Poesía
Raúl Zurita: “Sin sueños no puedes vivir más de 5 minutos”
Raúl Zurita es una de las mejores voces de la poesía latinoamericana en la actualidad. Su obra es sólida, rica en profundidad y ostensible en su manejo del lenguaje. Por estos días, el chileno anda participando en el Festival Internacional de Poesía de Pereira.
Raúl Zurita escribe con las entrañas. Basta con leer un par de sus poemas para darnos cuenta de la fuerza, de la potencia y de la hondura con la que sus creaciones logran causar un impacto que exalta la emoción y el interés por meditar sobre el sentido de su poesía. Hay en ella oscuridad, dolor, desgarramiento; pero también iluminación, diálogo, actitud reparadora. Estos elementos que menciono están motivados por una clara conciencia del hecho poético, de la experiencia personal y de la historia a la que está circunscrita una voz que es la voz de los ausentes: aquellos que quedaron adheridos “a las rocas, al mar y a las montañas”.
Octavio Paz dijo que la poesía es la “parte secreta del alma de cada uno y del alma de los pueblos, en la cual esa zona, muy oscura y muy ambigua, refleja o mejor dicho perfila el futuro”. En este sentido, es importante mencionar que la obra del poeta chileno, leída en relación con el azaroso presente, nos dice que no debemos renunciar al olvido. El futuro quizá sólo puede ser fundado si las palabras son nuestra memoria.
Zurita ha sido galardonado con el Premio de Poesía José Lezama Lima (2006), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2016) y el Premio José Donoso (2017). Entre sus libros se destacan: “Purgatorio” (1979), “Canto a su amor desaparecido” (1985), “Canto de los ríos que se aman” (1997), “Mi mejilla es el cielo estrellado” (2004) y “Tu vida rompiéndose” (2015).
La infancia con frecuencia es decisiva en el camino de los poetas. Cuéntenos cómo fue su encuentro con la poesía.
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No hay poesía sin infancia, sin esa pureza dura y conturbada de la infancia, y creo que mi caso no es una excepción. Mi madre y mi abuela son italianas que llegaron a Chile. Crecí con mi abuela materna, quien quedó a cargo de mi hermana y de mí siendo muy pequeños. Había muerto mi padre y mi madre trabajaba.
Mi abuela vivió arrasada por la nostalgia del país al que no volvió, y nos inventaba cuentos con personajes de la “Divina Comedia”. Muchos años después me di cuenta de que yo y mi hermana habíamos sido los canales de su pena y de su dolor. Ese dolor me marcó para siempre.
¿Cómo concibe la escritura?
Concibo la escritura como una suerte de sueño al que no te puedes oponer porque es infinitamente más poderosa que tú. La poesía es como los sueños que sueña la tierra, sueños de los que pobremente rescatamos algunos fragmentos, algunos retazos que nos quedan al despertar.
He llegado a creer que la poesía es el terreno de una lucha feroz en la que el poeta intenta manejar los sueños, y los sueños intentan imponer sus propias visiones al poeta. En esas luchas a muerte, sin excepción, los grandes poemas son siempre aquellos en los que se impone la voluntad del sueño sobre la voluntad del poeta. Los sueños saben infinitamente más que tú, son mucho más profundos, más vastos y más antiguos que tú. Qué otra cosa es ese sueño infinito que se llama “Divina Comedia”.
Los sueños de los distintos seres humanos hablan en las noches entre sí, y su diálogo abarca el universo entero.
La geografía de su país aparece con frecuencia en sus obras. ¿Cómo es la relación entre lo real y el hecho poético en sus búsquedas estéticas?
Los paisajes son grandes telones en blanco que se van llenando con las pasiones de la vida. Es nuestra pasión la que levanta las montañas y extiende las llanuras, y a la vez son esas llanuras y esas montañas las que levantan nuestro rostro.
Somos una raza de asesinos y asesinas que hacemos pedazos lo que nos sostiene y nuestra condena es construir la felicidad, construir el Paraíso, pero el tiempo se nos acaba. O levantamos un mundo mejor, más justo, o esa violencia que ejercemos contra nosotros mismos se sumará a la violencia que ejercemos sobre la naturaleza y seremos arrasados. No conozco ninguna poesía ni a ningún poeta que se pueda librar de eso, que se pueda librar de la maldición de los paisajes.
¿Qué significó para usted la poesía en el contexto social de la dictadura chilena?
La poesía fue mi forma de no resignarme, de no morir. Yo sobreviví a una dictadura y a mi propia autodestrucción. Soy en ese sentido profundamente latinoamericano. Todo poeta -y los seres que han vivido o vivimos en este continente-, ha sobrevivido a alguna dictadura y a nuestra propia autodestrucción.
Algunos de sus poemas rinden homenaje a la memoria de los desaparecidos. ¿De qué manera es la poesía una forma de resistencia?
Vivimos en un mundo arrasado, rebalsado de amores y de crímenes, de sueños y de parricidios, de infanticidios, de feminicidios y de actos de entrega y de bondad igualmente inenarrables, lo que hace que todas las vidas, y no solamente las nuestras, sean una forma de resistencia, y que toda resistencia sea una forma de vivir. La poesía no puede detener a los criminales, no puede derribar una dictadura, no puede evitar la explotación de los niños, pero sin la poesía ningún futuro es posible. Si la poesía se acaba el mundo desaparece porque eso significaría que se acabaron los sueños, Y Se puede vivir sin agua 72 horas, pero sin sueños no puedes vivir más de cinco minutos.
Usted dijo que la poesía es la esperanza de lo que no tiene esperanza. En su vida, ¿cómo se ha convertido la poesía en esperanza?
La poesía no es mi esperanza de vida, la poesía es mi vida.