Franzen en el Hay 2012

“Cuando no estoy trabajando en una novela soy simplemente una sombra de mí mismo”

Todo el mundo habla de la visita de Jonathan Franzen a Colombia. El escritor será una de las estrellas indiscutibles del Hay Festival. En esta charla con Arcadia, una de las pocas que ha dado en su carrera a medios en español, habla con rara sinceridad sobre su oficio.

Catalina Holguín Jaramillo, Bogotá.
23 de enero de 2012
Franzen nació en 1959, en Western Springs, Illinois.

Jonathan Franzen, Jonathan Franzen, Jonathan Franzen: en la portada de la revista Time, en la mesa de noche de Barack Obama, en la taquillera lista de libros recomendados por Oprah Winfrey. ¿En qué lugar no ha aparecido el escritor prodigio que, desde la publicación de la novela Libertad en 2010, ha sido elogiado como uno de los grandes escritores estadounidenses? Hace nueve años, cuando publicó Las correcciones —novela premiada con el prestigioso National Book Award y finalista del premio Pulitzer— Franzen estuvo en el ojo del huracán. Su novela era lo suficientemente popular para representar el sentir de la década de los noventas; por el otro, pero su encontrón con la diva mediática Oprah Winfrey lo alejó de ese mismo público, que lo tachó de elitista y de snob, por negarse a aparecer en su club de lectura.

Además de ser un escritor muy talentoso y ambicioso, Franzen es un elocuente defensor de la literatura y un crítico acérrimo del consumismo, del culto a la información y de los gadgets tecnológicos que atentan contra la libertad intelectual y espiritual de las personas. “La novela está muriendo”, afirmó en un ensayo de 1995, “porque el consumidor ya no la quiere”. Pero culpar a la tecnología y los medios por la erosión de la autoridad cultural de la novela no sirve de nada pues, “en últimas, si los novelistas desean que los lean, es su responsabilidad hacer que su obra sea atractiva y relevante”.

Más de una década después, Franzen reforzó su defensa a la lectura con un pronunciamiento implacable en contra de la literatura mediocre: “Quiero que más lectores aprecien los valores literarios. Y mi obra es una campaña activa en contra de los valores con los que no comulgo: sentimentalismo, narraciones débiles, prosa artificial, indulgente y solipsista , la misoginia y otros provincialismos, juegos verbales estériles, didactismo, simplicidad moral, dificultad innecesaria y fetichismos informacionales”. En contra de esta literatura nacida de la vanidad, Franzen propone una literatura nacida de la angustia, la dificultad y la introspección: “si el escritor o la escritora no toma riesgos personales, si el libro no ha sido una aventura en lo desconocido, si el autor o la autora no se ha planteado un problema personal de difícil solución, si el libro terminado no representa la victoria sobre una resistencia profunda, no vale la pena leerlo ni, en mi opinión, escribirlo”.

Franzen no es alguien que hable en minúsculas sobre su deber como novelista. Se expresa sin miedo sobre la importancia de llegar a una audiencia amplia, sobre la aridez de la literatura posmoderna, sobre la necesidad de hacer literatura que incluya, que entretenga, que sea relevante y que salga de los ámbitos académicos. Esta ambición sostiene su trabajo y, según me explicó en una entrevista telefónica desde su apartamento en Nueva York, lo anima a escribir: “Desde que tengo 21 años llevo pensando cómo mantener viva la novela en Estados Unidos. Desde que comencé, tenía un propósito muy claro”. Lo suyo es el “realismo trágico”, que define como la exploración del mugre que se esconde tras el sueño americano. Su narrativa está más cercana a Leo Tolstoi y a Jane Austen que a la de sus contemporáneos, y admira profundamente a escritoras como Jane Smiley y Alice Munro por su capacidad de introspección emocional y la fortaleza de su prosa.

Las ambiciones literarias de Franzen se basan en una ética de trabajo casi monástica, no en campañas de autopromoción. Escribe seis horas diarias, todos los días, en una oficina desnuda en un computador igualmente desnudo: sin juegos, sin accesorios, sin Internet. Su hobby es la ornitología, una tarea meticulosa, como la escritura, basada en las mismas virtudes: investigación, observación, silencio, concentración.

La literatura como espacio único para el silencio y la reflexión ética y estética es un tema recurrente en sus ensayos y también un punto de encuentro vital y trágico con su amigo, el ya fallecido David Foster Wallace. Wallace era quizá el escritor más brillante y complejo de su generación. Su estilo de escritura híper cerebral, posmoderno y sofisticado difiere muchísimo del estilo de Franzen. Pero si en algo coincidían ambos era en la posibilidad que ofrece la narrativa de aliviar la soledad existencial de las personas; en “la capacidad única de la palabra escrita, especialmente de la narrativa, de conectar a un escritor solitario con un lector solitario. Y es la promesa de ese lector solitario la que alivia y le da significado a la soledad del escritor, y viceversa”.

El 12 de septiembre de 2008 Wallace se ahorcó en el garaje de su casa. Según Karen Green, la viuda de Wallace, Franzen “era como un dios para David y yo creo que Jon sentía lo mismo acerca de David”. La escritura de Libertad ocurrió justamente durante ese periodo de duelo, pero, solo hasta abril de 2011, Franzen habló sobre la muerte de su amigo. En un ensayo publicado en la revista The New Yorker, en el que se mezcla la historia de la novela, la trama de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y el relato del viaje del autor a la isla chilena Masafuera para depositar las cenizas de su amigo, Franzen comparó a Wallace con una isla remota de cumbres escarpadas. Un hombre sumido en la soledad profunda de su depresión, inteligencia, egoísmo y ensimismamiento que, a fuerza de escribir, logró escapar momentáneamente de su propia isla. Ambos creían que la narrativa es un “terreno neutro que permite hacer conexiones profundas y significativas con otro ser humano”.

Esta intención permea la narrativa de Franzen, y es quizá por eso que Las correcciones y Libertad han sido aclamadas como las “grandes novelas americanas” de los últimos tiempos. Así ese rótulo le incomode, estas sagas familiares de corte realista son intensas a nivel emocional y psicológico, supremamente conmovedoras, al tiempo que descubren obsesiones y malestares de la sociedad estadounidense. Años antes de finalizar Las correcciones, Franzen buscaba una novela que conectara el orden personal con el social; una novela en la que las relaciones íntimas y familiares de los personajes refractaran verdades sobre la sociedad contemporánea. No en vano, el autor afirma en una entrevista con el diario español ABC que “el matrimonio destruye lentamente cualquier sentido de moral o de lo que es bueno y lo que es malo. La verdadera pérdida de la inocencia ocurre durante el matrimonio”. Lo que sucede en la casa es inseparable de lo que sucede en el país.

Las correcciones se enfoca en la familia Lambert. Alfred, el patriarca, está descendiendo por el camino del Parkinson y la demencia hacia una muerte humillante, mientras su esposa Enid trata de reunir a sus hijos para una última navidad en casa. Los hijos —Chipper, Denise y Gary— andan lidiando con sus propias crisis matrimoniales, laborales y sexuales. Libertad es otra novela monumental sobre Walter y Patty Berglund, una pareja de clase media inmersa en los valores liberales demócratas, las ambiciones republicanas de su hijo Joey, y el affaire de Patty con un músico llamado Robert. Es una novela sobre lealtades y traiciones, sobre ciertos valores como la libertad, y el derrocamiento de esos mismos valores.

No es la primera vez que Franzen visita Colombia. Anteriormente había venido a observar aves en el santuario natural El Dorado de la fundación Proaves. En esta ocasión, solo asistirá al Hay Festival de Cartagena pues debe continuar su trabajo en la adaptación de Las correcciones para televisión. El guión de la serie tiene algunas variaciones sobre la historia original: aunque la familia Lambert sigue siendo la protagonista, algunos personajes secundarios tomarán un rol más importante. “También podremos mirar a los personajes en edades que no aparecen en la novela. Por ejemplo, no sabemos nada de Chipper Lambert cuando tiene veinte años”, me explica. “Estamos tratando de hacer algo completamente nuevo. Es muy emocionante ser testigo de la evolución de este medio”.

Usted es famoso. Apareció en la portada de la revista Time y su nombre está en boca de todos. ¿No teme convertirse en un fenómeno mediático que opaque su propia obra?

Soy muy consciente de rechazar peticiones que me hacen simplemente porque mi nombre es reconocido. Voy a un evento como el Hay Festival de Cartagena, o hago una entrevista como ésta porque vamos a hablar de libros y porque soy leal a mis editores. Me parece que hace parte del mundo de la escritura, que es el mundo me realmente me importa. Pero si alguien me dice que quiere tomar una foto de la sala de mi casa, no lo permito. ¿Por qué haría algo así? Me siento cómodo siendo portavoz de la literatura y un defensor de los libros, pero cuando alguien me pide que hable de política —y eso me pasa mucho en Europa, pues les gusta que los escritores opinen de política— me siento muy incómodo. La única excepción es con mi trabajo de apoyo a la conservación del medio ambiente. No me importa prestar mi nombre para esa causa, pues creo que la situación es tan crítica que la gente que está luchando por el medio ambiente necesita mucho apoyo.

¿Esta reticencia está relacionada con el escándalo de Oprah Winfrey

Si realmente quiere que hablemos de ese escándalo ocurrido hace 11 años —y eso es historia antigua— creo que tuvo que ver con mi independencia. No me importaba ser reconocido o incluso aparecer en televisión. Quería ser conocido por mi trabajo y no porque una billonaria me había invitado a su programa de televisión. Yo había hecho todo el trabajo, me había tardado muchos años para descubrir cómo escribir Las correcciones, y quería disfrutar de eso en mis propios términos.

La Academia Sueca ha dicho que la literatura norteamericana es demasiado insular y usted mismo ha dicho que la obra de algunos escritores como George Saunders y David Foster Wallace no atraviesa muy bien las fronteras culturales. ¿Cree que ocurre lo mismo con su obra?

En muchos sentidos, yo soy un escritor mucho más convencional. Escribo novelas con un final claro, por ejemplo. Y mi ficción es, en términos generales, realista. Pero mi obra también enfrenta las mismas dificultades de traducción que la obra de Saunders o de Wallace. Hay una clase de ironía norteamericana, especialmente la que se transmite por medio del diálogo, que es muy difícil de capturar en una traducción. Creo que la obra de Saunders y de Wallace está demasiado inmersa en la cultura contemporánea norteamericana y en sus productos de consumo masivo. Como soy consciente de que mi obra será traducida, trato de incluir suficiente contexto cuando uso referencias culturales. No que eso deforme mi escritura, pero trato de tener eso presente. No quiero que la gente se sienta excluida porque no tiene el suficiente conocimiento. Sé que los lectores norteamericanos de 80 años que leerán Libertad no conocen la música que escuchan los jóvenes de 22 años, así que cuando contextualizo esos gustos musicales de los jóvenes, no sólo estoy pensando en los lectores de otros países sino también en los lectores norteamericanos que no tienen acceso a esa experiencia cultural.

Las correcciones y Libertad han sido clasificadas bajo el rótulo “gran novela americana”. ¿Cómo definiría este tipo de novela y qué relevancia tiene para un público internacional?

Odio ese término de “gran novela americana”. Ni siquiera sé lo que significa. Pero creo que muchas de las innovaciones que han cambiado el mundo provienen de los Estados Unidos. Muchas de las invenciones tecnológicas que considero devastadoras han surgido en este país. Incluso si usted no es norteamericano, creo que podría sentir cierta curiosidad sobre el lugar que produjo McDonald’s, y los mega mercados, y el Ipod. Norteamérica está en el radar de todo el mundo, y creo que si uno puede leer una novela que es entretenida, que es más que un simple reportaje, es posible hacerse a una idea de lo que significa ser norteamericano. Podremos ser una superpotencia en declive pero, en términos culturales, el rock and roll y la televisión y el consumismo son parte de la experiencia contemporánea de mucha gente en el mundo.

Sus novelas son ambiciosas, extensas y complejas. ¿Alguna vez ha tratado de escribir una novela breve?

¡Sí! Siempre trato de escribir una novela breve, pero ya ve cuál es el resultado. Libertad iba a ser una novela breve cómica. Creo que la fortaleza principal del género de la novela es la oportunidad de vivir y experimentar, en algo parecido al tiempo real, las transformaciones de los personajes. Aquello que uno percibe de una forma, dos semanas después, se ve de otra forma. La novela tiene esa capacidad de girar las cosas, de mostrarlas desde otro ángulo.

Un autor como Don DeLillo ha hecho el tránsito de novelas extensas a breves. ¿Qué opina de este género de ficción corta?

Siento una increíble admiración por libros como El Gran Gatsby (de Scott Fitzgerald), Seize the Day (de Saul Bellow), Personajes desesperados (de Paula Fox) y Una cuestión personal (de Kenzaburo Oe). Algunos de mis libros favoritos son novelas breves. Siempre pienso que sus autores tienen mucha suerte pues encontraron algo que realmente funcionaba en ese formato. Y quizás algún día yo cuente con esa suerte. Creo que DeLillo es un escritor conceptual. No le interesan las tramas convencionales y el desarrollo de personajes. Sus últimas cuatro novelas son muy emocionantes. Tenía una idea y la realizó. Punto omega es particularmente hermosa. Es un libro breve perfecto. Pero para sostener una novela extensa se necesitan muchas cosas en las que DeLillo no está interesado. Creo que lo suyo se podría llamar un proyecto de corte europeo.

¿Y el suyo es un proyecto de corte americano?

Si tuviera que definir eso de la “gran novela americana”, diría que es un proyecto literario ambicioso que ha sabido encontrar su audiencia. Creo que ese tipo de proyecto no es únicamente norteamericano, sino de todo el continente. Siento que en Latinoamérica los autores piensan: “Yo podría contar una historia muy divertida y que también sea muy importante. ¡Voy a contar las historias de este mundo nuevo!”. García Márquez es el mejor ejemplo de eso. Esa clase de novelas son muy entretenidas pero también muy ambiciosas.

Sus novelas son ambiciosas en su profundidad pero limitadas en el grupo de personajes que las componen. En Las correcciones y Libertad se enfoca exclusivamente en la relaciones de pareja y de familia. ¿Cree que estas relaciones son el espacio ideal para explorar las complejidades morales y psicológicas propias de la novela? ¿Su siguiente novela se enfocará también en este tipo de relaciones personales?

Me imagino que escribiré sobre otros temas y, francamente, me sorprendería si mi siguiente novela estuviese tan centrada en las relaciones familiares. Pero el motivo por el cual me atraen las relaciones de familia y de pareja es porque son las relaciones más intensas que hay. Ahí se concentra toda la carga emocional. Si usted es, por ejemplo, un insurgente marxista, probablemente jamás dejará de creer que tiene la razón. Específicamente, creo que las pasiones políticas nunca se ven sometidas a un escrutinio real. Si estoy en un mismo lugar con un republicano de derecha, o si veo el debate de los precandidatos republicanos en la televisión, lo único que pienso es: “Odio a estos tipos. Qué equivocados están”. Y nunca cambiaré de opinión porque, finalmente, nunca me afectarán. Quizás, con el paso del tiempo, descubra que tenían un poco de razón sobre algún tema. ¡Qué importa! Eso no me confronta moralmente. En cambio, en una relación de pareja, especialmente una relación que se amarga con el tiempo, uno comparte una historia con una persona, y ese mismo ser que uno ama luego piensa que uno es la peor persona del mundo. Sólo que uno no cree ser la peor persona del mundo. Para explorar este tipo de complejidades psicológicas—quizás la mayor fortaleza de la novela—es necesario enfocarse en las relaciones que obligan a considerar justamente las debilidades morales propias.

Justamente en una reseña en el periódico The New York Times, el crítico afirma que los personajes de Libertad no trascienden moralmente y que la novela no ofrece una visión positiva de esas batallas morales…

No creo que el trabajo del novelista consista en arreglar el mundo. Nuestro trabajo consiste en crear representaciones artísticas honestas. Aunque yo sí creo que los personajes de Libertad cambian para bien. Hay siete mil millones de personas en el mundo, e incluso aquellos que se supone que controlan todo, no controlan nada. Simplemente están alumbrando el camino. De modo que esa idea de un novelista proponiendo soluciones para un mejor mundo es simplemente absurda. Creo que es más interesante, y quizá más valioso, escribir sobre las pequeñas luchas morales y no sobre los grandes principios.

Usted mismo dice que los escritores son cazadores de historias. ¿Tiene algún escrúpulo moral frente al uso de las historias de gente que conoce?

Es una pregunta difícil y, por lo tanto, inconclusa. Claramente no tengo ningún problema en reutilizar historias literarias. Shakespeare tomaba sus historias de otras fuentes escritas. Lo que importa no es la historia sino lo que uno haga con ella. La cuestión es más difícil con mis amigos que son escritores. Hay momentos en que oímos la misma historia y discutimos sobre quién se quedará con esa idea. Ahora, con las historias de gente que conozco: una de mis fuentes de información sobre cómo viven los jóvenes de hoy en día son mis sobrinos, pero soy muy cuidadoso con ellos. No voy a tomar sus historias, pues son muy jóvenes y son sus historias. En la práctica, entre más intensa es mi relación con una persona, más trabajo hago para reinventar por completo esa misma relación. De hecho, es por eso que me tardo tanto escribiendo mis novelas. Además, la vida real no es lo suficientemente interesante y, encima de eso, esa vida real debe estar enmascarada. Creo que eso es una obligación ética.

Pero, el personaje de Alfred Lambert en Las correcciones está basado en su padre…

Me sentía más seguro escribiendo sobre él después de su muerte. No lo podía lastimar. Él ya no existía. Escribir sobre él era una forma de mantenerlo vivo, de honrarlo. Creo que de todos los personajes de mi obra, Alfred es el más cercano a una persona real. Se parece mucho a mi padre.

Hablando sobre la adaptación de Las correcciones para la televisión en una entrevista con David Remnick, usted dice que extraña esa sensación “exquisitamente miserable del fracaso” a la cual se enfrenta cada vez que escribe una novela. Es difícil asociar su nombre al fracaso. ¿A qué se refiere exactamente?

Fracaso es lo que me sucedió durante los siete años que me tardé escribiendo Las correcciones. Escribía páginas muertas. Ahora sé reconocer rápidamente las páginas muertas. A lo sumo, escribiré durante dos semanas antes de darme por vencido. Escribo de una a veinte hojas que no funcionan, que son muy deshonestas. Y eso no es divertido. Pero el motivo por el cual extraño ese fracaso es que me produce mucha ansiedad, que es la misma ansiedad de estar vivo. Siento que es una búsqueda muy personal de estar presente en el mundo, de ser yo mismo. Y cuando no estoy trabajando en una novela, soy simplemente una sombra de mí mismo. Disfruto mucho este trabajo de la televisión, pero también sé que no estoy comprometiendo ni mi mente, ni mi alma. Solo escribir ficción me compromete por completo.