Vida moderna

La agricultura urbana se expande en Bogotá y Medellín

Las huertas citadinas son una reivindicación de nuestras raíces campesinas, un acto de creación comunitaria o una forma de oposición a la industria alimentaria actual. ¿Por qué no sembramos más cebollas en los balcones?

Juan Miguel Álvarez*
26 de julio de 2020
En las huertas del barrio Nueva Colombia, en Bogotá, y en las de la red de huerteros de Medellín, se siembra sin emplear agroquímicos. | Foto: Diego Zuluaga

En el barrio Nueva Colombia, en las montañas del sur de Bogotá, las huertas tienen nombre. ‘Ronda Limas’, ‘Mirador’, ‘Domi’. Pero la más grande, cuidada y productiva está bautizada como su creadora: ‘La huerta de Mariela’. Es un lote de unos 1.000 metros cuadrados sembrado con hierbas aromáticas y de condimentos, árboles ornamentales, legumbres y frutas enormes como la calabaza o ahuyama candelaria. Mariela Caro, líder comunitaria y madre de estos cultivos, dice que en 2019 sacó 50 ahuyamas de una sola mata; la más grande pesó tres arrobas. “¡Fue una cosecha bendita!”.

La huerta está situada justo en frente de su casa, cruzando la calle, sobre la margen derecha de la quebrada Limas. Hace unos 20 años este lote estaba ocupado por casas que luego fueron reubicadas. Duró un tiempo como baldío hasta que Mariela decidió recuperarlo. “Yo tenía la huerta en la terraza de mi casa, hasta que la bajé y la reubiqué aquí”. La iniciativa le tomó varios años y sortear pleitos con los vecinos. De todos salió airosa y, desde hace cinco años, la mayoría de los habitantes del barrio le reconocen la importancia de haber defendido su idea. Además de resolver la alimentación de ella y de su familia, Mariela vende algunas verduras, otras las intercambia o las regala. “Hay gente que viene y me dice que necesita lechuga y acelga, que no tiene plata, y yo se las regalo”. Su huerta es un ejemplo de la idea más latinoamericana de agricultura urbana. Se trata de conservar un conocimiento adquirido en su origen campesino y desarrollarlo en la ciudad. Mariela tiene 67 años y llegó a Bogotá cuando tenía 10. Venía de un pueblo boyacense llamado Nuevo Colón y desde niña aprendió a trabajar la tierra de la mano de sus papás. “Yo les ayudé sembrando trigo, cebada, arveja, lenteja, papa, fríjol. Eso lo llevo en la sangre”. Después de la década de los sesenta muchas de las ciudades de esta parte del continente empezaron a recibir numerosas migraciones de familias campesinas. Y algunas de ellas quisieron seguir sembrando alimentos en el espacio que les permitía la vida urbana: patios interiores y antejardines, materos colgantes y de piso. En los barrios periféricos, que se levantaron como asentamientos en vastas áreas rurales, estos núcleos familiares encontraron tierra suficiente para crear huertas con cultivos de pancoger, como es el caso de Mariela. 

La agricultura urbana, como actividad contemporánea contracultural, puede tener su origen en las huertas que sembraban los habitantes de las ciudades europeas que estaban bajo fuego en las dos guerras mundiales. Estas fueron fundamentales para la supervivencia de la población civil y para la alimentación de las tropas. Más adelante, en los años sesenta, se convirtieron en un acto de identidad entre grupos de jóvenes ecologistas. Significaba la reafirmación del afecto por la naturaleza, a pesar de su preferencia por vivir en la ciudad.

Hacia los años ochenta y noventa estas prácticas perdieron algo de vigencia, pero renacieron con el cambio de siglo tras el advenimiento de una preocupación global por el cambio climático, la reconstrucción de una moral enfatizada en el animalismo –como oposición al sufrimiento animal–, en el vegetarianismo como acto consecuente, pero, sobre todo, como una decisión de independencia frente a los mecanismos de producción agroindustriales –con sus agroquímicos–, y el control de semillas por parte de las multinacionales.

¿POR QUÉ NO SABEMOS HACERLO?

En Medellín existe una red de huerteros urbanos que surgió en 2013. Algunos querían una huerta como acto político, otros como mecanismo terapéutico y de ocio, y estaban quienes buscaban suplir algunos alimentos de su canasta familiar. Empezaron a convocarse en torno a la “activación de huertos”: los fines de semana se citaban en un parque para crear una huerta e invitaban a todo el que quisiera llevar herramientas o compartir conocimiento. “Nos reuníamos con gente de diferentes profesiones y oficios. Más que un proyecto productivo, la red de huerteros nació y se ha desarrollado con un carácter educativo y pedagógico”, dice Javier Burgos, un artista plástico de 43 años considerado uno de los integrantes más antiguos de la red.

La activación consiste en crear y mantener una huerta en el espacio público. Esta red ha intervenido parques, orillas de quebradas y antejardines. Cada activación es un encuentro ciudadano en torno al cultivo de alimentos y plantas, que termina siendo un acto político de resignificación del espacio público. “No hemos tenido problemas con la Alcaldía porque las huertas son áreas pequeñas que no trasgreden el espacio público”, explica Burgos. “Hemos activado algunas de ellas para recuperar lotes que eran botaderos de escombros”.

Tanto las huertas del barrio Nueva Colombia, en Bogotá, como las de la red de huerteros de Medellín, siembran sin emplear agroquímicos. Mariela, por ejemplo, rota los cultivos de acuerdo con el terreno. Si una cosecha de arveja se dio en el costado sur de su plantación, la siguiente siembra será en el costado norte. Y en Medellín, los huerteros han logrado la limpieza de los suelos mediante el compostaje. En cualquiera de las dos versiones de agricultura urbana –la de origen campesino o la de origen contracultural– los principios parecen ser los mismos. Un joven intelectual bogotano llamado Juan Camilo Chaves es un practicante convencido de la pequeña revolución personal que implica sembrar su propio alimento. En el balcón de su apartamento tiene arvejas, papa criolla y cebolla, entre otros alimentos. “En un país con tanta diversidad debería ser imperativo que todos sepamos cultivar algunos alimentos. Es un ejercicio de soberanía alimentaria. Es muy loco que estemos tan distanciados de una idea básica como la de cultivar nuestra propia comida. Si sabemos matemáticas y filosofía, ¿por qué no sembrar alimentos?”.

*Periodista

Lea también: El aislamiento ha cambiado nuestros hábitos de consumo de alimentos