas.

Daniel Niño Tarazona
18 de enero de 2025

Con los informes de prospectiva habiendo decantado el resultado de las elecciones de Estados Unidos, y tras haber empezado a rodar el año con tempranos imponderables, el panorama económico debe acentuarse en un entorno geopolítico fragoso. Aunque sea de la administración americana saliente, la medida de imponer sanciones petroleras a Rusia parece haber sido con beneplácito de la entrante. Ello, eventualmente, afecta a cerca del 25 por ciento de las exportaciones de dicho país, si bien no es seguro que sean sanciones con vocación de permanencia. A ello se sumaría una política de la nueva administración Trump más confrontacional con Irán, lo que también supone sanciones petroleras.

En ese sentido, los precios del petróleo vuelven a la cota alta que tuvieron a comienzos de 2024, y el rango de precios entre 70 y 90 dólares por barril seguiría vigente en 2025, con inclinaciones a la parte alta de ese rango.

Energía y Petróleo
Los precios del petróleo vuelven a subir | Foto: Adobe Stock

Lo anterior, sumado a una guerra comercial a través de más altos niveles arancelarios, como paradigma de la nueva administración, gesta dos efectos adicionales: la creciente convicción de que una mayor inflación y una más frágil estabilidad de precios deben manifestarse como producto de esas pugnas y restricciones, así como que vuelven a ser requeridos más elevados presupuestos públicos de gasto en defensa, en momentos en que los niveles de endeudamiento público del mundo avanzado y las principales economías en desarrollo vienen de haber sido sobreutilizados en la pandemia y en la recuperación económica tras esta, sin que se hayan corregido los excesos de gasto.

Con ese telón de fondo y esa puesta en escena, los presagios no son muy buenos en 2025, así como estructuralmente, para los mercados de renta fija, en los que las tasas de los bonos determinan o fijan el valor del dinero según el plazo para el funcionamiento de los demás mercados de crédito.

Eso supone, entre otras cosas, mayores fricciones y la permanencia de importantes cargas financieras para las finanzas empresariales, así como para los hogares que están sobreexpuestos por su nivel y eventual volumen de deuda. Esos deudores han estado esperando y contemplando un alivio en las tasas similar al que se vivió previamente a la pandemia, pues, primero, la inflación y, luego, la carga financiera durante estos años los ha dejado exhaustos.

La inflación de noviembre de 2024 varió XX: Foto 123rf
Se esperan importantes cargas financieras y volumen de deudas | Foto: El País

Sin embargo, esas expectativas de alivios y las posibilidades de prontas mejoras en las condiciones crediticias se desvanecen por las razones ya comentadas.

El reto de este entorno para los bancos centrales es genuina y paralelamente muy complejo.

Por un lado, la inflación tras la pandemia ha disminuido bastante de niveles similares a los que se habían visto hace 20 o 30 años, pero, por otro lado, el porvenir es menos predecible y el reciente pasado parece haber dejado de ser una buena guía. Entre otras razones, porque los tiempos de la gran moderación, en que las mejores tasas de crecimiento del ingreso promedio durante varias décadas se dieron sin fuertes brotes de inflación o de deflación, fueron producto de un consenso muy amplio de políticas públicas y de gestión macroeconómica que son opuestas en muchos sentidos a las que se tienen en boga hoy en día y que han ido consolidándose en los procesos electorales recientes.

Los beneficios de un dólar a la baja han protagonizado uno de los efectos más esperados en la economía nacional recientemente: la reducción de la inflación, en especial la de alimentos, que incluso en diciembre fue negativa.
Actualmente no se evidencian variables estables de inflación y deflación como sucedía antes | Foto: Revista Semana

Varias generaciones de finales del siglo XX y comienzos de este siglo vivimos una época en que disminuyó sustancialmente la volatilidad económica, cayó la proclividad a los choques externos, se redujo la incertidumbre desde la política y la geopolítica hacia las condiciones económicas y financieras, y experimentamos un entorno en el que la generación de riqueza fue posible hacerla más extensa y amplia de la mano de condiciones macroeconómicas predecibles y ponderadas.

Ese mundo mantuvo continuidad, en gran medida, durante el estancamiento secular que devino con la crisis financiera global de 2008. La economía mundial con ciclos económicos relativamente sincronizados se había quedado con una falta crónica de demanda y, en ese contexto, incluso en momentos de mejor crecimiento o recuperación económica, no hubo síntomas de brotes de inflación y fueron requeridas unas condiciones persistentes de muy bajas tasas de interés.

Sin embargo, el mundo de hoy se ha hecho cada vez más extremo, menos ponderado, más agitado y álgido en torno a las controversias políticas, sociales, empresariales y económicas que rodean el auge electoral de nacionalismos y de retóricas populistas. Es una realidad que concita en su agenda la imposición de restricciones y retaliaciones, acude a provocar confrontaciones e intimidación, en una batalla de auge de nuevos poderes y potencias, entre muchas otras configuraciones. Ese mundo es más intempestivo, incierto, volátil e imponderable a nivel económico y financiero, lo que se traduce en ambientes sociales y empresariales perturbados y fácilmente azarosos.

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