ANTETITULO

En los acueductos y alcantarillados de todo el país hay mano de obra tocancipeña

Pensando en las necesidades actuales y futuras de la comunidad estudiantil, la infraestructura educativa debe estar en constante renovación. Su impacto trasciende la academia y beneficia a las comunidades alrededor de las instituciones.

10 de diciembre de 2017
En sus inicios Metacol Torino solo hacía accesorios para el manejo del agua potable y residencial. Hoy fabrica componentes más grandes como válvulas especiales. | Foto: Cortesía Metacol

Las obras en proceso de construcción son una prueba de la renovación que se está viviendo en los campus universitarios. La nueva infraestructura genera impactos positivos en la calidad de la educación, al mejorar las condiciones para los estudiantes, y repercute en el desarrollo de las regiones a través de beneficios sociales, ambientales y económicos.

Estas renovaciones significan nuevos puestos de trabajo gracias a la demanda de mano de obra, a la vez que aumentan la inversión en construcción, habilitan nuevas zonas de esparcimiento y deporte, y pueden mejorar el espacio público y las condiciones de seguridad de las áreas aledañas. En algunos casos pueden llegar a contribuir a la conservación de fauna y flora propias de la región.

De acuerdo con el censo de edificaciones del Dane, del segundo trimestre de 2019, el área total en proceso de construcción destinada a educación asciende a los 946.812 metros cuadrados. Esto es 1,4 por ciento más que lo registrado en el mismo periodo de 2018, cuando se contabilizaron 934.104 metros cuadrados. Cabe anotar que en estas áreas destinadas a la educación se incluyen, además de universidades, escuelas, museos y bibliotecas, entre otros.

El crecimiento de la población estudiantil en instituciones de educación superior ha generado un dinamismo en la modernización de los campus universitarios y en la construcción de nuevos escenarios. “Las universidades localizadas en Bogotá hacen que su territorio tenga una vocación para la educación. La Javeriana, por ejemplo, tiene 20.000 estudiantes, lo cual supone que la ciudad produzca bienes y servicios para su actividad educativa. Si sumas todas las universidades de Bogotá, eso hace que la educación caracterice a la economía del territorio”, explica Doris Tarchópulos, directora de la Maestría en Planeación Urbana y Rural de la Pontificia Universidad Javeriana.

Más cupos

Desde agosto de 2018 hasta el 11 de septiembre de 2019 la Financiera de Desarrollo Territorial (Findeter) ha desembolsado más de 241.000 millones de pesos para 19 proyectos de universidades públicas y privadas de todas las regiones del país.

“La educación superior es un pilar muy importante para el desarrollo del país, por lo que financiamos iniciativas que permitan a las universidades crecer, abrir más cupos, mejorar sus estructuras físicas, tener nuevos edificios para investigación, etcétera”, señala la presidenta de Findeter, Sandra Gómez Arias.

La entidad ha financiado las obras civiles para construcción, ampliación, adecuación, mejoramiento y dotación de la infraestructura física y educativa de la Universidad de Cartagena, así como construcción y amueblamiento del bloque sur etapa II y aulas magistrales y fortalecimiento de infraestructura física de la Universidad Tecnológica de Pereira, y la biblioteca y la construcción del Centro Cultural de la Universidad de Caldas.

“En los espacios regionales, la transferencia de conocimiento y la mejora en la calidad del recurso humano que se forma, sumada al influjo mismo que las instituciones provocan a todo nivel, es relevante en la calidad del empleo y contribución al PIB”, manifiesta Luis Enrique Arango, exrector de la Universidad Tecnológica de Pereira.

La presidenta de Findeter apoya esta visión. Asegura que el desarrollo de infraestructura para la educación superior tiene un impacto positivo en las regiones porque aporta a la ampliación de la cobertura educativa y dinamiza otros sectores de la economía regional. “También genera nuevos empleos, facilita el aumento de la producción y el comercio, la movilidad de la fuerza de trabajo y la productividad laboral”, destaca Gómez.

Sostenibilidad: el objetivo

Conscientes de las prioridades de la realidad actual, las universidades tienen en cuenta a la sostenibilidad como un criterio fundamental a la hora de planear y ejecutar sus obras de infraestructura, con lo cual se amplía su impacto positivo en las regiones donde funcionan.

De acuerdo con el programa Ciudades Sostenibles y Competitivas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Findeter, una ciudad sostenible es aquella que ofrece alta calidad de vida a sus habitantes, con una infraestructura urbana que minimice el impacto negativo sobre el medioambiente y capaz de adaptarse a los efectos del cambio climático. La infraestructura de educación debe estar alineada con ese concepto.

“Los proyectos que las universidades están desarrollando, financiados por Findeter, tienen un enfoque de sostenibilidad –advierte Gómez–. Es decir, son construcciones amigables con el medioambiente porque tienen eficiencias y ahorros en el consumo de agua y energía, son edificios bioclimáticos, con sistemas para reutilizar las aguas lluvias, con puntos de reciclaje y uso de energía alternativa”.