Análisis

¿Por qué no lee Macondo?

A pesar de los ingentes esfuerzos desde lo público, Colombia es un país que no ha podido despegar en el tema de la lectura. ¿Cuál es el estado del sector editorial?¿Qué opinan libreros, editores y expertos de que en el país aún no se supere la cifra de dos libros leídos por habitante? Un reportaje al mundo del libro en la actualidad.

Christopher Tibble* Bogotá
17 de abril de 2015
¿Por qué no lee Macondo?

Gabriel García Márquez no se equivocó cuando lo llamó un milagro. A sus 38 años el cataquero se sentó frente a su máquina de escribir y durante 18 meses ininterrumpidos redactó las 590 cuartillas a doble espacio de Cien años de soledad. Sus cuatros libros entonces publicados no habían vendido gran cosa y, aquejado por la pobreza, se había visto obligado a empeñar, entre otras cosas, las joyas de poca monta que había heredado su esposa. Sin sospechar el éxito que tendría su nueva obra, envió el manuscrito a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana en Argentina.

“El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: ‘Son 82 pesos’. Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: ‘Solo tenemos 53’. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto”, contó el nobel de literatura en un discurso que dio en Cartagena hacia 2007 para conmemorar el millón de ejemplares de Cien años de soledad. Emocionado por el tiraje, García Márquez afirmó en su arenga: “Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana”.

Hoy, sin embargo, el panorama de la lectura en Colombia pareciera indicar lo contrario. No solo se trata de un país en el que, según cifras de la más reciente Encuesta de Consumo Cultural, menos de la mitad de la población mayor de 12 años (48,4 %) afirma haber leído un libro en 2014, sino que, según la misma encuesta, en los últimos cuatro años la lectura de libros decreció en un 7 %. Los colombianos leen en promedio entre 1,9 y 2,2 libros anualmente. Y si bien se trata de un índice quizás anquilosado porque se centra exclusivamente en el objeto libro, y no toma en cuenta la lectura digital, no deja de sorprender cuando se compara con otros países: en España se leen por habitante 10,3 libros al año, en Chile 5,3 y en Argentina 4,6.

Pero más allá del índice de lectura, si se traza la evolución del mercado editorial en los últimos años, la decisión de García Márquez de llamar un milagro al fenómeno de Cien años de soledad parece cada vez más acertada. Según las Memorias y Estados Financieros 2014 de la Cámara Colombiana del Libro, entre 2012 y 2013 el sector editorial registró una reducción del 21,4 % en la producción nacional de libros (aunque aumentó en número de títulos registrados), por primera vez en el último lustro las importaciones superaron a las exportaciones, que pasaron de 177 millones de dólares en 2008 a 64 millones en 2013, y en ese mismo periodo más de 700 trabajadores de editoriales e importadoras perdieron su puesto (el empelo generado por el sector pasó de 5.599 a 4.828).

Hay, sin embargo, un resquicio de luz. Pues, aunque parezca paradójico, siguen en aumento las ventas de ejemplares en el país, aunque a un ritmo bajo. Y lo que es más, tanto el Ministerio de Cultura como la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito Capital, así como iniciativas privadas al estilo de las editoriales independientes le han apostado en los últimos años a la lectura como nunca antes. Entonces, como se cuestiona en un reciente artículo Diana Cifuentes, la coordinadora del Observatorio de Cultura y Economía, la pregunta en boca de todos es: ¿por qué, a pesar de las campañas de lectura y demás iniciativas, no se lee más en Colombia? La respuesta no se conoce. Pero un repaso del mercado editorial permite, así sea en parte, entrever algunas de sus grietas.


La producción
En el país, al igual que en la mayoría de América Latina, cada vez se registran más títulos. “Esos registros son conocidos como isbn y funcionan como la cédula del libro mostrando el origen de su producción editorial”, dice Juliana Barrero, de la consultora en economía de la cultura Lado B. Según cifras de la Cámara Colombiana del Libro, en los últimos 12 años ha habido en promedio un crecimiento anual de 4,8 % en el número de isbn en el país, con un total de 16.035 registros en 2014, incluidos libros digitales. Pero hay un problema: un gran número de esos no son 100 % colombianos, y en ese sentido no reflejan necesariamente un crecimiento en la industria local.

Barrero explica: “Hay muchas casas editoriales transnacionales, muchas de origen español, que se nacionalizan y registran títulos en el país porque imprimen sus libros acá. Pero entonces, ¿qué porcentaje del mercado es de contenido colombiano?”. La cifra no se conoce. Sin embargo, María Osorio, fundadora de la editorial Babel Libros, desmenuzó esos mismos números en el mercado de literatura infantil y encontró que apenas un 2 % de los isbn eran de editoriales colombianas. Para Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, no vale la pena hacer esa distinción pues “las editoriales extranjeras que se montan acá se vuelven colombianas por ley y además editan a algunos de los autores colombianos más reconocidos como Tomás González y Juan Gabriel Vásquez”.

El mercado editorial colombiano nunca ha sido muy grande y, de hecho, es bastante joven. “Solo hasta los años ochenta hubo un desarrollo de esa industria con editoriales como Oveja Negra y Plaza y Janés. Antes de  eso había editoriales escolares y de derecho, pero no de literatura”, explica Felipe Ossa, gerente y librero por más de medio siglo de la Librería Nacional. En los años sesenta, por ejemplo, todos los libros se importaban. Hoy el mercado está compuesto por el sector didáctico, el de interés general, el universitario y el religioso. Si bien no es una industria muy grande, se trata de un sector que se ha sabido mantener a pesar de recibir golpes duros, como la clausura en 2011 de las líneas de ficción, no ficción, autoayuda e interés general de Norma, editorial que llegó a estar presente en 13 países. También hay que tener en cuenta que la piratería se lleva una cuarta parte de las ganancias del sector.

A pesar de los retos que ha tenido que sortear la industria, no todas las noticias son malas. En lo más recientes años, y a la sombra de los grandes jugadores, se empezó a gestar un fenómeno que hoy ya se ha posicionado en el mercado: las editoriales independientes, un nicho cada vez más fuerte que según Pilar Gutiérrez, directora editorial de Tragaluz Editores, “surgió de una necesidad de ver propuestas distintas, voces más arriesgadas, y de una nueva valoración del libro objeto frente a lo digital”. Para Federico Torres, editor de Destiempo Libros, “el fenómeno de la edición independiente está relacionado con una búsqueda de identidad, de la mano de un aspecto técnico: la facilidad de diseñar un libro a través de herramientas digitales”.

Esa facilidad para crear libros, sin embargo, hace parte de un suceso que intuitivamente pareciera positivo pero que para algunos carga una connotación negativa: la sobreproducción. Según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en la región se registran 53 títulos diarios o 2,2 cada hora. “A la sobreproducción ni siquiera la podemos llamar sobreoferta porque para llamarla así hay que tenerla exhibida en alguna parte y no hay librería capaz de hacerlo”, opina Bernardo Jaramillo, subdirector del Cerlalc. En eso concuerda Ossa, quien afirma que el exceso de obras abruma a los lectores y que es el resultado “de un mercantilismo y un afán por parte de las editoriales que sacan cualquier libro esperando que tenga éxito”.

Gabriel Iriarte, director editorial de Penguin Random House en Colombia, lo ve como la respuesta natural a lo que pide el mercado: “El mercado mundial del libro se ha vuelto de novedades. Nosotros producimos 350 al año entre las locales y las que importamos. Si nos llegan cinco buenos libros de periodistas los publicamos todos. No los puedo dejar parqueados porque el autor se va a otra editorial y los publica allá. El público demanda novedad”. Todos los expertos consultados por Arcadia concuerdan que la producción masiva de títulos es un hecho del mercado que no se puede regular y que, en últimas, es un síntoma de que por lo menos el mercado está vivo.

En cunto a si hay o no una crisis en el sector, muchos se concentran en el crecimiento en ventas para argumentar que no existe. Pero algunos, como María Osorio, sí lo ven en apuros: “Hay sobre todo un desorden enorme en la manera en cómo se distribuyen los libros, como llegan al público. Hay cientos de distribuidores, que deben disputar el espacio en poquísimas librerías y que por lo tanto deben estar siempre a la caza de negocios directos. En la lucha por sobrevivir en un mercado con pocos lectores, con mínimos sitios de exhibición de los libros, sin ninguna divulgación sobre lo que circula y lo que se produce, y por supuesto sin ninguna crítica, esta cadena no tiene idea del valor de cada una de sus partes y se autodestruye”.


Los puntos de venta

En un estudio encargado por la mesa de competitividad del libro del Ministerio de Cultura a la consultora Lado B, y que aún no se ha publicado, Arcadia pudo conocer una cifra preocupante: entre librerías pequeñas, papelerías y grandes superficies, como el Éxito y la Panamericana, en Colombia solo hay 604 puntos de venta de libros. Lo que es más, la situación ha empeorado. Según el Cerlalc, en el último lustro esos puntos disminuyeron en un 5 %. En otras palabras, en el territorio nacional hay apenas un punto de venta por cada 80.000 personas, muy lejos de los niveles de cobertura óptimos (entre 10.000 y 20.000 habitantes por punto). En ciudades como Quibdó, Maicao y Buenaventura no hay librerías y solo cuentan con una papelería.

“El canal natural para la venta de libros son las librerías y las grandes superficies pero como no hay en varias ciudades, las editoriales no podemos llegar allá. Y como no podemos llegar, no podemos vender”, dice Iriarte. En el estudio de Lado B, nueve departamentos, la mayoría concentrados en los Llanos Orientales, no reportan la existencia de puntos de venta. Para David Roa, de la librería La Madriguera del Conejo, y vocero de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (acli), esa falta de puntos de venta explica en parte la falta de lectura en Colombia. “El hecho de que el 50 % del país no lea es normal porque en más de la mitad no hay oferta editorial”.

Esos índices tan pobres corresponden a la realidad de una industria que no despega. Nada que perder 2, un libro de autoayuda, fue con apenas 15.997 ejemplares el libro más vendido en 2014 por la Librería Nacional, negocio que representa una parte importante del mercado de libros de interés general. Las recetas de Sascha Fitness, una guía para llevar una vida saludable, se llevó el segundo lugar con 9.222. Comparado con otros países, esos números preocupan. En España, por ejemplo, la novela El tiempo entre costuras alcanzó a vender más de 500.000 copias. Eso no quiere decir, sin embargo, que en Colombia no haya habido tirajes en los cientos de miles, como algunas de las primeras crónicas de Germán Castro Caycedo, las novelas de García Márquez y El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Pero son excepciones. Algunos distribuidores a veces importan apenas 50 copias de un título, y en muchos casos no los venden todos.

Para algunos libreros, tanto pequeños como grandes, sus bajas ventas tienen que ver con los descuentos que dan las editoriales. “Las editoriales hacen competencia desleal porque les ofrecen a las entidades públicas el mismo descuento que a las librerías y entonces no podemos competir –argumenta Ossa, quien cree que internet también es responsable, sobre todo en cuanto a los libros didácticos–: “Hoy los estudiantes descargan la mayoría de sus textos. Antes en un mes vendíamos 1.500 ejemplares de uno de física y ahora vendemos diez”. Entre 2012 y 2013, el sector didáctico registró según la Cámara Colombiana del Libro una disminución de 32,6 % en la producción nacional.

Roa, como muchos otros libreros, cree que el Estado debería comprar sus libros a través de las librerías. “Hay países en donde cada vez que una entidad pública va a hacer una dotación a una biblioteca, esa compra se realiza en una librería de la zona”. Para Roa se trata de un incentivo importante pues posiblemente generaría más puntos de venta, sobre todo en las regiones apartadas. “Así, las librerías podrían garantizar su existencia, habría oferta para la población local y se podría hacer mayor gestión cultural”. En la Nueva agenda por el libro y la lectura, publicada por el Cerlalc en 2013, se recomienda en materia de compras públicas “velar por la inclusión directa o indirecta de las librerías en las compras estatales” Iriarte no considera que sea tan fácil. “Sería, en últimas, agregar un intermediario más a la cadena de distribución. El libro saldría más caro y las ventas al Estado tienen que ser muy baratas”.

El gobierno siempre ha sido el gran comprador de libros en Colombia. De los 618.000 millones de pesos que generó en ventas el mercado del libro en 2013, las compras públicas representaron una quinta parte. Guiomar Acevedo, directora de artes del Ministerio de Cultura, recuerda que la compra de libros sin las librerías de por medio empezó hace unos diez años. En su opinión, el ministerio no puede reglamentar ese mercado, aunque si considera que “se deben de buscar formulas para que las librerías se fortalezcan pues son el canal natural del libro”. Y esa búsqueda se está empezando a hacer desde la mesa de competitividad del Ministerio de Cultura, donde tienen representación todos los eslabones de la cadena del libro en Colombia.

Pero, más allá de la importancia de las librerías, está la lectura. “¿Para qué se hacen libros? Pues para que le lleguen a un lector. El libro tiene una finalidad y es ser leído. Un libro que no se lee no sirve de nada”, afirma el promotor de políticas culturales Gonzalo Castellanos, quien cree que “ya se han hecho varios incentivos para la oferta”. Entre ellos cabe destacar la Ley del Libro de 1993, que le quitó el iva al libro y el impuesto de renta a las editoriales. “Ahora en lo que hay que trabajar –dice Castellanos– es en un modelo de beneficios al acceso al libro”. Y es ahí donde entra el juego el papel del Estado.


Las bibliotecas y el acceso al libro
En el último cuatrienio (2010-2014), una de las grandes apuestas del Ministerio de Cultura fue la construcción de bibliotecas públicas. En ese periodo, se inauguraron un total de 104, más que en cualquier otro gobierno, para llegar a un total de 1.404. Gracias a ese esfuerzo, y al del gobierno de Álvaro Uribe, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (rnbp) pasó de estar presente en 73 % de los municipios del país en 2002 al 96 % en 2013. El ministerio también construyó 20 centros culturales y 7 casas de cultura, entre otra infraestructura. Y si bien se trata de una apuesta importante, el número de bibliotecas aun puede mejorar. Según El libro en cifras, publicado hace seis meses por el Cerlalc, hoy en Colombia hay 2,8 bibliotecas por cada 100.000 habitantes, un indicador mucho más cercano al de Panamá y Honduras que al de México y España.

Además de la construcción de bibliotecas, el Ministerio de Cultura produjo y adquirió un total de 10.224.556 libros que repartió entre Hogares icbf, la Asociación Nacional Contra la Pobreza Extrema (anspe), varios programas de fomento a la lectura y la rnbp. De esos libros, en su gran mayoría apuntados a la primera infancia, casi dos millones fueron destinados a las bibliotecas públicas. Su adquisición fue un paso grande para cumplir una de las metas del ministerio: acercarse al índice sugerido por la Unesco de dos libros en bibliotecas públicas por persona. Una meta que, de todas formas, todavía se siente lejana. Pues de acuerdo al más reciente diagnóstico de la rnbp, en su red hay 5.740.600 libros.

“En Colombia tenemos más o menos ocho habitantes por libro y todavía tenemos un camino muy largo que recorrer en cuanto a la dotación de bibliotecas. Por eso donde el ministerio hizo un esfuerzo gigantesco fue en la dotación de libros para niños menores de ocho años, pensando en que cuando uno aprende a leer por placer, en familia, hace que se llegue más preparado al sistema escolar para enfrentar los retos de la lectura”, asegura Acevedo. Para los próximos tres años y medio, la meta del ministerio es continuar con la dotación y darle más relevancia a la actualización de títulos. Algunos de sus retos son reducir la alta rotación de bibliotecarios, terminar de implementar el servicio de internet (hoy solo hay en 60,5 % de las bibliotecas) y subir los niveles de compromiso de las autoridades municipales.

El ministerio también ha desarrollado varias iniciativas para fomentar la lectura. Cabe destacar, por ejemplo, la fundación Secretos para Contar, a través de la que dotó con tres libros a 75 % de las familias del Chocó que tienen niños en el sistema público escolar; o las ferias regionales, un esfuerzo mancomunado con las librerías independientes que ya se ha realizado en más de seis ciudades. La Secretaría de Cultura del Distrito Capital, por su parte, ha impulsado varios programas como la Lectura bajo los Árboles, los Picnic Literarios y, más recientemente, los Espacios Concertados, un estímulo que busca financiar con una bolsa de 500 millones de pesos la programación artística de espacios culturales y librerías. También cuenta con el Libro al Viento, su proyecto de libre circulación de libros que ya cumplió diez años y que es responsable por más de cuatro millones de ejemplares.

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 En Colombia, y a pesar de las iniciativas tanto públicas como privadas, aún se lee poco. Ahí radica el principal problema del mercado editorial. Se trata, de todas formas, de una industria que se ha sabido mantener de pie a pesar de la indiferencia de gran parte del público. Ante todo, no se ha dejado amedrentar por un panorama no muy alentador. El libro digital, su próximo reto, quizá sea el mayor. Por ahora, se trata de un fenómeno que en el país ha crecido despacio, al ritmo del libro impreso. De todas formas, llegará el día en que ingrese Amazon al mercado, con sus servicios de autoedición, distribución y plataforma de lectura (Kindle).

Cuando le pregunto a María Osorio sobre cómo cambiará el mundo digital el panorama del libro, su respuesta parece resumir el sentir de la industria. Desafiante –y pragmática–, responde: “Creo que es un lugar común, se ve en las ferias internacionales, todavía la influencia del libro digital en nuestra región es mínima y no se ve su crecimiento. Otra cosa sucede en el mundo anglosajón, pero en ese mundo se ve cómo conviven ambas tecnologías. Por ahora no es una preocupación para mí, supongo que tenemos que tener buenos editores, distribuidores, libreros y lectores, luego que venga el cambio, cualquiera que este sea, así estaremos preparados”.

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¿Por qué leer ficción?
El 30 de enero de 2006, durante la lección inaugural de su cátedra en el Collège de France, el historiador de la literatura Antoine Compagnon leyó “¿Para qué sirve la literatura?”, un discurso en el que definió, de manera simple, la importancia de la lectura. ¿Por qué, entonces, necesitamos leer? A continuación algunos extractos.

Proporciona placer e instruye
La primera es la definición clásica que permite a Aristóteles, oponiéndose a Platón, rehabilitar la poesía a título de vida buena. Gracias a la mimesis –traducida hoy en día por representación o por ficción más que por imitación– el hombre aprende… Más adelante en la Poética (de Aristóteles), la catarsis misma, purificación o depuración de las pasiones mediante la representación, tiene como resultado una mejoría de la vida tanto privada como pública.

Es un remedio
Una segunda definición del poder de la literatura, aparecida con la Ilustración y profundizada por el Romanticismo, hace de ella, no ya un medio para instruir divirtiendo, sino un remedio. Libera al individuo de su sometimiento a las autoridades, pensaban los filósofos; y en particular es un remedio contra el oscurantismo religioso. La literatura, instrumento de justicia y de tolerancia, y la lectura, experiencia de la autonomía, contribuyen a la libertad y a la responsabilidad del individuo.  

Restaura la lengua
Según una tercera versión del poder de la literatura, esta suple los defectos del lenguaje. La literatura habla a todo el mundo, recurre al lenguaje corriente, pero hace de este un lenguaje propio –poético o literario–. A partir de Mallarmé y de Bergson, la poesía se concibe como un remedio, no ya contra los males de la sociedad, sino, más concretamente, contra la inadecuación del lenguaje. “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”, según La tumba de Edgar Poe, será la ambición de la poesía.