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El santuario de la Virgen de Chiquinquirá: una fe que resiste guerras y epidemias
En medio de la difícil situación que afrontan por la pandemia, los chiquinquireños esperan que pronto vuelvan los ríos de feligreses a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, principal fuente de regocijo espiritual y de trabajo de la población.
Más de un año llevan los feligreses católicos aplazando las visitas a aquellos templos religiosos que abundan en los 32 departamentos de Colombia. El mismo tiempo llevan los templos sin fieles y sin alabanzas. A lo largo y ancho del territorio colombiano, todos los santuarios, basílicas e iglesias importantes sufren esta apremiante situación.
Colombia está llena de epicentros de fe. No existe ciudad, pueblo o vereda en el país que no cuente con una bella y original estructura de puertas amplias, torreón con una cruz de gran tamaño y campanario que suenen varios momentos del día, indicando la hora de rendir alabanza al señor. Cada edificación es diferente a las demás, es única. Con colores, tamaños, y decoración distinta, pero todas cumplen con la misma función, ser el templo del Señor.
Ninguno es feo. Todas son tan inigualables que dan talla internacional. Tan solo basta con ir ver la Parroquial de La Inmaculada Concepción en Barichara, Santander; la colonial de San Laureano, en Boyacá; la monumental Basílica Metropolitana de Medellín; la de San Pedro Claver, en Cartagena; la Ermita, de Cali; o la más concurrida de Bogotá, la del 20 de Julio. Incluso tenemos una Catedral de Sal, un recinto construido en el interior de las minas de sal de Zipaquirá, algo nunca antes visto. Existen muchas más, la mayoría incluso desconocidas para un orgulloso colombiano.
Pero más allá de enumerar el sinfín de catedrales, hay una que tiene una historia icónica y particular en el país. Una que hace parte de su patrimonio, y que hoy, con la llegada del coronavirus, en plena Semana Santa, vive su propio martirio.
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En un pequeño municipio del país se encuentra Nuestra Señora de Chiquinquirá, la santa patrona de Colombia, que habita en la famosa y querida Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Su historia nace hace más de 400 años cuando en 1588 el Fray Luis Cárdenas ordenó construir la iglesia. Pero el proyecto no concluyó sino hasta finales del siglo XVIII, cuando el arquitecto español Fray Domingo de Petrés, el cual también fue arquitecto de la Catedral Basílica Metropolitana de la Inmaculada Concepción y San Pedro de Bogotá, y la Catedral de la Santísima Trinidad y San Antonio de Padua de Zipaquirá, lideró su finalización hasta su muerte en 1811.
Sin embargo, en el actual contexto histórico, la Catedral, así como otros santuarios del país que adornan los pueblos y ciudades, y son tan antiguas como las tradiciones de nuestros ancestros, no pudieron evitar ceder ante la covid-19.
Un cierre nunca antes visto
El templo que fue consagrado en 1823 por el obispo de Mérida Lasso de la Vega, que recibió el título de basílica menor desde 1927 por el mismísimo papa Pío XI, y aquel que fue visitado por el papa Juan Pablo II en 1986, tuvo que cerrar sus puertas, algo que no había hecho desde hace más de 400 años, ni siquiera cuando en 1967 un fuerte temblor arrasó con parte de su estructura.
“Ha sido un año muy difícil, este santuario había estado abierto de forma ininterrumpida desde septiembre de 1587. Ni en el siglo XIX, cuando hubo conflicto entre partidos, cuando el Ejército Realista se llevó el cuadro prodigioso de Nuestra Señora, aún con las guerra civiles, siempre había alguien en el templo, respondiendo ante sus fieles seguidores”, resalta Carlos Mario Álzate, Rector del santuario de Chiquinquirá.
El cierre comenzó en marzo del año pasado, prácticamente al mismo tiempo en que la OMS declaró la pandemia. En ese momento hubo un cierre total, la calles deshabitadas, una ciudad sumida en un ambiente muy lúgubre. Las ceremonias se suspendieron, y los comercios también le dijeron adiós a sus ingresos.
El cierre de este santuario tuvo un gran impacto no solo para la fe de los feligreses que iban a las distintas eucaristías habitualmente, sino también para el pueblo como tal, aquellos que viven del turismo. Incluso la misma iglesia se vio en aprietos, pues dejó de recibir mucho de su sustento económico que venía de donaciones, limosna, lo cual les permitía mantenerse a flote.
“El cierre fue muy dramático, si bien teníamos claro que íbamos a tener un confinamiento, pensábamos que iban a ser solo tres o cuatro meses, pero duró más. En una misa, la última presencial, dijimos que íbamos a cerrar las puertas de la basílica de manera indefinida, y a ese evento vino muchísima gente”, afirmó el rector del santuario.
En el mes de diciembre, como si se tratara de una luz al final del túnel, hubo una reactivación pasajera que no duró sino hasta enero, cuando el segundo pico de la pandemia empezó a hacer de las suyas. Ahora, en plena Semana Santa, se sigue a la expectativa de cómo va a evolucionar el tercer pico.
El santuario ya no tiene sus puertas cerradas, por lo menos no en su totalidad. El rector Carlos Álzate menciona que: “teníamos claro que la Semana Santa iba a ser bastante limitada y en ese sentido hicimos un plan de contingencia que supone que no va a haber celebración alguna en este templo. Solamente está habilitado para una visita corta para ver el lienzo y los pasos de nuestro señor Jesucristo. Nosotros evitamos a toda costa cualquier tipo de multitud”.
El impacto para los comerciantes
Se sabe que el principal atractivo turístico del Chiquinquirá, aparte del santuario, es la imagen de la Virgen. Eso quiere decir que, de cierta manera, la economía del municipio gira entorno a la catedral. Desde las personas que viven de la venta de reliquias, objetos religiosos, hasta los dueños de hoteles y restaurantes. La ciudad, en definitiva, ha estado muy golpeada en ese sentido y es por eso que la reactivación es tan importante.
Según el rector del santuario, los ingresos bajaron en un 85%. La limosna, las ofrendas y el pago de misas colapsó. Asimismo, los mismos habitantes no hallaban la hora para que volvieran a reunir lo de su sustento diario.
Luis Ayala es propietario del restaurante, hotel y bar, Santiamén de la Villa, uno de los sitios más visitados por los turistas. Él reside en Chiquinquirá desde hace muchos años. De hecho, sus hijos son nativos de allá. Este empresario, que vio en este municipio un nuevo inicio, afirma que la pandemia “fue un golpe duro porque se cerró todo. Usualmente, el santuario de la Virgen de Chiquinquirá es muy visitado para Semana Santa, o al menos lo era, y, así la iglesia esté abierta, ya la gente no viene al restaurante”.
Sus tres negocios cayeron radicalmente y es la hora que sigue esperando pacientemente que, con la reactivación económica, su establecimiento vuelva a afianzarse entre los cientos de turistas que viajaban habitualmente al municipio.
Por su parte, Elvira Casas, esposa de Luis, y copropietaria del restaurante, menciona que “ante la ausencia de todos los peregrinos, pusimos banderas blancas en todos los establecimientos. Las puertas de la iglesia estaban cerradas y logramos ver que a los tres meses, en la mitad de la plaza, ya se veían entre los adoquines pasto. Una imagen desoladora”.
El Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es uno de los templos que más recibe feligreses y devotos de la virgen en todo el mundo. No en vano, este templo basa su sustento económico al menos en un 50% en el turismo religioso. No como el caso de los vendedores que sí deben vivir del 100% del turismo. Entonces, ¿de qué están viviendo aquellos comerciantes?
Elida Chaparro, vendedora ambulante del municipio, comenta que “cuando comenzó la pandemia, duramos 10 meses encerrados, con miedo. Anhelábamos conseguir, de alguna manera, el sustento diario para alimentarnos. Hoy en día, así uno se pueda ganar mil pesos, mil quinientos, rápidamente, hay que aprovecharlos, no se puede de otra manera”.
Aunque el panorama parece desolador, a los habitantes y comerciantes de la zona no les quedó de otra que ceñirse a la palabra más nombrada de la pandemia, la reinvención. Esta última, acompañada de mucha paciencia y esperanza.
La reactivación, un respiro para el pueblo
Así como lo afirma el rector del santuario, la crisis del covid-19, sin duda alguna, ha puesto en manifiesto las grandes inequidades y déficits en todos los campos que tiene la humanidad. Se podría pensar que se trata de un llamado de atención que la misma naturaleza hace a sus habitantes. Pero también se trata de “una oportunidad para redireccionar muchas cosas en el orden mundial. Particularmente en el sentido de solidaridad, una ciencia al servicio de la gente, y una mirada más espiritual y menos consumista de la vida”.
La reinvención de las cosas llevó a que los eventos eucarísticos pudieran trasladarse a una modalidad virtual. Hoy, hasta los más ancianos, luchan con las nuevas tecnologías con tal de hacer presencia en los festejos espirituales, viendo desde una pantalla ese santuario tan magnifico que tal vez muchos no valoraron en su momento.
Claramente, no es lo mismo tener una imagen del famoso lienzo de la Virgen de Chiquinquirá sacada de internet, a verla por sí mismo. Este atractivo es tan grande que incluso hay personas que caminan hasta tres días por ver la obra. Otros van en bicicleta, moto, o en grupos organizados de turismo. El hecho es que ahora, con todas las medidas de bioseguridad y con un aforo más limitado, el santuario lucha por mantener sus puertas abiertas y no volverlas a cerrar por mucho tiempo.
“Recordemos que la imagen de Chiquinquirá, en el inconsciente colectivo, es una imagen que ha acompañado pandemias y pestes a lo largo de la historia de Colombia, sobre todo en la colonia. De tal manera que hay una expectativa y una fe muy grande en que nuestra señora nos va a ayudar a superar esta crisis”, asegura Álzate.
Por ahora el municipio espera que la tercera oleada de la pandemia no sea muy fuerte y pueda seguir recibiendo a los millones de feligreses que los visitan habitualmente. Próximamente, este santuario tendrá un evento internacional. El 13 de mayo se conmemora el Rosario Mundial, donde aspiran tener más de cien millones de televidentes conectados a través de las redes católicas de todo el mundo.