Vida moderna

Hay que recuperar la sana comida que preparaban nuestras abuelas

Y debemos hacerlo por el bien de nuestra salud. Los alimentos frescos que reinaban en la culinaria tradicional han cedido el terreno a los importados y ultraprocesados. ¿Cómo retornar a los hábitos de antes?

Fabián Ardila Pinto y Sara del Castillo*
26 de julio de 2020
El covid-19 permitió que hoy se revalorice el papel del campesino productor de alimentos. | Foto: César David Martínez

Los cambios que han tenido los colombianos en su alimentación en las últimas décadas son innegables. Nuestra dieta es el resultado de una historia en la que se mezclan las prácticas alimentarias tradicionales y modernas que interactúan en nuestras mesas, las modificaciones en el uso del tiempo y los roles alimentarios en el hogar.

La producción de alimentos se concentraba antes en predios medianos y pequeños donde el policultivo era frecuente. Hoy, en las grandes extensiones de la tierra más productiva hallamos algunos pocos cultivos que no hacen parte de la base alimentaria de la población: azúcar, palma y cosechas de uso ilícito. En la actualidad, un alto porcentaje de los productos que consumimos son importados, llegan de lejos con una profunda huella de carbono. También se han abierto paso las grandes superficies y los hipermercados que en sus kilómetros de estantes albergan miles de alimentos ultraprocesados, comida chatarra que hoy se encuentra en cada casa debido a sus bajos costos y a sus facilidades de preparación.

Desde 2005, la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin), mostraba que dentro de los 20  alimentos más consumidos por la población colombiana el primer lugar, en todas las regiones, lo ocupaba el arroz. Este hábito también fue identificado en la Ensin de 2015, lo cual indica que productos tradicionales como el maíz y la papa han sido desplazados, así como la mayoría de los alimentos frescos que se dan en las regiones y que han sido reemplazados por importados. El plátano, sin embargo, se resiste a perder protagonismo. Es un mono- cultivo globalizado que a su vez da fuerza a lo ancestral en los cultivos de pancoger y en las mesas de grupos étnicos, campesinos y habitantes de las zonas urbanas.

A partir de esta aproximación son visibles los cambios en los tiempos de preparación de las comidas, la asignación de roles, el tamaño de las cocinas, la estandarización de la dieta en pocos productos, los rituales en la mesa y las formas en que las personas aprenden sobre alimentación. Esto se conjuga con prácticas culturales que se resisten a los cambios promovidos por la globalización. Hoy contamos con generaciones de mayor edad y nuevos movimientos de la sociedad civil que reivindican, cada vez más, el regreso a la tradición a través del rescate de productos, de cocinas, o de la compra directa a los pequeños productores en mercados alternativos.

En la orilla opuesta están las familias y comunidades que consumen comestibles industrializados debido a la educación recibida, al poco tiempo para preparar sus alimentos, y a las diversas inequidades que disminuyen la disponibilidad y el acceso a la comida local, sana y fresca. En este grupo de personas, además, hay una menor actividad física, un aumento en la obesidad, cambios en los hábitos de sueño, e incluso transformaciones en los sistemas de transporte como, por ejemplo, el crecimiento en el uso de la motocicleta como vehículo cotidiano.

Reencuentro y reconciliación

Las situaciones que hemos vivido, y las que nos faltan aún por vivir durante esta pandemia, nos han servido de reencuentro con nuestros hogares y cocinas, y esto nos invita a retornar a las prácticas alimentarias que dejamos atrás. El covid-19 nos muestra la importancia de contar con una producción local y diversa, que contenga alimentos naturales, limpios y orgánicos; también permite que hoy se revalorice el papel del campesino productor de alimentos, que se reivindique el comercio justo y se elijan los circuitos cortos de comercialización. Estas eran alternativas impensables en una Colombia donde prima el enfoque de agronegocio por encima de las luchas de miles de colectivos de agricultores, indígenas y afros en sus territorios.

Este es el momento propicio para reconciliarnos con nuestra alimentación tradicional, comer sano y saludable, evitando el exceso de productos industrializados. Cocinar en casa, en familia, nos permite rescatar y enseñarles a nuestros hijos y nietos la comida que las abuelas nos dejaron como legado para tener una mejor salud y una buena nutrición. También es una oportunidad de oro para que las autoridades y las instituciones reconozcan la necesidad de favorecer sistemas alimentarios incluyentes, diversos y pertinentes con la cultura de las comunidades.

*Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Universidad Nacional.

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