Claudia Varela

Opinión

¿Sabes quién eres?

Esta dulce madre nunca fue un ser individual, sino la mamá de Camilo. Como imaginarán, tan pronto el chico se graduó del colegio, salió corriendo a estudiar a otra ciudad y nuestra mamá ejemplar quedó deprimida y, claramente, sola, por dentro y fuera. Perdió su identidad.

5 de junio de 2022

Esta pregunta que suena obvia no lo es. Muchos de ustedes, que están leyendo en este momento, podrán estar pensando en una respuesta evidente y normalizada en nuestro modo de vida actual. ‘Yo soy Pedro, gerente de una empresa de servicios’ o ‘yo soy María, ejecutiva de cuentas claves para la marca de consumo más importante de la ciudad de (la que sea)’ o ‘qué tal, yo soy miembro de varias juntas directivas de gran importancia nacional’.

Son respuestas que he escuchado. No son tan ficticias en realidad. Muchas veces, pensamos que somos lo que hacemos. Nos casamos con logos de empresas que nos dan reconocimiento y nos convencemos de que al decir esto ganamos puntos con el mundo, que inmediatamente nos lee como exitosos.

Y es que vivimos la mayoría del tiempo buscando afuera lo que no encontramos dentro. Esa vocecita peligrosa y permanente que no nos deja vivir el presente, ni lo imparcial que termina siendo la realidad, se llama ego y nos invita permanentemente a decirnos que hagamos, que corramos, que no paremos, que nos mostremos, que tenemos la razón y que el resto son una partida de locos insensatos si no piensan lo que yo.

El ego es tirano y nos invita a creer que somos lo que hacemos, lo que tenemos (materialmente) y nos refuerza a que veamos eso en los demás. De nuevo, ¿quién eres tú? Quizá la respuesta todavía no la tengas clara, pero vale la pena repensarlo. Haz el ejercicio de reflexionar quién eres sin poner la empresa donde trabajas por encima en tu descripción. O mejor aún, el cargo que tienes, por encima de la empresa misma. Al final, lo que más pese es lo que el ego plantea como primera respuesta.

Alguna vez en un proceso de coaching, mi coach se presentó diciendo que él era high potential (alto potencial) y su gran problema era que ahora su nuevo jefe no entendía esto. Él era high potential y punto. Se lo dijeron tantas veces que se convenció de que, si no lo era, pues casi perdía su identidad.

Pero se lo acababan de decir: ya no era un ejecutivo de alto potencial, había pasado a las filas de la gente más “promedio” y estaba en una seria etapa de negación. Estaba sin dormir, ya no tenía el mismo ánimo y, obviamente, estaba cayendo en un espiral en la que cada vez más su desempeño era inferior.

Conocí a otra mujer separada que vivía con su hijo adolescente. Para ella, él se volvió el centro de su ser. De su vida.

Esta dulce madre nunca fue un ser individual, sino la mamá de Camilo. Como imaginarán, tan pronto el chico se graduó del colegio, salió corriendo a estudiar a otra ciudad y nuestra mamá ejemplar quedó deprimida y, claramente, sola, por dentro y fuera. Perdió su identidad.

Estos casos están a nuestro alrededor y no nos damos cuenta. Estamos perdiendo cada vez más la identidad, tratando de encontrar reconocimiento afuera. El día que te quedes sin trabajo o llegue un centennial a reemplazarte, porque tiene más posibilidades tecnológicas, no puedes perder tu identidad.

La invitación es a mirarse más hacia la esencia. A entender quién soy, no quién pretendo ser o cómo pretendo que me reconozcan. Lo esencial es invisible a los ojos (Antoine de Saint-Exupéry)