JORGE HUMBERTO BOTERO

OPINIÓN

A la topa tolondra

Es decir, de modo torpe, negligente y atolondrado.

Jorge Humberto Botero
28 de enero de 2025

Expedido el decreto de conmoción interior para afrontar la crisis del Catatumbo, es indispensable analizar, de manera clara y distinta, la cuestión de los instrumentos y lo relativo a la idoneidad del instrumentista. Son cosas diferentes. Me explico: usted puede tener una sala de cirugía dotada de facilidades óptimas y un equipo médico de primer nivel para realizar una intervención de alta cirugía, pero no puede confiar el liderazgo a una persona sin adecuada formación, experiencia y buen criterio. O errática, ilusa, o física y mentalmente ausente.

Hoy sólo me ocupo del “instrumentista”, de quien está al mando y de su “equipo”. Se sabe que el grupo de bandidos que realizaron la masacre salieron del territorio nacional desde Arauca, se movieron a sus anchas por Venezuela, para luego regresar a Colombia con el fin de ejecutar sus designios criminales. Es gravísima la información sobre la complicidad de sus autoridades y la realización de unos ejercicios militares en cercanías de nuestro territorio. No puede ser, como en las películas, “mera coincidencia”.

La inteligencia militar no se percató de ese movimiento o, lo que sería peor, no le “pararon bolas”; tampoco supo -o sus reportes fueron ignorados- que se estaba gestando en esa zona un enfrentamiento entre dos grupos armados poderosos. Todavía más: ocurridas las masacres, sus protagonistas, que no pudieron ser pocos, se movieron por la región como Pedro por su casa. Nadie los vio (o no quiso verlos) y, por lo tanto, nadie los persiguió.

Allí no paran las calamidades. Sabíamos que el Catatumbo es una zona turbulenta como consecuencia del crecimiento exponencial de los cultivos de coca, y que el accionar de los carteles que los controlan gozan de un santuario al otro lado de la frontera.

Era indispensable que hubiese una presencia militar adecuada en la región. Y no la había, o —habiéndola— los comandantes de las tropas, fieles a la política que el Gobierno sigue, se abstuvieron de actuar. Es lo mismo que yo habría hecho si fuera responsable de un batallón, compañía o patrulla para no arriesgar las vidas de mis soldados, y mi propia carrera, en la confusión reinante.

Fijémonos en lo esencial: no hubo enfrentamientos entre los agresores y la Fuerza Pública. Cuando la tropa finalmente apareció, se dedicó a recoger los muertos y a brindar ayuda a la población desplazada, tareas meritorias e indispensables, aunque propias de la Policía, la Cruz Roja, la debilitada UNGRD y las autoridades locales. No del Ejército.

Lo que precede refiere a los eventos inmediatos que han conducido a la declaratoria de conmoción interior. Sin embargo, la tragedia que vivimos, que viene de tiempo atrás, ha sido agravada por el gobierno actual mediante una política de paz que ha fracasado de manera estruendosa, cuestión en la que ya no vale la pena detenerse, salvo para añadir que el desmantelamiento de la cúpula militar, realizada al comienzo del actual gobierno, tiene nefastas consecuencias.

Para formar adecuadamente al cuerpo de generales y almirantes, se requieren —en promedio— treinta años, de modo tal que si se les retira masivamente y sin sólidas razones, se crea un vacío en la línea de mando que no se puede resolver de un momento a otro.

Y para contarles algo que sé de buena fuente: la designación por Petro, en agosto de 2022, de un exguerrillero en la Dirección Nacional de Inteligencia (hasta hoy se mantiene esa “filosofía”), determinó, ipso facto, el fin de la colaboración de las instituciones homólogas de Gran Bretaña y Estados Unidos. Por este motivo, hemos perdido acceso a información clave.

A partir de hoy, se reúne el Congreso para examinar las cuentas que el Gobierno está obligado a rendirle. Este, por supuesto, le dirá que se ha visto avasallado por las circunstancias, y que por eso se requieren medidas de excepción, una estrategia obvia para lavarse las manos. Y para decretar unos impuestos que el Congreso no le aprobó.

En realidad, ante el abrumador deterioro del orden público, este es el momento para una revisión profunda de la estrategia militar. Con inusitada franqueza, el Ejército reconoció la semana pasada que en once puntos del territorio nacional se pueden estar gestando situaciones semejantes a la del Catatumbo. ¡Once!

¿Iremos hacia una serie de declaratorias de conmoción interior?

Las circunstancias actuales son muy diferentes a las de antaño: ya no combatimos los grupos alzados en armas que intentaban tomarse el poder en Bogotá, a los actuales les basta Tibú, Teorema o el cañón de las Hermosas. Para conjurar estas amenazas se requieren otras estrategias, otro armamento y diferente personal. Es evidente, por ejemplo, que no necesitamos aviones de combate, aunque sí helicópteros; en vez de fragatas y submarinos, lanchas fluviales; drones y no artillería pesada. Reparar las graves falencias en inteligencia es imperativo.

Estas son las medidas que el Congreso, ante la gravedad de los acontecimientos, debería adoptar: (i) El Gobierno goza de facultades legales para instrumentar la fallida paz total. Debe abolirlas. Quien las ostenta ha demostrado a cabalidad que carece de criterio para usarlas con buen criterio. (ii) Es evidente que en las desoladoras circunstancias actuales se requieren cambios en el Ministerio de Defensa y en la Dirección Nacional de Inteligencia. El Congreso debe exigirlas para recuperar el liderazgo en aquel y la credibilidad en esta. (iii) Crear una comisión ad hoc para hacerle una supervisión rigurosa y permanente a la situación de orden público.

Posdata: superada la crisis con Estados Unidos, el país tiene derecho a saber si Petro está en condiciones de gobernar.

Briznas poéticas: Aurelio Arturo hizo de cierta región de Colombia un mito de singular belleza: “Trabajar era bueno en el sur, cortar los árboles, / hacer canoas con los troncos. / Ir por los ríos en el sur, decir canciones, / era bueno. Trabajar entre ricas maderas. / …Trabajar era bueno. Sobre troncos / la vida, sobre la espuma, / cantando las crecientes… / ¿Trabajar un pretexto para no irse del río?”.

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