Entrevista
María Kodama, la musa inédita del escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges
En 2012, el periodista Arnoldo Mutis le hizo en Buenos Aires esta entrevista a María Kodama, la viuda del genial escritor argentino, para la revista Jet-Set, pero nunca se publicó. Con la reciente desaparición de la escritora y traductora, aquella charla recuperada ofrece un atisbo sobre cómo pensaba y sentía la mujer compleja y elegante, de raíces japonesas, que protagonizó uno de los amores más polémicos de la literatura.
Arnoldo Mutis: Borges la impresionó por primera vez hacia los 6 años por un poema de él que le leyó una profesora. ¿Cómo fue eso?
María Kodama: Ella me leía en inglés y después me hacía una síntesis en español. Cuando me enseñó César y Cleopatra, de George Bernard Shaw, me hizo la semblanza de César, poderoso, y todo lo que le da a la reina de Egipto. Luego, me leyó ese poema de Borges en el que un hombre le brinda a la mujer que ama exactamente lo contrario a lo que le ofrece César a Cleopatra. El modo en que tradujo al inglés esas palabras de Borges me hizo sentir una enorme curiosidad por un escritor al que después iba a quedar ligada para siempre. Fue una sensación de alguien que era como yo: introvertido, solitario, términos que aprendí después, por supuesto.
A.M.: Luego, estuvo en una conferencia de él, a los 12 años...
M.K.: Como yo desde chica quería estudiar literatura y escribir, un amigo de mi padre, fanático de Borges, le pidió permiso para llevarme. No entendí nada, pero fue muy importante, pues era muy tímida, quería enseñar y pensaba cómo iba a hacerlo si era así. Al ver entrar a este señor, los tímidos nos reconocemos como los animales en la selva, dije: “¿Cómo va a hablar si es más tímido que yo?”. Y, cuando comenzó a expresarse, pensé: “Si él puede, yo voy a poder”.
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A.M.: ¿Cómo empezaron a trabajar juntos?
M.K.: Pero ¿esto qué es? ¿Una biografía? La historia la tengo que escribir yo, no puedo contar todo. Quiero preguntas de otro tipo, no personales todo el tiempo. No soy actriz. Nunca he exhibido mi vida personal. Soy una persona discreta, educada en otra cultura. No hago estriptis físico ni interior.
A.M.: ¿Qué cuenta de los trabajos literarios que realizaron juntos?
M.K.: Hicimos traducciones del inglés, el anglosajón y el islandés, como El libro de la almohada, de Sei Shonagon, Breve antología anglosajona, y La alucinación de Gylfi, de Snorri Sturluson, que eran como certificados de los estudios que hicimos de esas lenguas. Pero nunca quise publicar nada con Borges, dado que sabía el concepto que tenía de la gente a la que les hacía los prólogos.
A.M.: ¿Qué concepto era ese?
M.K.: Le pedían que los prologara porque eran amigos, porque querían llegar y para eso convenía tener el nombre de él. Yo no deseaba eso en mi vida. De ahí que nunca quise publicar mis cuentos (finalmente lo hizo en 2018), pues al pedirme él hacer los prólogos era casi un insulto si los sacaba sin ellos. Después, él murió, y mi vida la complicaron horriblemente.
A.M.: ¿Por qué lo dice?
M.K.: No me preguntes, porque lo sabes mejor que yo. A los periodistas los conozco después de 25 años (de muerto Borges). Dejemos eso de lado, que ya es bastante complicado y triste. (Se refería a los ataques de que fue blanco cuando se supo que Borges la nombró heredera universal de su obra).
A.M.: ¿En qué consiste la particular modalidad que ideó para la casa-museo de Borges, en Buenos Aires?
M.K.: Como no hay espacio, es como un museo vivo, porque cada año cambiamos todo y se van mostrando nuevas cosas. La biblioteca y el cuarto de Borges, si no estoy, ya no se muestran. Me robaron tres libros con notas de él. Por eso tomé la decisión. La maldad de mucha gente me enseñó a ser dura. (Tras esta especie de explicación no pedida por lo hosca que se había mostrado, Kodama cambió su actitud y se prodigó en infidencias).
A.M.: ¿Por qué dice que, en los múltiples viajes que hicieron juntos, la ciega parecía usted?
M.K.: Porque él había vivido en Europa de adolescente, cuando tenía vista y, como poseía una memoria extraordinaria, me describía paisajes. Normalmente, yo me levantaba antes para buscar dónde desayunar, ya que a él no le gustaba hacerlo en el hotel. Si estaba frío, me adelantaba para no caminar con él de un lado para otro. Cuando llegamos a Ginebra, me dijo que no lo hiciera, porque él ya conocía y me mostraría los lugares para tomar el desayuno. Como es una ciudad antigua, que no cambió, efectivamente, yo sé todos sus vericuetos gracias a él.
A.M.: ¿Qué recuerda de sus visitas a Colombia?
M.K.: Lo pasamos muy bien gracias a los amigos que Borges tenía allá. (Juan Gustavo) Cobo Borda, que había estudiado bastante su obra; Jorge Valencia Jaramillo, encantador, y su primera esposa, Beatriz; Gloria Valencia de Castaño, que le hizo una entrevista, muy agradable también.
A.M.: ¿A qué otros colombianos recuerda?
M.K.: Había un señor que se llamaba Yamid Amut…
A.M.: Yamid Amat.
M.K.: ¡Yamid Amat! (risas). Fue divino eso. Bueno, en el momento fue horrible, pero después fue muy gracioso. Él me hizo una entrevista para televisión y yo le tengo mucho afecto a Colombia, porque su equipo tuvo un gesto terriblemente humano. Yo estaba en depresión, porque hacía muy poco de la muerte de Borges. No entendía a dónde quería llegar él. Hacía preguntas disparatadas y yo trataba de contestar sumamente cortés (carcajadas). Fue tan desagradable, nunca lo voy a olvidar, que cuando salí estaba su equipo, todos me saludaron y, antes de subir al auto, uno de ellos se acercó y me dijo: “Señora, le pedimos perdón en nombre del pueblo colombiano”. Imagínate cómo habrá sido la entrevista. La gente que me llevó me explicó que, al parecer, quería hacer una comparación con una telenovela que estaban pasando en ese momento.
A.M.: ¿Borges pensaba algo en especial de Colombia?
A.M.: Aquí en Buenos Aires también se pueden recorrer los lugares de Adolfo Bioy Casares, protagonista con Borges de una de las grandes amistades de las letras.
M.K.: Digamos…
A.M.: ¿No eran tan amigos?
M.K.: Creo que no, sobre todo después del libro que escribió Bioy (Borges, 2006). Allí puso palabras en su boca que él no dijo y afirmó que comía con la mano. Borges era ciego. ¿De quién habla mal eso? Del anfitrión, porque si tu amigo es así, tienes que ayudarlo. Si no lo haces, se sabe que va a tener que comer con las manos porque no ve. Borges comió conmigo tanto en restaurantes estudiantiles de Estados Unidos como en un almuerzo con el marido de la reina Isabel de Inglaterra cuando le dieron el doctorado en Cambridge. Nadie lo vio comer con las manos, porque para eso estaba yo, para ayudarlo. Esa obra rezuma celos y envidia de Bioy hacia Borges.
A.M.: ¿Qué creía Borges de Bioy?
M.K.: Que era un cobarde, y lo prueba el haber escrito eso y que se publicara después de que ambos murieran. Elogió de Bioy solo dos obras, las cuales él corrigió.
A.M.: ¿Borges tenía alguna rutina para escribir?
M.K.: No. Escribía cuando “el espíritu” lo visitaba. Si no, no se preocupaba. Cuando tenía una idea en la cabeza, contaba: “Se me ha ocurrido algo”, “He soñado algo y puede ser divertido, no sé si va a servir todavía”. No sufría de la angustia ante la página en blanco.
A.M.: Corregía mucho sus obras, pero hubo un poema que no intervino jamás.
M.K.: Ein Traum (que en alemán significa Un sueño), muy breve y misterioso, cuyo protagonista es Kafka y me recuerda el tema de las ruinas circulares: el soñador que sueña que a su vez es soñado. Él iba modificando su obra, pero, al cabo de varias ediciones, no lo cambiaba y le pregunté si consideraba que ese era el Poema, con mayúscula. “De ninguna manera”, me respondió. “¿Sabe qué pasa? Que yo soñé esto, entonces, el poema no me pertenece. Me lo dictó Kafka en el sueño. Hasta que no vuelva a soñar con él y me diga que tengo que cambiar una palabra u otra, no puedo hacerlo” (risas).
A.M.: Goza contando estas historias. ¿Borges la hacía reír mucho?
M.K.: La verdad es que sí. Como dicen los españoles, la pasábamos “bomba”. Era un ser alegre, divino, muy especial.
A.M.: ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
M.K.: Toda mi vida. Empecé a estudiar con él a los 16 años, hace 25 que murió y siempre estoy con él.
A.M.: Es agnóstica como Borges. ¿Qué hablaban de la muerte?
M.K.: Era muy divertido, porque él a veces me decía: “Si hay otra vida, la forma más lógica es la reencarnación, entonces, prometámonos reencontrarnos”. Yo le contestaba: “Ah, sí, Borges, encantada, pero le tengo que hacer una salvedad: en la próxima, yo soy científica”. “¡No me diga eso!”, me replicaba, “porque yo volvería a ser escritor”.