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La batalla de Luis Parada, el biólogo molecular colombiano que lucha contra el cáncer

Luis Parada, radicado en Nueva York, trabaja por descubrir un tratamiento contra el cáncer que no genere efectos secundarios. Esta es su historia.

Lisbeth Fog Corradine*.
2 de diciembre de 2019
“Me interesa darles la oportunidad a los colombianos que quieren salir al extranjero para desarrollar sus carreras en aspectos de ciencia que no son fáciles allá", Luis Parada. | Foto: Archivo Particular

Hay unos investigadores en Nueva York que intentan descubrir un tratamiento para el cáncer que no genere efectos secundarios comunes como la caída del pelo, problemas gastrointestinales o anemia. Un tratamiento que les apunte solo a aquellas células malignas, sin afectar a tantas otras que se dividen continuamente y son útiles para el buen funcionamiento del organismo.

Luis Parada, biólogo molecular colombiano que emigró a Estados Unidos desde muy joven, lidera el grupo. El hecho de asumir roles diversos en los varios empleos que aceptó fue moldeando su personalidad: trabajó, por ejemplo, en Tumaco, en el sector maderero y petrolero y en horarios nocturnos, y con sus ahorros viajó a Estados Unidos, donde tuvo disímiles empleos temporales. Pero el que más le sedujo fue trabajar como técnico en una fábrica de baterías de carro que no necesitaban agua.

Escuchar las conversaciones de los científicos fue clave en su vida: “Dominaban su tema y podían hablar en un nivel que me impresionaba”, recuerda. Supo entonces que quería dedicarse solo a un campo, pero con la condición de adquirir un conocimiento profundo del mismo.

Aunque comenzó a estudiar ingeniería química en las noches, terminó cursando biología molecular en el día, en la Universidad de Wisconsin. “A las tres semanas ya sabía que había encontrado mi pasión”, dice. Y en medio del camino descubrió, en uno de sus cursos, que hay ‘genes saltarines’, los transposones, o secuencias de ADN que tienen la capacidad de brincar de un sitio a otro. Y se fue para MIT a hacer su doctorado.

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Allí escuchó al biólogo Robert Weinberg que decía: “Cuando tomamos el ADN de células cancerosas y lo transferimos a células no cancerosas, algunas se transforman en células cancerosas. Eso quiere decir que el ADN de las células cancerosas tiene alguna información que puede ser transmitida a células no cancerosas y convertirlas”. En ese entonces, la teoría prevalente del cáncer suponía que era viral, explica. Y aunque ocurre solo en unos casos, el detonante de la enfermedad debía ser un gen. “Era un descubrimiento supremamente profundo que cambiaba conceptualmente todo. La idea era buscar ese gen”, señala.

Los genes que esconde el cáncer

Trabajando con Weinberg lo descubrió: “Se llama ‘ras’ y fue el tema de mi doctorado. Mi primera publicación científica como primer autor fue un artículo en la revista ‘Nature’ en donde divulgaba el descubrimiento de ‘ras’ en 1982”. Pero fue una competencia dura. Científicos de otros laboratorios publicaron investigaciones similares en ese año que, como la de Parada, le darían un nuevo rumbo a la exploración en cáncer. Estudiarlo aisladamente, como un ‘oncogen’, no fue la ruta que siguió este científico colombiano: “Descubrí el primer ejemplo experimental de que se requería más de un gen para crear cáncer: la cooperación de oncogenes”.

Con los conocimientos en embriología y el desarrollo del cerebro y del sistema nervioso que adquirió en el Instituto Pasteur, volvió a Estados Unidos a continuar sus investigaciones, ahora en ratones clonados. Hoy, luego de haber pasado por el Instituto Nacional de Cáncer (Estados Unidos) y la Universidad de Texas, trabaja en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, de Nueva York. Hace énfasis en dos temáticas: gliobastoma, uno de los cánceres más agresivos del adulto que comienza en el cerebro y no tiene cura, y neurofibrosarcomas en infantes. La clave de su investigación está ahora en las células madre: cuando se generan en ratones las mutaciones derivadas de glioblastoma en sus células madre, todos desarrollan la enfermedad; cuando aparecen esas mismas mutaciones en cualquier otra célula del cerebro “nunca hay cáncer”, explica.

“Nuestro fin es desarrollar algo que funcione para prolongar la vida y aliviar el sufrimiento”, puntualiza. Al estar en este centro, lo que hace es transmitir directamente los glioblastomas de pacientes a los cerebros de ratones. “Esto nos permite alcanzar una nueva generación de experimentación: tomar todo lo que hemos aprendido de los estudios de nuestros ratones genéticamente modificados y aplicarlo a los tumores de pacientes”, afirma. Todavía se halla en etapa experimental, pero con perspectivas interesantes para el futuro. “Lo que tenemos que estudiar –concluye, desde su propio laboratorio en el Centro del Tumor Cerebral–, es cómo y dónde comienza el cáncer. Indagar cuáles son los patrones, las células que tienen el potencial real de crear cáncer”. Y desde allí pensar en cómo dirigir medicamentos y tratamientos directamente a esas células cancerosas.

*Periodista científica.