Mentalidad

¿Por qué hay personas que aman tanto discutir?

Si está habituado a ceder en las polémicas en Facebook y Twitter no se preocupe, en realidad está evitando perder el 60% de su tiempo en esas largas peleas, y ese lapso lo puede usar en otras cosas.

18 de noviembre de 2017
| Foto: 123RF

Una cosa es un debate, una controversia donde dos personas o más presentan opiniones contrapuestas, con argumentos, sobre un tema en particular. La anterior es la definición de la Real Academia Española y eso es lo que al parecer todas las personas hacemos cada día con ese colega del trabajo, con el vecino, incluso un extraño que está compartiendo silla en la ruta del colectivo o transporte público.

Todo inicia con un comentario como “Qué terrible está el tráfico” y usted dice “sí, por esta época antes de diciembre como que todo se complica”. La otra persona le dice “Pero cada vez está peor: esto es culpa de la ‘paz’ de Santos”.Usted tiene dos alternativas, responder que ‘eso es absurdo, ¿Qué tiene que ver una cosa y la otra?’ o sencillamente poner cara de ‘Sí, de acuerdo’ y seguir su camino.

En realidad acaba de ganar un 60% de tiempo si hace lo segundo, porque un estudio realizado por Amazon Mechanical Turk y publicado por la revista Cognitive Science, incluida en PubMed, acaba de descubrir, de forma científica, por qué hay personas que aman tanto discutir, que incluso se contradicen a sí mismas un 60% de las veces.

A este hallazgo lo llamaron la “pereza selectiva”, un mecanismo por el cual hacemos un mayor esfuerzo mental en desmontar los razonamientos de los demás sobre todo si no están en sintonía con nuestras propias ideas, de acuerdo a un artículo publicado por Xataca y retomado por el World Economic Forum.

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En palabras de Marías S. Zavia, autor de este tema en el portal Gizmodo.com, la gente rechaza sus propios argumentos el 60% de las veces si usted los presenta más tarde diciendo que son de otra persona. El dato no debe sorprender, normalmente usted se ha dado cuenta de que al volver a hablar de una diferencia que tuvo con otra persona que discutió sobre un tema en el que no estuvieron de acuerdo, siente que cuando le presenta como suyo el argumento de su pelea, la otra persona parecerá retomar y decir lo contrario.

¿Eso a qué se debe, por qué la ‘pereza selectiva’ parece ser la responsable? Bueno, lo primero que podríamos citar aquí es el viejo principio de la navaja de Ockham, un método validado por la comunidad científica. Pese a que tiene sus detractores, a veces ha funcionado con la ciencia que, cuando dos teorías llegan a una misma conclusión, hay que considerar la teoría que explica de manera más sencilla el problema. “La explicación más simple y suficiente es la más probable, más no necesariamente la verdadera”, según el principio de Ockham.

Esto no se considera un resultado científico, pero ha ayudado a algunos genios a resolver ecuaciones complejas, aunque ciertamente el significado se ha distorsionado por la evolución de redes. Es por eso que muchos piensan que las pirámides de Egipto fueron hechas por extraterrestres y no por esclavos de los egipcios y faraones que tardaron hasta generaciones enteras en construirlas.

Pasa a veces lo mismo con la llegada del hombre a la luna, la ‘pereza selectiva’ tiende a creer que fue un montaje de Hollywood el alunizaje de 1969, con cámaras, set y disfraces, a que una nave espacial pudiera salir del planeta, dar vueltas en el cosmos y posarse sobre el satélite natural de la Tierra.

¿Qué concluyó el estudio?

La ‘pereza selectiva’ demostró que tendemos a revisar con mayor esfuerzo los argumentos de las personas con las que tenemos un desacuerdo, que nuestros propios argumentos ¿Por qué? La investigación fue realizada por el sicólogo cognitivo Emmanuel Trouche, quien reunió a 237 voluntarios (100 mujeres y 137 hombres), reclutados a través de la web Amazon Mechanical Turk. Los voluntarios participaron en un par de experimentos que implicaban, en primer lugar, resolver unos acertijos de lógica (unos silogimos entimemáticos, para respetar la terminología científica) y razonar su respuesta con argumentos.

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A continuación, los voluntarios tuvieron que evaluar una serie de respuestas a los mismos ejercicios y los argumentos que respaldaban esas nuevas respuestas. Se les dijo que eran las respuestas de un participante anterior. También se les recordó la respuesta que habían dado ellos para cada uno de los silogismos, y se les explicó que podían cambiar esa respuesta a la luz de los nuevos argumentos.

La ‘trampa’ estuvo en que para uno de los ejercicios, esto no fue verdad. Había una respuesta para evaluar que era la misma que ellos habían dado en el test anterior. Para hacerlo más creíble, se les dijo que habían dado una respuesta diferente a la que dieron realmente. Es decir, tenían la respuesta válida (si habían respondido de forma incorrecta) o la respuesta inválida más común (si habían respondido de forma correcta).

Los participantes quedaron inducidos a creer que su propio argumento era ¡el de otra persona!. Muchos no cayeron en el engaño, la mitad se dio cuenta del truco y recordaron qué respuesta habían dado, pese a que los condicionaron a creer que era el argumento de alguien más, eso ocurrió con el 58% de los pacientes, que supo señalarle a los evaluadores que les estaban confundiendo, que ellos habían dicho antes una y no otra cosa. Pero hubo un 42% de participantes que no sólo no se dieron cuenta, sino que afirmaron hasta en un 60% de las ocasiones que los exámenes que estaban evaluando daban respuestas equivocadas.

Es decir, el estudio encontró que los participantes estaban rechazando sus propios argumentos, o bien porque habían cambiado de idea, o porque para ellos era más fácil creer que era el argumento de alguien más para controvertirlo y formar un argumento nuevo.

Gracias al experimento es posible ver un lado positivo de los peleones: está claro que son más críticos con los argumentos presentados y pierden validez, así haya sido un pretexto propio anterior. Pero a la vez, son personas más críticas y tienden a replantearse. Aunque como lección, también es importante preguntarse ¿Qué pasaría si una persona que nos cae bien mal dice algo irrefutable?

De esta manera, la enseñanza que queda es que hay que ser cautos al momento de abrazar nuevos pensamientos como propios. Podríamos estar prejuzgando y la verdad, en este mundo cualquier equivocación, se puede cobrar muy cara.

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