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Daniel Muñoz: la historia del barrista que, a pesar de todos los tropiezos, se convirtió en futbolista y héroe de la Selección Colombia
Daniel Muñoz tuvo que esperar a cumplir 21 años para debutar en el fútbol profesional. El jugador, que estuvo a punto de dejar este deporte, es uno de los más destacados de la selección en la Copa América.
“¿Y por qué?, ¿qué es lo que pasa?”, se preguntaba Daniel Muñoz a sus 17 años después de tocar las puertas de 15 clubes de fútbol profesional en México, Brasil, Italia, España, Francia y también en Colombia, como Tolima, Huila, Equidad, Medellín, Envigado y hasta el que se robó su corazón: Atlético Nacional.
Sin embargo, de rendirse Daniel sabe muy poco. Nació en un lugar resiliente que ha tenido que soportar los embates de la violencia. Su tierra, Amalfi, al nordeste de Antioquia, que también es la cuna de los hermanos Carlos, Fidel y Vicente Castaño, y de Daniel Rendón, alias Don Mario.
En este pueblo de minería de oro, en 1982 un grupo de paramilitares liderados por Fidel Castaño cometió un asesinato masivo en el corregimiento El Tigre. Treinta bandidos mataron a nueve personas y desaparecieron a otras ocho. Uno a uno sacaron a los humildes pobladores de sus casas, los ataron y les dispararon con fusiles. La barbarie fue tal, que con sus machetes mutilaron los cuerpos.
Con la valentía de los amalfitanos, que intentan borrar la huella de la violencia con la ganadería, la agricultura, el cultivo de caña, el café, y en el caso de Muñoz, el fútbol, llegó a Medellín. Jugó en el Club Deportivo Cosmos de Bello, La Gabela en Envigado y a los 12 años a Arco Zaragoza. “Sufrió porque había madurado tardíamente, su parte física lo afectaba, la talla y masa muscular era menor a la de sus compañeros, pero la técnica era superior. Aunque era muy dedicado, era suplente”, explicó a SEMANA Juan Carlos Sánchez, primer entrenador de Arco Zaragoza.
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Suplente en la cancha y titular en las gradas. Daniel amaba el fútbol desde todos los ángulos. Este hincha de Nacional, además de futbolista, se hizo barrista. Acudía a la tribuna sur, la popular del verde paisa, para alentar a los jugadores como los que soñaba ser. “Desde que tengo uso de razón soy hincha de Nacional por mi papá, Germán Muñoz, y mi mamá, Franci Mejía, que eran muy aficionados”, dijo en entrevista Daniel Muñoz a El Colombiano hace algún tiempo.
Pero la vida pondría a prueba su pasión. De los 15 equipos en los que intentó, el que más se interesó en él fue el DIM, rival de patio de Nacional. “El Medellín era el más interesado y yo soy bien hincha de Nacional. Decía: ¿por qué no se interesa Deportivo Tapita? Me tocó ponerme la camiseta del DIM para entrenar tres o cuatro veces, gracias a Dios que no me abrió esa puerta”, recuerda entre risas en un testimonio que dio en su iglesia cristiana y que se hizo viral hace poco.
Quiso irse del país, dejar el fútbol y emprender el sueño americano como muchos colombianos. Se planteó trabajar en Estados Unidos para conseguir el dinero que el fútbol, en vez de darle, le quitaba. Tenía herido hasta su ego masculino, pues Manuela Jiménez, su actual esposa y novia de toda la vida, era la que se encargaba de los gastos de pareja. Pero hasta la embajada norteamericana le dio un portazo en la cara y le negó la visa.
De tanto volar, Daniel encontró una pista de aterrizaje en Total Soccer, un equipo afiliado a la liga antioqueña de fútbol. “Le dije que se enfocara en su objetivo y no pusiera huevos en todas partes, porque para ser un deportista exitoso se necesita estabilidad. Pero él se forjó en el fuego y la dificultad”, dijo Gabriel Sepúlveda, de Total Soccer, a SEMANA.“Me sentía muy mal, mis compañeros jugaban profesional, mundial sub-14 o sub-17 y yo jugando la primera C”, contó, entre lágrimas, Daniel a los demás feligreses.
Cada negativa que recibió minó su confianza, cada viaje le puso a prueba su carácter y hasta su estómago. Pero en este club aficionado encontró la estabilidad para su vida y juego. Daniel llegó siendo delantero, tal vez por eso no recibía oportunidades y Gabriel Sepúlveda lo convirtió en lateral derecho.
“Yo no lo veía claro de delantero. Era explosivo, rápido y veloz. Lo puse de lateral en un partido de Pereira y aunque no le gustó mucho y hasta se enojó, con pedagogía se lo hicimos entender”, señaló Gabriel. “El profe me decía: ‘Dale, que serás el próximo lateral de la selección Colombia’”, confesó Daniel.
Llegó 2016, un año que tiene en el corazón todo hincha de Nacional. Justamente, en ese tiempo Total Soccer jugó el torneo sub-20 federativo. En la competencia, Juan Eugenio Jiménez, director deportivo de Águilas Doradas de Rionegro, estaba en la tribuna y quedó flechado con el fútbol de Muñoz.
No solo le hizo seguimiento a su trasegar con la pelota, también a su entorno. Juan Eugenio se acercó a la familia del jugador, indagó sobre todos sus aspectos y supo que era el futbolista completo que necesitaba el equipo de la primera A en Colombia. Sin embargo, y como ya era común para Daniel, las dudas volvieron a aparecer.“Cuando llegué al club informé de Daniel Muñoz, pero no confiaron mucho porque era un jugador sub-20 y el equipo tenía futbolistas en esa división esperando su ascenso. Sin embargo, insistí, les dije que yo lo traía a la profesional porque él marcaba diferencia”, recuerda Juan Eugenio.
Daniel fue presentado a Néstor Otero, técnico en ese entonces de Águilas, que le dio la oportunidad de entrenar. Sus esperanzas se agotaban cada día más y su dinero también. Daniel tenía que desplazarse desde su hogar hasta Rionegro todos los días por una oportunidad que no llegaba. Los gastos de 30.000 pesos diarios los solventaba ayudando con la tarea de domiciliario en una tienda cerca a su casa.
Hasta que el 27 de junio de 2016, el día en que Nacional jugó su segunda final de la Copa Libertadores, llegó su trofeo. Mientras Daniel se preparaba con su familia y amigos del barrio para ver el partido y planeaban la celebración en una finca, recibió la llamada que cambiaría su vida.
“Me llamó el director deportivo de Águilas para que me presentara en el Alberto Grisales, que el técnico me quería ver. Yo le respondí: ‘Profe, pero hoy es la final’. Y me dijo que era la única oportunidad. Me tocó decidir porque era verme el partido y celebrar, o madrugar y probarme en Rionegro”, contó Daniel.
Escogió lo segundo. Con el éxtasis de ver a su equipo campeón del continente se fue a dormir y su sueño de esa noche y de otras tantas se hizo realidad. Fue inscrito en el equipo, debutó en el profesionalismo, sumó más de 1.000 minutos en cada semestre que estuvo y sus grandes actuaciones lo llevaron a Nacional.
“En Águilas jugaba de lateral, central, lo que fuera. Era hasta el utilero, bajaba las pesas del bus”, dijo Daniel. Juan Carlos Osorio fue el técnico que lo potenció en el verde paisa, a tal punto que lo llamaron a la selección Colombia. Cuando todo parecía sonreírle por fin, una lesión lo alejó de la concentración del equipo nacional que dirigía Carlos Queiroz.
“Para los que creen que están viejos con 19 años, sigan trabajando. Dios me cerró muchas puertas y me abrió la que era. Soy de los que creen en el trabajo honesto. Yo quiero ser un ejemplo y una inspiración”, dijo Daniel. Y sí que lo fue, se recuperó, fue vendido al Genk de Bélgica, pasó al Crystal Palace de la Premier y es el lateral derecho inamovible de la era Néstor Lorenzo.
Su proceso en el fútbol fue tardío, pero, como la justicia, llegó. Hoy, es uno de los jugadores más destacados en la Copa América 2024, marcó el gol que destrabó el partido con Paraguay y el que dio el empate contra Brasil. Cada una de sus celebraciones con la selección es el grito de desahogo del amalfitano que nunca se rindió.