Entrevista

“Cuando empecé no había libros de crónicas, circulaban en fotocopias”

La periodista argentina Leila Guerriero viajó a Medellín para presentar ‘Propiedades metálicas. Crónicas y perfiles’, el nuevo título del programa Letras Rodantes del Metro y Comfama. Hablamos con ella.

Daniel Rivera Marín* Medellín
31 de mayo de 2016
Leila Guerriero nació Junín, Argentina, en 1967. Crédito: Julio Marín.

A Leila Guerriero siempre le ha tocado en Medellín “la Agenda Asfixiante que no permite que se cuele la Pregunta Fatal”, como escribió hace unas semanas en El País Semanal. Una ciudad en la que ha estado siete veces y que no conoce, pero que quiere y que, sobre todo, la quiere. Algunos dicen que hasta religión le tienen, cuyo sacerdote es Luis Alberto Arango, uno de los dueños de la librería de viejo más famosa de Medellín: Palinuro.

En este, su octavo viaje a Medellín, Leila no tuvo tiempo de mucho —apenas fue un día y medio—, pero sí de presentar un pequeño libro titulado Propiedades metálicas. Crónicas y perfiles, título 74 del programa Letras Rodantes del Metro y Comfama que cumple una década de llevar libros gratis a las estaciones del metro.

En Propiedades metálicas se encuentran los textos “El rastro en los huesos”, que narra la historia del Equipo Argentino Forense de Antropología; “Buscando a Nicanor”, perfil del poeta chileno, de 101 años, Nicanor Parra; “Amelita Baltar: diva molotov”, perfil de la famosa cantante argentina que fue compañera de Astor Piazzolla; “El amigo chino”, crónica sobre Ale, migrante chino dueño del supermercado en el que Leila compraba hace años los víveres necesarios.

Arcadia habló con la periodista argentina.

¿En qué pensó a la hora de seleccionar los textos?

Cuando Luis Fernando Macías (director del programa Palabras Rodantes) me invitó, antes que nada, lo que tuve en cuenta fue que fueran textos que pudieran interesarles a un lector colombiano. Aunque los textos que hago son para afuera, viajan bien, me parecía importante pensar en textos que se sostuvieran en un libro, porque no todo lo que uno publica es para un libro, que hubiera un equilibrio entre textos más clásicos, más viejos y algún textos más nuevos, como el de Nicanor y el de Amelita. Que hubiera crónicas y perfiles. Yo había elegido otro texto al final que era un viaje que hice a las Filipinas, que lo publicó la Revista Anfibia, porque me parecía que era otra veta, pero a Luis Fernando le gustaba mucho el tema del chino, y yo creo que por este tema de los inmigrantes y los refugiados tenía algo de actualidad, aunque lo siento como un texto un poco viejo, yo ya no escribo de esa manera pero el texto está publicado como en el original.

¿Por ser un texto viejo lo corrigió?

Creo que si uno reedita cosas no las tiene que estar tocando, salvo para corregir alguna errata, alguna cosa así. Esto de corregir cosas que uno escribió hace veinte o diez años, primero es insufrible y segundo uno ya no es esa persona, uno ya piensa diferente.

¿Qué hay en ese texto con lo que no se identifique?

Hay mucha insistencia en eso del lenguaje del chino. Ahora trataría de no hacer tanto hincapié en su castellano malhablado. Creo que tomaría otras decisiones, creo que hay ahí un típico recursos con el que yo ya no me siento tan cómoda: esa descripción tan literal de la gente que se come las eses todo el tiempo, una vez está bien, pero la insistencia no. Ahí ya está eso que no me gusta. Uno va cambiando con el tiempo y menos mal que es así. Hay cosas que ya no haría que en su momento te suenan como bien y cancheras, pero con el tiempo te alejás.

¿Conocía el programa del metro y Comfama?

Sí, lo conozco y también conozco el de Libro al viento, que se hace en Bogotá. Siempre me parecieron dos programas increíbles, pero no sé qué tanta actividad tienen. Me dicen que ahora la gente no los devuelve porque han empezado a hacer la colección, y ojalá que los lean, porque tener libros en una casa es mejor que no tenerlos, pero pienso también en esta avidez de la gente que va a la feria tal a recoger folletos sólo por tenerlos. Me gusta la idea de que la gente que va en el metro, que es como la gente más trabajadora, se pueda llevar un libro y que se incentive la lectura, que los chicos puedan ver ahí otras posibilidades. Me parecen una muy buena idea esto y me sorprende que no se replique en otras partes.

¿Para seleccionar los textos pensó en qué podía interesar en Medellín?

Pensé en Colombia. Te pongo un ejemplo. Publiqué hace poco el perfil de un tipo que se llama Diego Frenkel que es un cantante de una banda que se llamó La Portuaria, a mí me encanta, me parece que es un tipo súper talentoso, me encantó hacer ese perfil; me pareció súper talentoso porque pasamos de tener una entrevista de tres horas con toda la profundidad del mundo a vernos cinco veces más donde cada vez el tipo se iba cerrando más y más y se iba convirtiendo en una persona completamente paranoica conmigo, ya no podíamos hablar de los temas de la primera charla porque todo era muy íntimo.

Ese texto me gustó mucho, pero no es un personaje que tiene la trascendencia necesaria como para publicar un libro en Colombia. Me interesa pensar en que no cualquier cosa que escribo se la tiene que fumar todo el mundo. Entonces pensé en temas que convoquen a los lectores, que tenga un punto en particular de interés. Pensé en Colombia, tampoco la conozco, pero alguito conozco; pensé en Nicanor Parra para los ambientes más leídos; pensé que en Colombia el tango se comprende de una manera distinta, que saben de tango, por el perfil de Amelita; pensé en que el libro iba a estar en un lugar de mucho paso, expuesto a una diversidad social; pensé en gente que no necesitara un enorme bagaje de información, que no fuera algo elitista; el tema de los antropólogos forenses, también está ahí porque acá resuena, el tema del conflicto, de los desaparecidos, lastimosamente no les es tan ajeno.

Antes era más publicada en medios nacionales…

Aquí yo publicaba sobre todo en El Malpensante y SoHo. De SoHo siempre me piden cosas pero no puedo hacerlas por falta de tiempo. Viajo mucho, estoy trabajando en muchos proyectos  a la vez, editando libros, estoy trabajando en un libro propio y todo eso resta un poco de tiempo y uno focaliza. Estoy en revistas como Gatopardo, El País Semanal, Babelia, El Mercurio, y en el fondo la web es esa gran patria de todos, así que todo circula por ahí. No puedo estar publicando en todas partes como hacía antes, cuando la escritura era el único trabajo, antes no editaba tanto, pero trato de que eso no vaya en detrimento de la escritura. El Malpensante para mí siempre ha sido súper importante. En los años dosmiles uno quería expandirse y los lugares eran revistas colombianas como SoHo, El Malpensante, Gatopardo

¿Qué cambios has visto en la crónica latinoamericana?

En términos de calidad sigue habiendo de todo, crónicas que privilegian más lo novedoso, lo friki, qué sé yo: “El hombre que vivió diez años debajo de una mesa”, lees la propuesta y ya te aburre. Sigue habiendo el exotismo, la rareza. Ahora todas las casas editoriales tienen una colección de crónica, no sé si es porque los tienen que hacer para cumplir cupo o por prestigio. De hecho veo cada vez más editoriales, como en España, como Pepitas de Calabaza, Los libros del KO, que publican textos de no ficción y no les va mal con eso, me parece que eso sí ha cambiado. En la época en la que yo empecé a ser periodista no conseguía libros de crónica, había cuatro y tenía que buscar hasta debajo de las baldosas. Circulaban en fotocopias. Y ahora hay muchísimos. Creo que siguen siendo desconcertantes. De hecho estos libros sólo los exhiben un rato en las librerías y luego terminan en anaqueles de antropología, sociología, folclor, comunicación y vos decís que hace este libro de Kapuscinski aquí. Los principales lectores de las crónicas seguimos siendo los mismos, es algo más de nicho, periodistas o  lectores con más músculo. Yo nunca creí en esta cosa del boom. Me parece que se está instalando esta idea de la tarea del que edita, que la crónica sí necesita un editor. Hasta te diría que pasan cosas rarísimas. A mí me mandan muchos textos gente que me dice que se los edite antes de pasárselo a su propio editor, y es terrible, me parece una falta de respeto. Sí me parece que hay una conciencia de que la edición puede hacer crecer el texto y esto no estaba siete años atrás.

¿El libro es el refugio?

Sí, es como el lugar donde uno sabe que si le tiene que cortar diez mil caracteres, después te queda una cosa que puedes publicar junto con otras en un libro. A mí me funciona esa idea. La corto pero después voy a tener una revancha de publicarla en un libro.

¿De dónde saca tiempo para escribir, editar, viajar, dar talleres?

Trabajo muchas horas y los fines de semana también. La columna también demanda mucho. Siempre hay esta idea de que te dan una columna y listo, ya tenés una plata fija y ya no hacés más. Para mí eso no funciona así. Si la columna no me lleva a un lugar distinto, a un lugar de riesgo, de desafío para hacer cosas medio locas, no me sirve. Yo no hago eso de taquito. No son dos horas de trabajo, eso me lleva tres días. Tengo la bendición y la trampa de que me gusta lo que hago. No existe para mí el tedio de un trabajo como voy a abrir el banco, no. Me gusta esto. Y la clave es la organización y cumplir con tus obligaciones. Ahora, yo prefiero publicar tres textos buenos al año a publicar todos los meses por decir que estoy ahí.

¿En las pesquisas como editora y lectora, ya leíste un texto memorable sobre el proceso de paz colombiano?

No, todavía no. Y me pasa que uno trata de encontrar un texto que sea más definitivo, que sea como la historia completa, me parece que todo lo que se ha escrito es de puertas para adentro. Siento que todos dan por sentado que todo el mundo sabe la historia y de qué están hechas las Farc y el proceso de paz y lo que pasa con Santos, y la verdad es que los argentinos también estamos habituados a pensar que todo el mundo sabe nuestra historia, pero creo que es un pecado en el que caemos todo. Son pantallazos parciales e interesantes. Siempre dan por descontado eso, que todos se saben la historia al dedillo y de pronto viene alguien y te pregunta ¿cómo empezó todo esto? Y no tenés respuesta.