Luis Carlos Vélez Columna Semana

Opinión

Petro gobierna para el espejo

Pero Petro no es ese líder. Ni quiere serlo. Prefiere el caos al consenso, la épica al Excel, la plaza al plan. No gobierna para transformar. Gobierna para el espejo.

Luis Carlos Vélez
19 de julio de 2025

Gustavo Petro no gobierna para los colombianos. Gobierna para su ego, para su relato, para la épica que ha construido sobre sí mismo. Una narrativa en la que él es el gran salvador, el vengador de los oprimidos, y su espejo le repite cada mañana que es excepcional, inteligente y hermoso. Pero a la hora de trabajar, de entregar resultados reales y tangibles, nada. Petro nos deja en el peor de los escenarios. Me explico.

Históricamente, los líderes grandilocuentes, populistas y funestos han respaldado su peligrosa retórica con obras concretas. Por malas que fueran sus ideas, por destructivos que resultaran sus regímenes, trabajaban. Nuestro presidente, en cambio, intenta tener mucho de lo primero y carece por completo de lo segundo.

Petro quisiera ser el Chávez de Colombia. Pero se queda corto. Chávez –con todos sus desastres– construyó una maquinaria de poder. Era un líder estrambótico, vengativo y con pésimas ideas, pero también disciplinado y metódico. Una mula de carga, incluso en el error. Petro apenas levanta castillos en el aire y llega tarde a todo.

También quiere emular a Perón: el supuesto redentor de los desposeídos. Pero Perón, al menos, dejó hospitales, centros de salud, sanatorios, escuelas, y creó un sistema de protección social que perduró. Petro no levanta nada. Solo discurso. Solo polarización.

Más bien, Petro se parece a Robespierre, el jacobino de la Revolución francesa que tanto admira. Como él, se presenta como el único intérprete legítimo de la “voluntad popular”, y señala como enemigos del pueblo a quienes se le oponen: el Congreso, los medios, las cortes, los empresarios. Esa lógica, peligrosa y autoritaria, solo conduce a una cosa: el desprecio por la democracia liberal. Ambos convirtieron la narrativa en herramienta de terror.

Mientras el país pide resultados, él entrega discursos. Mientras las instituciones reclaman diálogo, él responde con confrontación. Mientras los colombianos exigen soluciones, él lanza arengas vacías.

Esta semana, El Espectador –medio que no es precisamente opositor– fue contundente: “El presidente Petro muestra su verdadero rostro”. Un presidente que, a falta de resultados, decide incendiar. Que, en lugar de gobernar, sabotea su propio presupuesto. Que insinúa que las elecciones de 2026 podrían ser un fraude, como si ya estuviera preparando el terreno para desconocerlas. ¿No es eso gravísimo?

¿Y mientras tanto? Las EPS colapsan. La inseguridad se desborda. La inversión huye. La relación con aliados históricos como Estados Unidos se deteriora. ¿Dónde está la agenda del día a día? ¿Dónde están las obras, los avances, las mejoras tangibles? En ninguna parte. Porque Petro no cree en lo tangible. Cree en lo simbólico. En lo épico. En la batalla constante.

Gobernar no es hacer titulares. Es resolver. Pero en este relato, Petro convierte cada palabra en una trinchera. Sus frases delirantes –que ya generan más titulares que cualquier reforma real– reflejan a un presidente atrapado en su propio reflejo. Con él, el país es secundario. Lo importante es él. Siempre él.

Colombia necesita un presidente que gobierne con cabeza fría, que entienda que liderar no es gritar más fuerte, sino construir más sólido. Un presidente que se levante a trabajar, no a tuitear. Un líder que respete las instituciones, no que las convierta en chivos expiatorios de su propia incompetencia.

Pero Petro no es ese líder. Ni quiere serlo. Prefiere el caos al consenso, la épica al Excel, la plaza al plan. No gobierna para transformar. Gobierna para el espejo.

Y mientras tanto, el país se hunde en el ruido.

A propósito del ruido, sus declaraciones recientes cargadas de racismo pasaron casi desapercibidas dentro del gabinete. El excanciller Luis Gilberto Murillo salió en defensa de los afrocolombianos, pero su máxima representante dentro del Gobierno guarda silencio. ¿Hasta cuándo Francia Márquez seguirá acomodándose a los agravios de un presidente que la desprecia, la deja sin recursos, la esconde y no le da la visibilidad ni el respeto que prometió entregarle? La vicepresidenta se acomoda por sus privilegios, y con su actitud también es cómplice del desastre.

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